jueves, 14 de marzo de 2024

CARTA A MARIANA, CON PERSONAJES

Querida Mariana: acá están Don Roberto Rojas y Don Fermín, el cerrajero que tiene su negocio en el inicio de la subida al templo de Guadalupe (o al final de la bajada, si venís de allá). Don Fermín es un gran cerrajero, medio mundo de acá lleva sus llaves para que él les haga duplicados. Ah, qué bonito oficio, saca copias de un original. Pero, él también, desde siempre, ha sido un gran practicante y admirador de un juego maravilloso: el billar. En la foto se alcanza a ver un extremo de una mesa de carambola, en la pared los cuadros donde se colocan los “tacos”, un pizarrón con anuncio de conocido refresco, conocidísimo y la mano derecha con cigarro de algún aficionado al billar. Quien diga que sólo Fermín tiene “el taco” se equivoca de esquina a esquina. Los conocedores dirán de inmediato que Roberto carga su taco personal en el maletín que lleva al hombro. Los instrumentos profesionales pueden estar segmentados. Como en cualquier deporte, en el billar existen diversos tipos de chunches para practicarlo. Ya dije quién es Don Fermín, es campeón para sacar duplicados de llaves. ¿Quién es Don Roberto Rojas? También es campeón, es campeón mundial en carambola de fantasía. Vo sabés que subo una serie de fotografías donde dejo en claro que al estar al lado de un amigo o amiga es mi privilegio. Acá, ambos personajes posan para el fotógrafo, con la conciencia de que el instante detenido es un privilegio de vida. Ni me preguntés cuántos años tiene la foto, ya tiene sus buenos añitos, pero Don Fermín la conserva en su taller con el afecto de estar al lado de un campeón mundial, considerado el mejor jugador mexicano de tal disciplina. Digo que el billar es un deporte maravilloso y un juego sensacional. Es una pena que en Comitán fue muy mal visto y, en los años setenta, no era permitido que los jóvenes entraran a los billares. Claro, ¡entrábamos! No hay mejor manera de impulsar un acto que declararlo prohibido. Te conté que Humberto, hijo de mi tío Ramiro Bermúdez, me llevó por primera vez a un billar. Había un billar medio perdido en el barrio de Guadalupe, en una avenida que da al parque. Humberto y yo fuimos un domingo y él puso en mis manos el primer taco y me dio las primeras lecciones para jugar pool. Se sabe que en el billar los más excelsos jugadores practican la carambola, porque requiere más pericia. En el pool das un golpe de mazazo a una bola en busca de que las otras, una a una, vayan cayendo en la buchaca. En la carambola los tiros son exquisitos, se requiere un mínimo conocimiento de los diamantes y del “chanfle” que debés darle a la bola para que obedezca tus indicaciones. Ahora que lo pienso digo que el billar, tal vez, fue el deporte que más practiqué en la juventud. En dos o tres ocasiones mi mamá (que tenía su tienda a pocos pasos del billar Nevelandia) llegó a sacarme del salón, porque no debía estar ahí. Los alumnos de la prepa nos pelábamos de clase para ir a jugar pool. “Nevelandia” lo teníamos a cuadra y media. ¿Por qué? ¿Porque ahí todo mundo fumaba? ¿Porque había apuestas? ¿Porque hablábamos con un lenguaje subidito de tono? ¿Porque solo había hombres? Sí, los menores de edad no debían entrar a las salas de billar y mucho menos las mujeres. ¡Qué absurdo! Cuando vi la película de Disney donde el Pato relaciona el juego del billar con el conocimiento de las matemáticas lamenté que mi mamá no estuviera sentada a mi lado para decirle: mirá, el billar es un juego científico. El billar aventaja al ajedrez por la actividad deportiva que conlleva, mientras los jugadores del ajedrez permanecen sentados en una partida, los jugadores de billar hacen mucho ejercicio al estar dando vuelta y vuelta alrededor de la mesa. El billar tiene, como cualquier actividad, un lenguaje especial, quien da el servicio se llama “coime” y los extremos de las mesas se llaman “bandas”. Digo que parte de su mala fama se debe a esta última palabra. Imaginá que llegás a casa y mencionás la palabra. Arde Troya. Don Fermín fue un fanático del billar, sobre todo de carambola, por esto, acá anda muy chento al lado de un campeón mundial. Mi amigo Ramiro Suárez es un gran jugador de billar, heredó el gusto de su papá Don Armando, quien, si no me equivoco, en algún momento de su vida tuvo un salón para juego. Don Armando fue un gran tipógrafo, de ahí heredó el oficio mi amigo Luis Armando, director general de la editorial Entre Tejas. Posdata: Con Ramiro fuimos muchas veces a jugar al billar de Rayón, a una cuadra del parque de La Pila. El problema es que confundíamos el billar con el tragar y después de echarnos una partidita de carambola (donde siempre me ganaba) nos echábamos una pachita de tequila. Con esto confirmaba la sospecha de mi mamá: el billar era un lugar no apto para jóvenes. ¡Lástima! Porque el billar es uno de los deportes más hermosos y sanos del mundo. Los años setenta ya están lejos, ahora muchos jóvenes practican este deporte, no sólo varones, también mujeres. En muchas residencias comitecas tienen mesas para la práctica. Es un deporte genial, por eso Don Fermín es un apasionado. ¡Tzatz Comitán!