domingo, 2 de febrero de 2025
CARTA A MARIANA, CON ENCUENTROS GENIALES
Querida Mariana: cada instante es sorprendente. Pero no siempre lo advertimos. Vos sabés, el diario trajín nos cubre la sensibilidad, pensamos que la rosa que vemos es la rosa de todos los días.
Digo que cada instante es sorprendente. Ayer, la vida me tomó de la mano y me llevó a una cascada de pétalos. Te cuento, entré al museo Rosario Castellanos. Una mujer me recibió, dio la información que pedía, hizo una pausa, me vio con atención desmedida y soltó: “sos Molinari, ¿verdad?” Conmovido dije sí. Ella sonrió y, como si abriera una ventana, dijo: “soy Coco, trabajé en la Proveedora Cultural”.
La vi con la misma atención que ella había dispuesto al verme y su rostro apareció en mi memoria disminuida. Claro. Por supuesto. Y Coco, María del Socorro Argüello Figueroa, me contó que trabajó en la Proveedora Cultural, de Don Rami Ruiz; dijo que estuvo allí de 1968 a 1972. Yo llegaba a comprar “cuentos” (las revistas de monitos). Sí, me acuerdo, dijo Coco, “eras gordito, panzoncito”, mostré mi panza y dije que sigo honrando esos tiempos. Ella estudió su primaria y al término comenzó a trabajar, porque en su casa eran muchos hermanos, no alcanzaba la paga del papá (Don Antonio Argüello Hernández, quien fue empleado de Don Ramiro De la Vega) ni la de la mamá (Doña Bertha Figueroa, quien era modista). Coco nació en 1955, así que cuando entró a trabajar con Don Rami tenía trece años, “entré niña y salí señorita”.
Recordó que entraba a las nueve de la mañana, salía para comer, a las dos y regresaba a las cuatro, hasta las siete. Comía en su casa, en el barrio de Jesusito; es decir, caminaba tres o cuatro cuadras. Dijo que en la tarde compaginaba el periódico que llegaba de Tuxtla y acomodaba las revistas, “por ratitos leía el Memín y Lágrimas y Risas, me gustó tanto Rarotonga, que me corté el cabello en su estilo afro”.
Platicamos algunos minutos, pero ambos nos zambullimos en el recuerdo de los años setenta, de un Comitán que hoy sobrevive en el álbum de la nostalgia de aquellos años. Ella laboró en la Proveedora Cultural, cuando estaba en la manzana que derruyeron en 1979. Recordó el negocio de estambres de mi mamá y contó que acudía a la cantina de Tío Tavo a comprar los panes compuestos que él hacía, “no le ponía picles”, no, dije, en lugar de la carne deshebrada, los panes (¡exquisitos!) de Tío Tavo llevaban una transparente lonja de chicharrón de hebra. Ella y yo aseguramos que jamás se ha vuelto a hacer un pan tan exquisito, en Comitán.
Posdata: y digo que en el jardín de la vida, asoma, a cada rato, el asombro; el otro día en el grupo de WhatsApp de los universitarios que estudiamos arquitectura en la UVM, en los lejanos años ochenta, apareció Juan Ramón Jasso Aguilar, quien hoy radica en los Estados Unidos de Norteamérica. Me hizo una llamada y dijo que de todos los grupos de educación superior en los que estuvo, el nuestro es el que más gratos recuerdos injerta en su espíritu. Lo mismo sucede conmigo, a pesar que sólo estuve con ellos durante tres semestres, tengo en mi alma una cinta luminosa bordada por ellos y ellas. A él le decía Jasso y él me decía Molinari, hoy nos decimos amigos, por siempre, para siempre, como amigos somos los de todo el grupo. La mayoría de ellos y ellas sí se tituló, son arquitectos egresados de la gloriosa UVM, en el viejo plantel de San Rafael, donde tuvimos catedráticos exiliados que habían llegado de Chile a México.
Los cielos parecerían ser los mismos, los cielos de todos los días, pero, si ponemos atención, aparecen instantes sorprendentes, mágicos.
Sí, en la foto estoy con Coco, Rosario Castellanos está con nosotros. ¡Todo en la vida es sorprendente! Sin darnos cuenta, sobre la flor aparece una mariposa que la sobrevuela, o una catarina o algún insecto prodigioso. El día se renueva a cada momento, la vida.
¡Tzatz Comitán!