sábado, 22 de febrero de 2025
CARTA A MARIANA, CON LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA
Querida Mariana: la fotografía me la envió mi querido amigo José Ramón Domínguez, un profesional humanista, médico veterinario. ¿Cómo se aficionó a la fotografía? No lo sé. Lo que sí sé es que su pasión por el arte desborda; su pasión por la vida se manifiesta en cada instante.
Me envió la fotografía que tomó un día del mes de febrero 2025 en el interior del templo de San Caralampio. Él no llegó únicamente a tomar fotografías. La vida no funciona así. Entró al templo, porque sabe que, como en cualquier espacio de Comitán, la esencia vital aparece agazapada en cualquier nicho, en cualquier movimiento. Para quien está con el espíritu abierto a la novedad ésta aparece en diversas formas simbólicas: en una flor que nace en medio de una hendija de cemento, en el pájaro que se posa sobre un balcón de madera, en la niña que corre para que vuele un grupo de palomas, en la mujer que se abre la blusa para dar la teta a su criatura, en el abuelo que se sienta en una banca del parque a ver cómo la vida se hace eterna; la novedad está en la oración repetida mil veces, en el vuelo de un helicóptero, en la forma que la mujer vierte el atol de granillo en el vaso, en el caminar decidido del niño que va a la escuela, en los pasos del hombre que sube al campanario para hacer el llamado a misa. La vida está en todas partes, en todos los instantes. La vida es el acorde que acompaña la mano del pianista.
José Ramón sabe que en el interior de los templos, como si fuese libro de Tolstoi, está la guerra y paz; la guerra que se desarrolla en el interior del espíritu del ser humano creyente y el sosiego que encuentra a la hora que se hinca, prende una veladora y vomita en palabras (en silencio o a grito pelado) la miseria que anida en el alma. Es en esa posición donde el hombre y la mujer demuestran su grandeza y su vulnerabilidad. Es tan microscópica la voluntad del ser humano, pero, a la vez, ante la magnificencia del universo, de la divinidad, una energía inexplicable otorga la fuerza necesaria para hallar la dignidad, la cinta que conecta con lo sublime.
La fotografía que me envió y comparto con vos es excelsa. Acá está un instante donde nadie más puede acercarse, es ella (la mujer tojolabal) hincada ante la imagen de San Caralampio, de refilón la Virgen de Lourdes en su nicho. Pero la mirada de la mujer está dirigida al nicho central, su corazón está dispuesto hacia él, el santo más querido de la comunidad católica del pueblo. Ya lo hemos dicho en muchas ocasiones, en cientos de casas comitecas existen imágenes del santo.
Acá, en esta imagen, está concentrado un instante que sintetiza millones de instantes. La mujer viste un tradicional traje tojolabal.
Cuando llegaron los conquistadores españoles, en el siglo XVI, los ancestros de esta mujer eran los dueños originarios de esta tierras, sembraban sus parcelas y rendían culto a sus dioses, porque ellos eran más generosos en su cosmovisión, no sólo tenían a un Dios verdadero, sino que era una gran plebe que los acompañaba, porque ahí estaba el Dios de la lluvia y el Dios del Trueno y el Dios del Fuego y, dirían los clásicos, adláteres, que es una palabrita que es sinónimo de acompañante, aledaño. Los españoles nos trajeron el idioma y su religión de Dios único. Esta mujer, en un acto maravilloso de resistencia y de identidad, sigue hablando el idioma que estaba antes de la llegada de los españoles y sigue (qué belleza) conservando su ropa tradicional. Lo que sí pepenó esta mujer es la advocación hacia San Caralampio. ¿Los últimos siempre son los primeros?
Santo Domingo, el santo patrono del pueblo de Comitán llegó en las manos de los frailes dominicos en el siglo XVI, desde entonces le erigieron su templo, en el mero corazón de la ciudad, la iglesia grande. San Caralampio, Tata Lampo, llegó mucho después, en el siglo XIX, llegó en manos de un sencillo soldado, eso cuenta la historia, y fue a descansar a un rancho cercano al pueblo de Comitán, pero no tardó en ampliar su destello divino y viendo su prodigio, los pobladores de Comitán le construyeron su templo en un barrio más modesto, pero luminoso porque ahí, dice la leyenda, fue el origen de la ciudad: La Pila. Y desde entonces comenzó a escribirse su historia, una historia que contiene cientos de testimonios de su bondad, así como de su furia, porque, según los entendidos, San Caralampio es rete milagroso y “bien buena gente” con los fieles que lo respetan y lo adoran, pero (¡que no lo busquen!) es implacable con quienes se burlan de él o hacen bromas a sus costillas.
