sábado, 23 de marzo de 2024

CARTA A MARIANA, CON CASAS Y DEPARTAMENTOS

Querida Mariana: en nuestro pueblo aún hay casonas. Si buscamos en un diccionario hallamos que la definición de casona es una casa señorial antigua. Todavía tenemos algunas en el pueblo. Son tan fastuosas que no les basta la sencilla palabra casa, ellas están colocadas en el siguiente escalón de excelencia. No son simples casas, son casas señoriales. Ay, señor, acá hay necesidad de regresar al diccionario para ver qué significa señorial. A ver, señorial significa “majestuoso, noble”. Lo de antigua se entiende, las casonas son construcciones que corresponden a tiempos donde los terrenos eran generosos y la paga abundaba. Con esto no quiero decir que ahora los arquitectos actuales no construyan casas majestuosas, por supuesto que sí. Los arquitectos tienen clientes que poseen grandes terrenos y que tienen paga suficiente para darse sus gustos, pero hoy el término casona ya no se aplica, porque es una palabra que corresponde al pasado, hoy, la gente con paga manda a construir residencias, que, la mera verdad, es una palabra que bajó de la escalera, porque si regresamos al diccionario (ay, qué ganas de molestar) vemos que la palabra se aplica a cualquier espacio donde alguien reside. Alguien puede preguntar: ¿en qué barrio está tu residencia?, y la respuesta será automática: ¡en Yalchivol!, y no necesariamente la casa en cuestión debe ser una residencia fastuosa (¡un caserón!), bien puede ser una residencia modesta, pero no deja de ser residencia. En cambio, en el pasado sólo los potentados poseían casonas. La mayoría de casonas del pueblo estuvieron en el centro, en la periferia las casas eran sencillas. Dejá que te cuente algo: cuando creamos la revista Arenilla pensamos que debíamos entregarle algo como un hogar a nuestros lectores y no nos costó hallar la solución ideal: ¡construir, en cada número, una casona, una residencia majestuosa! Hay personas que viven tranquilamente en departamentos, sobre todo aquellos cuyos departamentos son pent-houses en edificios altísimos de zonas con gran plusvalía; pero, nosotros, los comitecos no estamos acostumbrados a los rascacielos, los comitecos crecimos al ras del suelo, cerca de la madre tierra. Sólo como juego he hecho una estadística sencilla, preguntando a amigos y cercanos qué espacio les gusta para vivir y la mayoría ha desechado los departamentos y ha elegido casas de una planta con amplios jardines (no faltan los exquisitos que exigen piscina incluida y cancha de tenis). En la revista Arenilla no quisimos entregar un departamento a nuestros lectores, deseamos (y lo hemos logrado) entregar una casona con espacios amplios y cielos azulísimos con mucho aire. Te invito a hacer un ejercicio mental, cerrá tantito los ojos y visualizá las casonas que aún tenemos en Comitán. Ahora, por los tiempos que vivimos, muchas de esas casonas particulares ahora se han vuelto espacios públicos: restaurantes, plazas, hoteles, estacionamientos. No le busqués más, pensá en el grandioso hotel La Casa del Marqués, contra esquina del templo de San José; no le busqués más, pensá en el estacionamiento que está a media cuadra de la sucursal Banamex, del centro. Al pasar por los zaguanes de ambas casonas sentimos el abrazo impresionante de sus patios y de sus corredores, ahí no hay regateo para la mirada, ahí el espíritu se expande con satisfacción, el aire es como un pájaro que vuela libre. Mencioné dos ejemplos de casonas. En el caso del hotel La Casa del Marqués, los comitecos saben que los propietarios adquirieron dos casonas, botaron la pared intermedia y lograron un espacio privilegiado que hoy disfrutamos todos los comitecos y los visitantes que ahí descansan. Aún tenemos grandes casonas, por fortuna. Este patrimonio otorga identidad a nuestro pueblo, da posibilidad de hacer lecturas acerca de la grandeza de nuestra ciudad. Es una pena que una de las casonas simbólicas la hallan modificado cuando hicieron la última remodelación, hablo de la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez. El patio central de esta casona era un maravilloso ejemplo de la arquitectura comiteca del siglo XIX, cuando los “exquisitos modificadores” eliminaron los elementos tradicionales