viernes, 7 de febrero de 2025
CARTA A MARIANA, A MANERA DE DIARIO
Querida Mariana: no siempre, sólo a veces, me llega la gana de escribir un diario. He escrito algunas entradas. Los creadores literarios saben que es un buen ejercicio, como las lagartijas que, a diario, hacen los deportistas. El músculo de la creatividad se pone en acción.
Claro, los diarios son íntimos. No puede hacerse público lo que corresponde al terreno de la confidencia. Aunque soy escaso, huraño, diríamos, durante el día saludo a mucha gente, en esos saludos hay intercambio de temas y unos, ¡bendito Dios! son como guiones de verdaderas telenovelas. Muchos escritores no ponen los nombres verdaderos en los diarios, los disfrazan con pseudónimos o con simples letras. Ellos sí saben las identidades verdaderas de quienes aparecen con una simple equis o una indeterminada ye.
Pero a vos sí puedo contarte qué me pasó ayer, estaba en la oficina (estamos en la última revisión de la revista correspondiente al bimestre febrero-marzo, que tiene un contenido sensacional) cuando recibí la llamada del poeta Uberto Santos, hijo predilecto de Laja Tendida. Después de los saludos de rigor me contó que tiene un nuevo libro,un maravilloso libro, libro rechoncho (con más de cuatrocientas páginas), que reúne toda su obra poética. ¡Genial! Es de la Editorial Tifón y es bajo pedido. Muy bien. También me dijo que está preparando otro libro, un libro con poemas suyos que redacta con letra manuscrita. Me contó que en la escuela primaria participó en un concurso de caligrafía y obtuvo el primer lugar. Le dije que un día él me obsequió una carpeta con poemas escritos con su propia mano, lo conservo como un tesoro. Él dijo que no recordaba que me lo hubiera regalado. Pucha, le dije, no te lo robé. Reímos. Nos despedimos. Seguí con el trabajo de revisión.
Dos o tres minutos después recibí otra llamada, de un número que no tenía registrado. Por lo regular no respondo a llamadas de números desconocidos, pero contesté, porque venía precedido por la lada de Comitán (963).
“Alejandro, ¿sabés quién soy?” Dios mío. No me gusta jugar a las adivinanzas, menos por teléfono. Permanecí en silencio, aguzando el oído, en intento de pepenar algún sonido que delatara el lugar de la llamada, pero ningún ruido asomó, entonces me aventuré a decir al hombre (voz gruesa, como de un cedro) que él abusaba de su poder, porque él tenía mi número telefónico y sabía mi nombre. Si quería platicar conmigo, le pedía que tuviera la gentileza de identificarse. En ese momento ya tenía como un ramo de ortiga en mi alma. Esperé. El tipo dijo que yo seguía siendo el pesadito de siempre, porque no era cierto lo que decía, ya tenía su número. Uf. Pensé que era un absurdo seguir con tal estupidez, me sentí agredido. Colgué. Minutos después me llegó un mensaje: “no te enojés soy Miguel, el Migue”. No respondí. Bloqueé el número. Un instante pensé en el Migue, pero supe que era caer en el juego de un tipo tóxico.
Posdata: te lo cuento a vos, porque sé que todo mundo cae ahora en bromas, desde unas que son juegos inocentes hasta otras que son muy pesadas. Seguiré con mi costumbre de ignorar números no registrados. Siempre se agradece un mensaje donde alguien se presenta antes por Whatsapp.
A veces escribo mi diario. Lo hago sólo para mí. El escultor Luis Aguilar me dijo que todos los días cambiamos. Es cierto. La bitácora diaria es testimonio de ello. Cambiamos, somos otros, nos transformamos. Además, el registro de lo vivido es un gran ejercicio literario.
¡Tzatz Comitán!