jueves, 6 de febrero de 2025
PEDAZOS DE TIEMPO
En casa se cayó una manecilla del reloj, quedó como un pajarito sobre la repisa de una ventana. Cuando nos dimos cuenta alguien preguntó si era la que marcaba la hora o el minutero. “El minutero”, respondió Alicia y explicó que en los relojes de pared el minutero estaba encima de la manecilla que marca las horas. Alfonso dejó de armar el rompecabezas, sostuvo una pieza y dijo: “qué bueno, nos hubiéramos quedado sin horas”.
Alicia prometió que se comunicaría con el relojero para hacer una cita y llevarle el reloj. Alfonso volvió a suspender su labor, puso sus manos sobre la mesa y dijo: “que sea una hora cerrada. Recordá que nos quedamos sin minutos”.
El reloj siguió caminando, la manecilla de las horas caminaba ignorando la ausencia de su compañera. Alicia comenzó a decir en voz alta la hora, viendo la posición de la manecilla entre un número y otro. “Son las once y media”, dijo y todos vimos el reloj, que tenía la manecilla a la mitad del once y del doce.
Elena, sentada, con las piernas dobladas en el sofá, vio el reloj y comprobó en su celular, que eran las once con treinta minutos.
Alicia entró a su recámara, al volver dijo que el relojero la esperaba a la una. Ramón trajo la escalera de tres peldaños y subió para descolgar el reloj, Alicia lo recibió, la manecilla fue de un lado a otro, como pez en una burbuja. Alfonso dijo que el minutero había adquirido un sonido atolondrado, cuando toda su vida había tenido un sonido marcial, de paso de soldado y le pidió a Alicia que fuera cuidadosa, que no zangoloteara el reloj.
Fue el momento donde Ramón sugirió que abriéramos el reloj y quitáramos la manecilla, dobló la escalera, la llevó a la bodega, de donde volvió tiempo después con la caja de herramientas.
Todos, como si hubiésemos estado de acuerdo en su sugerencia, hicimos un círculo alrededor de Ramón, lo vimos buscar un destornillador de cruz y quitar los tornillos que aseguraban la carátula transparente. Ramón se secó el sudor de la frente, secó su mano en el pantalón y como si manejara una bomba, con ambas manos jaló la carátula y se la pasó a Alicia, quien, con igual cuidado, la dejó en la esquina de la mesa del rompecabezas. Ramón quedó con el reloj sobre los muslos y le pidió a Alfonso que retirará la manecilla. Alfonso cumplió la encomienda, tomó el minutero con los dedos pulgar e índice y lo dio a Ana, quien lo dejó al lado de la carátula. Alfonso también se secó la frente y preguntó: “¿ya se dieron cuenta que la manecilla no necesita de la que marca los segundos?” Alfonso se sentó en su lugar, tomó una pieza e intentó acomodarla en un hueco grande y, con tono de viejo sabio concluyó: “nuestras vidas son pedazos de tiempo”.
Elena se paró, fue a la cocina por una galleta de jengibre, antes de empujar la puerta abatible, se volvió y le dijo a su tía Alicia: “apurate, ya te está comiendo el tiempo, son las doce, en punto”. Todos vimos el reloj sin carátula, en efecto, la manecilla solitaria apuntaba el número doce”.
“¿Y si intentamos colocarle la manecilla?”, preguntó Ramón, cuando Alicia ya se colocaba el sombrero y colocaba en la bolsa de yute la carátula, el reloj y la manecilla. Todos nos vimos.
Elena, con un tono de hiena traviesa, dijo: “no jueguen a ser dioses”. Alicia se colgó la bolsa al hombro, se despidió y dijo que volvería. Elena abrió y cerró los ojos como si fueran colibríes arrechos y dijo: “sí, volvé pronto, nos quedamos en una burbuja pausada”. Quisimos reír, pero una mueca apareció en nuestros rostros. Alicia cerró la puerta por fuera y tuvimos una sensación de vacío. “Ojalá vuelva pronto”, dijo Alfonso y colocó una ficha en su rompecabezas. “No os preocupéis, chavorrucos -dijo Elena, enseñando su celular- lo bueno que acá tenemos un repuesto digital”.