martes, 5 de marzo de 2024

CARTA A MARIANA, CON UNA FLOR PARA UNA MADRE

Querida Mariana: esta tarjeta fue repartida por las madres franciscanas. En 2004 murió una de sus hermanas: la madre Sara. Yo, como muchas personas, tuve el privilegio de convivir con la madre Sara, cuyo nombre de pila era: Dolores de la Barreda Guevara, oriunda de Puebla. A mí me llama la atención que a las religiosas les decimos madres. ¿De dónde viene la costumbre? Si revisás el diccionario dice que madre es “mujer que ha concebido o ha parido uno o más hijos”. Eso es madre en término estricto. ¿De dónde a las monjas se les llama madres? Sé, todo mundo lo sabe, que en los conventos han hallado fetos enterrados, lo que indica que algunas monjas tuvieron relaciones sexuales y concibieron un hijo. ¿Quiénes fueron los padres? Pues en novelas, cuentos y biografías vemos que los padres fueron algunos jardineros o algunos padres; es decir, sacerdotes. Pucha, qué relajito ¿no? Las religiosas las llamamos madres, sin que conciban hijos; y a los sacerdotes los llamamos padres, sin que conciban hijos. ¿De dónde esa tradición? No lo sé. Algún experto en religión podría orientar. Tal vez tenga que ver precisamente con el afán de dominio que tiene la religión, para que las “ovejas” respeten a los religiosos, como si respetaran a su padre y a su madre. No me hagás caso, esto es una bobera mía. La madre Sara tuvo cientos de hijos sin tener hijos. Ella llegó de Puebla y se incorporó a nuestro Colegio Mariano N. Ruiz. Te he contado que ella era una mujer pulcra, fiel a sus principios y responsable a carta cabal. Nunca me dio clases, la conocí cuando (en los años ochenta) me incorporé al colegio para impartir cátedra, fuimos compañeros. Ella me llegó a querer mucho y fue correspondida. Mirá lo que es la vida, digo que ella llegó a Comitán desde Puebla y cuando yo viví en Puebla, su tierra, me enteré de su fallecimiento. Ah, fue una de las muertes que nos impactó. La maestra Vicky, mi comadre, llamó por teléfono y me dio la ingrata noticia. Mi mamá estaba en la cocina preparando los alimentos, le di la noticia y nos abrazamos. En su tierra lloramos su muerte. Cuando platico con ex alumnos del colegio siempre aparece la figura de Sor Sara, hasta la fecha todo mundo la recuerda con cariño, con emoción. Te he contado que ella usaba un aparatito en el oído para escuchar, cuando el ruido era muy intenso en el salón de clases, ella “salía del aire” y le bajaba el volumen al aparato. Siempre lamentaba los días de asueto, ella disfrutaba su trabajo y era de las personas que reconocían el valor del tiempo, día sin clase era un día perdido. A este grado llegaba su pasión por la docencia, por dar conocimiento a sus alumnos. Cuando supo que me iba a estudiar a Tuxtla la carrera de lengua y literatura hispanoamericana me llamó a su salón, me tomó una mano y colocó un papelito hecho chorizo, me dijo: “para que te compres unos zapatos, porque cuando llueve se mojan y para no enfermarse hay que cambiarlos”. La madre, tan buena gente, no tenía más ingresos que los pocos que le entregaba el colegio. Lo que recibía lo entregaba a las superioras de su orden y apartaba un porcentaje mínimo que destinaba al viaje que realizaba cada año para visitar a su hermano Pepito (así le decía con cariño), quien seguía viviendo en Puebla. Entiendo que el tal Pepito nunca se casó. Por parte de ellos, los Barreda llegaron hasta ahí. Las madres franciscanas repartieron esta esquela, que está en el Archivo del colegio. Ella fue enterrada en el panteón de Comitán, ahí reposan sus restos. Posdata: cuando los maestros teníamos un festejo, ella se despedía a buena hora y agarraba la botella de licor y la metía en su bolso, lo hacía para que no siguiéramos bebiendo. Nunca entendió lo que le decía: no, madre, así nos obliga a pedir otra, una llena. Nunca entendió. Qué pendejo soy. Yo nunca entendí el mensaje. En septiembre de 2024, se cumplirán veinte años de la muerte de la madre Sara, quien sin tener hijos cuidó a cientos y les entregó lo mejor de ella. ¡Tzatz Comitán!