destruyeron una parte importante de nuestra historia. Pero digo que aún poseemos grandes casonas. El hecho de que ahora sean espacios públicos permite que todo mundo tenga acceso a esos espacios privilegiados. En ocasiones, cuando tengo un tiempito de sobra camino por la avenida del edificio de Correos y desde la calle echo una miradita al patio central y veo los corredores que están un poco deteriorados, pero trato de imaginar la belleza de esa casona en tiempos pasados, pero donde me regodeo es en el hotel que fundaron mis recordados amigos doctor Newlson Briones y Víctor Manuel Albores. Entro, me siento en uno de los confortables sillones y dejo que mi mirada, como si fuera colibrí, vuele libre y se detenga donde encuentra mielecita para endulzar el alma. Qué casas tan grandes, tan hermosas. De la primera casa tengo recuerdos, porque esa casona fue propiedad de la familia Pedrero y en una ocasión estuve en el patio central. Claro, en aquel tiempo no pude entrar más allá, porque en el interior ya estaban las habitaciones reservadas sólo para los íntimos. Hoy, el hotel permite que camine sin restricciones, que disfrute los cuadros colgados en los muros de los majestuosos corredores. Así como entro al hotel, de igual manera los lectores de Arenilla caminan por todos los espacios de la casona que les brindamos en cada número. Sí, la revista la imaginamos majestuosa. Como cosa extraña, nuestra revista no tiene índice como sí lo tienen las demás revistas del mundo. La nuestra no lo tiene, porque es una casa, porque la invitación es entrar donde la puerta siempre está abierta, caminar por el zaguán e ir descubriendo los demás espacios de esa casona monumental, que es una residencia meramente comiteca, con la traza de un lugar colonial. Así pues no falta el patio central, lleno de luz; la sala, con sus muebles de ratán y sus techos altísimos; el comedor; los balcones; los corredores; el oratorio (mirá, qué belleza. Las casonas tradicionales de las familias católicas siempre tuvieron ese espacio para el refugio del espíritu) y, por supuesto, el sitio, lugar donde los niños jugaban en medio de sembradíos de verduras y de grandes árboles frutales. ¿Qué departamento, por muy lujoso que sea, tiene el privilegio de contar con un tapesco lleno de chayotes o árboles de jocote o árboles de aguacate? ¿En qué departamento subís al árbol, cortás lima de pechito y la comés con polvojuan? Las casonas no sólo permitían ese disfrute de la vida cercana, sino también posibilitaban la creación de leyendas y de historias de fantasmas y de aparecidos, porque en las noches los espacios se hacían más grandes y las sombras se intensificaban y despertaban, en forma abrupta, la imaginación, abriendo paso a los espíritus chocarreros. Todavía tenemos casonas en Comitán, residencias majestuosas, eslabones de oro de nuestra historia. Al respetar los elementos constructivos respetamos nuestra identidad. La gran Ciudad de México fue llamada por Humboldt como Ciudad de Los Palacios, ya que en todo el Centro Histórico hay casonas esplendorosas de los siglos XVI. De igual manera, esas casonas que fueron propiedades privadas hoy son espacios públicos, por lo que los visitantes de la gran capital de México pueden conocer esos lugares llenos de historia. El Centro Histórico de la CDMX se ha logrado conservar y esto es un privilegio. Los comitecos debemos resguardar la riqueza arquitectónica que aún poseemos. Por esto, es imperativo que cuando exista el rumor de una remodelación, además del INAH, el pueblo esté listo para salvaguardar los tesoros. Que nunca más venga gente de fuera a transformar el patio central de la casa donde vivió Belisario Domínguez; que nunca más se atrevan a botar la fuente que existía en el patio de El Cedro. Posdata: nuestro pueblo no tiene edificios monumentales de gran riqueza arquitectónica, como sí existen en San Cristóbal de Las Casas, pero, sólo como un ejemplo, en el panteón municipal existe una muestra arquitectónica brillante, por desgracia, muchas tumbas están deterioradas, basta decir que el espacio donde reposan los restos de Pantaleón Domínguez no corresponde a la grandeza del héroe. ¿Qué autoridad municipal se atreverá a honrar a tan destacado paisano? ¡Tzatz Comitán!