viernes, 15 de marzo de 2024

UN PEDAZO DE CIELO CON MUCHAS ESTRELLAS

̶ ¡Cuidadito y dicen alguna palabra! ¡Nada! Saludan, entregan el regalito y se salen. ¿Oyeron? A la hora que tomaban un vaso de leche, los tres niños habían recibido instrucciones. El orden para saludar a la abuela Herlinda sería Yoli, Mateo y al final Arcelia. La mamá, a la hora que subieron al carro, entregó los presentes, envueltos en papel de china, como es la tradición comiteca. Cada uno de los niños subió en el asiento posterior. Yoli colocó el regalo sobre sus muslos y lo fue acariciando todo el trayecto; Mateo lo dejó a su lado, sobre el asiento, forrado en plástico desde tiempo en que los niños eran pequeños, para que no mancharan la tela; y Arcelia lo puso en el piso, mientras pensaba: “ojalá que se muera, que se muera”. La mamá arrancó el auto y prendió la radio. La voz del locutor y la de los cantantes fueron las únicas que se escucharon en todo el trayecto. La mamá puso atención a lo que el locutor decía y tarareó algunas líneas de canciones conocidas. Pensó que la situación del país cada vez estaba más catastrófica cuando escuchó la noticia del hallazgo de cuerpos en una fosa clandestina. Sonrió con tristeza al recordar que su mamá Hermelinda le recomendaba que no se casara, y cuando ella no le hizo caso, la mamá insistió en que no se embarazara, que no trajera hijos a sufrir. Tampoco le hizo caso, tuvo tres, y acá están: Arcelia en primer grado de secundaria, sabe que fuma; Mateo, en quinto de primaria, siempre llega con moretones y con la mochila deshecha; y Yoli, quien estudia el segundo de primaria, y es una niña linda. En ella tiene puestas todas sus esperanzas. Mateo padre los abandonó. Su comadre Idolina le dijo una tarde que lo habían visto en el puerto de Veracruz, que trabaja como estibador, que está muy flaco, que está pagando ya el karma que le toca por haber sido tan ingrato. Ella enterró su recuerdo desde el momento que supo que se había ido con otra mujer y se dedicó a atender a sus hijos, con mano dura, como está la situación no puede ser permisiva, mano dura, le dijo su mamá y mano dura aplica. Las dos niñas se pegaron al cristal y vieron el movimiento de la calle: el perro hurgando en las bolsas de basura; la anciana, quien, con su bastón, espantaba al perro que le disputaba las manzanas podridas; el niño que, en el crucero, lanzaba tres naranjas al aire y las cachaba con destreza; la ambulancia que pasó a su lado con la sirena a todo volumen. Mateo sacó su celular, le bajó volumen y se puso a jugar. Así permaneció hasta que llegaron al hospital. La mamá buscó un cajón libre, pensó que podía estacionarse en un lugar especial para discapacitados, pero recordó que en un hospital esos espacios son necesarios en verdad. Halló un lugar vacío en la última fila del estacionamiento. Sacó un parasol, lo abrió y volvió a recordarles a los niños la recomendación. Los niños asintieron sin decir palabra alguna. La mamá pensó que sus órdenes se cumplían; pero luego decidió que debía ser menos prohibitiva. ¿Qué sucedía si su mamá preguntaba el contenido del regalo? Dejaría que los niños explicaran. Se sentó en una banca y con la mano invitó a que los niños hicieran lo mismo. Mateo y Arcelia dejaron los regalos sobre la banca; Yoli lo sostuvo entre su regazo, sin dejar de acariciarlo. ̶ Tampoco sean groseros. Saludan a su abuelita, la abrazan y le dan el regalo. Si ella pregunta qué es, le dicen qué es. ¿Qué dirás Mateo? ̶ Que es un perfume, para que no huela feo. ̶ ¡No! Por supuesto que no dirás eso. ¿Qué dirás? ̶ Que es un perfume. ̶ Me parece bien, ni una palabra más. ¿Oíste? ̶ Sí. ̶ ¿Arcelia? ̶ Le diré que es una cajita laqueada. ̶ Muy bien, ni una palabra más. ̶ Sí, mamá, ya entendí, no soy tonta. No diré que ahí podemos colocar sus cenizas en cuanto se muera. La mamá levantó la mano, pero Arcelia se paró. ̶ Es broma, mamá, nada diré, ya todo está dicho, vos lo sabés. ̶ ¿Yoli? ̶ Pues que es una colchita para que se cubra sus piecitos, que es una colchita con muchas estrellitas. ̶ Sí, niña, así está bien. Por favor, nada más. Entran como quedamos y ya luego paso yo, me despido y vamos a tomar un helado, ¿les parece? ̶ Nos parece, así celebramos su último adiós. Pero que sea con doble bola. Basta de escatimar, ya pronto tendrás la herencia ̶ dijo Arcelia. La mamá volvió a hacer el intento con la mano derecha, pero Arcelia estaba lejos. Se pararon y fueron al edificio, entraron al vestíbulo, luego al elevador, piso cuatro, cuarto 412. La mamá abrió la puerta. La abuela Herlinda tenía los ojos cerrados, pero dijo: ̶ Lobo, ¿estás ahí?, sonrió y abrió los ojos. Yoli entró, besó a la abuelita, ella le acarició la cabellera con diadema roja, y la niña le entregó el paquete envuelto en papel de china, color azul. ̶ ¿Qué me trajiste, hijita? ̶ Es una colchita, abuelita, para que te caliente los pies. La abuela Herlinda la besó, abrazó el regalo. La niña se despidió, mientras entraba Mateo. ̶ Lobo, ¿estás ahí? ̶ preguntó la abuela. Mateo dejó el regalo sobre la cama y dijo: ̶ Te traje un perfume. ̶ ¿Para que yo no huela feo? ̶ preguntó ella y sonrió. Mateo se hizo a un lado, para dejarle espacio a su hermana Arcelia. ̶ Lobo, ¿estás ahí? Arcelia dijo: ̶ Te traje una cajita laqueada ̶ . Y se agachó para decirle algo al oído, pero la anciana la apartó de un manotazo. ̶ No, Arcelia, no hay necesidad de que gastés tu saliva. Ya sé, es para que ahí depositen mis cenizas, niña perra, maldita seás para toda la eternidad. La mamá escuchó los gritos, entró, vio que su mamá tenía agarrada de la garganta a su Arcelia, ésta luchaba para desasirse. Por fin, la tenaza se aflojó, al mismo tiempo que lo hacía el cuerpo de la abuela, su cabeza quedó sobre la colchita azul, con muchas estrellas.