miércoles, 6 de marzo de 2024

CARTA A MARIANA, CON MAÑANITAS

Querida Mariana: mi compadre Javier cumple años. ¿Cuántos? No lo sé, con precisión, pero es uno o dos años mayor que yo. Si yo tengo sesenta y seis, echale pluma. A Javier lo conocí en nuestro Colegio Mariano N. Ruiz. Él estudió ahí la primaria, mientras yo la estudié en la Matías de Córdova, pero cuando llegó el tiempo de la secundaria, mi papá me inscribió en la “escuela del padre” y ahí me topé con Javier. Ni me preguntés cómo nos hicimos amigos. Te he contado que sólo en pocas ocasiones recuerdo el instante en que me hice amigo de alguien. Las figuras que se hacen en el día a día de las personas es indescifrable. Pero cuando llegué al colegio, Javier estaba ahí y nos hicimos amigos. Puedo decir que ya en preparatoria (ambos estudiamos en el Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos, la prepa, en el edificio donde ahora está el Centro Cultural Rosario Castellanos). En prepa ya fuimos amigos inseparables, sólo nos separábamos cuando él iba a ver a su novia, pero cuando no estaba con ella, casi puedo asegurar que estaba conmigo y yo con él. Así pues, tenemos muchas anécdotas de instantes compartidos. Él, te he contado, fue un apasionado lector de esos libritos pequeños de la colección Estefanía, que narraban historias del viejo Oeste. Nunca dio el gran salto a las novelas de los grandes autores, mucho menos a la poesía. Se quedó con las aventuras de jinetes que repartían balazos en pueblos desérticos. Javier fue uno de los millones de lectores que consumían estos libritos. Los historiadores dicen que el tal Marcial Lafuente Estefanía escribió más de dos mil quinientas novelitas del Oeste. Sin duda que el tipo vivió millonario; sin duda que tenía ya una fórmula donde colocaba los personajes y las tramas y le daba vuelo al lápiz, con pocas variaciones. Nunca supe en qué momento Javier se aficionó a este tipo de lectura. Él llevaba en la bolsa trasera del pantalón el ejemplar en turno, para leerlo en su casa. Javier y yo, gracias a Dios, seguimos siendo amigos. Como todos los amigos del mundo hemos reconocido nuestras virtudes y perdonado nuestros defectos. Él tiene muchas virtudes y muchos defectos. Lo mismo pasa conmigo. En los tiempos de la prepa comenzamos a beber trago, Javier y yo nos embolamos en muchas ocasiones. Mientras los demás amigos de la palomilla iban a ranchos en Semana Santa y en otros periodos vacacionales, Javier y yo nos quedábamos en el pueblo. Yo me quedaba porque siempre he sido gato casero y Javier se quedaba porque le daba tiricia abandonar a la novia. Recuerdo que en una ocasión fuimos a un rancho del papá de Jorge, en el municipio de Las Margaritas, un chofer de Jorge nos llevó en su camioneta. Nos instalamos en la casa y nos pusimos a jugar béisbol en la majada, en espera de que llegara la noche y cenáramos. Javier se intranquilizó, un pájaro carpintero comenzó a abrir un hoyo en su espíritu, no soportó más, dijo que regresaría a Comitán. Pero, ¿cómo? Agarró su mochila, abrió la puerta del cerco y nos dijo adiós. ¡Va a regresar!, dijo uno de nosotros, salimos a verlo en el camino de terracería, vimos cómo su figura se hacía chiquita, se perdía en la lejanía. ¡No volvió! Volvió al pueblo para ver a la novia. Nunca supimos si la novia estaba tranquilamente en su casa; lo que supimos es que él estaba profundamente enamorado de ella, tenía una gran dependencia. Hoy, mi compadre, después de dos matrimonios, me cuenta que tiene algunas amigas, pero siempre me dice que anda en busca de una mujer, una mujer que tenga temor a Dios, para una relación formal. Si por ahí tenés una amiga que quiera sacrificarse, podemos mandarle currículum del pretenso. Ahora nos vemos poco con Javier; es decir, ya no andamos de arriba para abajo como sí lo hicimos en algún tiempo. Sí nos vemos frecuentemente, porque yo camino por el restaurante “La esquina de Belisario”, donde él se reúne con un grupo de amigos en una famosa mesa. Siempre que paso por ahí le digo: “ahí te dejo mi honra para que la deshagás”, él siempre responde: “ya no tenés honra”. Reímos. Él sigue en la chorcha y yo sigo mi camino. Posdata: en casa tengo el reconocimiento que el Banco Nacional de México le entregó a mi papá el día que terminó su labor de corresponsal en Comitán, dicho reconocimiento está firmado por Luis G. Legorreta, quien también firmaba los billetes. Uf. Personajazo del mundo económico del país. Digo esto, porque mi papá recibió este reconocimiento el 6 de marzo de 1964, día que, en la casa del pichito Javier, hubo pastel y piñata. Hoy celebro su vida. Siempre que lo veo siento la mano que cruza el aire y me abraza. Acá estamos, acá seguimos. Nos queremos, a pesar de nuestros defectos, por debajo de nuestras virtudes. ¡Tzatz Comitán!