Esta fotografía de José Ramón, tomada en febrero 2025, sintetiza todos los cielos, todos los árboles, todos los pájaros, aires y cintas de agua, que han volado desde tiempos milenarios. La mujer está hincada, en la misma forma que San Caralampio está hincado ante la imagen divina, el simbolismo infinito de los espejos se presenta. La mujer, después de su oración que, en ocasiones, conjunta la petición y el agradecimiento, se paró y en ese movimiento de ascensión mínima su cuerpo y su alma hallaron sosiego, ella se dio una pausa en el tráfago diario y volvió más fortalecida a la faena de todos los días. Mi amigo amado captó el instante, también hizo una pausa y acá está la flama del cerillo, gracias a la magia de la fotografía este chispazo durará por siempre, así como, por siempre, dura la fe del pueblo comiteco hacia su santo más querido; así como por siempre durará el instante, el bordado, el ala, la flor, el piso, la mesa, la columna, la pared y el techo del templo.
La mujer tojolabal y mi amigo José Ramón coincidieron en el espacio, fueron hermanos, por un momento, de la misma fuerza de gravedad que sostiene a los planetas en el universo; fueron el cordón umbilical que da luz al misterio.
La plegaria de la mujer halló el conducto perfecto, ella depositó sus palabras en el manto de San Caralampio y la presencia divina abrió sus manos para recibirlas, para enviarlas, asimismo, al gran mar de la fe para que el milagro se manifieste, porque, ya lo hemos dicho, existen cientos de testimonios de que San Caralampio es rete milagroso; es decir, es el emisario divino que escucha los ruegos y peticiones de quienes son simples mortales, así como él lo fue en vida. ¿Cómo se da esa transmutación? Portento inexplicable.
La mujer se hincó. ¿En qué posición se colocó mi amigo? Nunca le preguntaré, pero si miramos bien la fotografía vemos que no pudo estar parado, él tuvo que colocarse también cerca del piso, dejar su posición erecta y en acto humilde si no hincarse sí acuclillarse. Esta posición indica que la línea del horizonte se modifica, cuando el ser humano modifica la posición de su cuerpo algo en el universo también responde. José Ramón corre, nada, monta bicicleta, brinda atención a mascotas, pero también se sienta para escuchar música clásica, para observar qué dicen las nubes en la amplia extensión de los bosques de Jatón; José Ramón acude a sitios simbólicos y descifra los mensajes que el universo envía, él prepara un pescado envuelto en papel metálico, toma vino y asiste a congresos internacionales; José Ramón sabe que el mundo de hoy es el futuro, la IA será la escalera por donde todas las personas deberán ascender. Todo es ascenso, ascenso es el acorde que va de una nota a otra en el teclado del piano; ascenso es el árbol que crece hoja por hoja, savia por savia; ascenso es la imagen de la mujer tojolabal que subió la escalinata del templo de San Caralampio, desde la base donde está enraizada la ceiba hasta donde la gente levanta el jacal que espera a los participantes de la Entrada de Flores y a todos los fieles; ascenso es el momento mágico en que ella, la mujer tojolabal, después de estar hincada frente a las imágenes divinas, se paró y continuó con la vida; ascenso es la puerta que pasamos todos los días, es la rosa que colocamos en el florero, es la orquídea que crece en los árboles de la zona de Los Lagos de Montebello; ascenso es el concierto de su hijo Max en el Senado de la República, la visita al museo, la vela que se prende en memoria del papá; ascenso es el momento en que José Ramón advierte que el obturador de su cámara se abre para recibir la luz; porque la esencia de la vida es ¡la luz!, la luz que él pepena en una fotografía, la luz que la mujer tojolabal recibe a la hora de hincarse frente a San Caralampio, la luz que todos los días bendice a Comitán en la madrugada.
Posdata: José Ramón, mi amado amigo, me envió esta fotografía que comparto con vos. Es prodigioso que un afecto te haga partícipe de su vida, que te diga con imágenes, con palabras, con abrazos, que el instante supremo, después de todo, está colocado en la rueda que comparte la esencia de la existencia.
¡Tzatz Comitán!