domingo, 9 de febrero de 2025

CUANDO SE DIO EL MILAGRO DE LA CHICA SOBRE EL AGUA

¿Cómo se llamaba el pueblo de la costa? No recuerdo, perdón. Armando, con un short, me invitó a subir a un barco, que tenía un toldo, el sol se regocijaba en los cuerpos de quienes por ahí andábamos, nos hacía sudar, nos achicharraba (vi a dos niñas que tenían las espaldas rojísimas, como si hubiesen sido pedazos de carne puestos sobre una parrilla con fuego). En ese tiempo nadie usaba bloqueadores, las personas que viajaban en plan de vacaciones se tumbaban en las playas y se bronceaban. Tampoco sé cómo se llama ese brazo donde entraba el mar, los hombres y mujeres de las costas sí saben el nombre de esas curiosidades geográficas. La gran extensión marítima parecía jugar escondidas y se metía en un callejón largo, pero no muy ancho, bueno, ¡sí! Armando y yo estábamos en una orilla, desde esa orilla yo podía ver la orilla contraria, a muchos metros de distancia. Desde la orilla donde yo estaba podía ver las residencias levantadas en la otra orilla. En la orilla nuestra todo era una retahíla de construcciones modestas, con pilares de madera y techos de palma; en cambio, en la orilla distante las construcciones eran residencias fastuosas, se veía una serie de arcos en la planta baja y techos de tejas rojas, con la sombra de palmeras esbeltas, altísimas. Armando me dijo que en la otra orilla vivía la gente de dinero, me contó que ahí tenían casas de campo algunos artistas de Hollywood y también un príncipe europeo tenía una quinta. Vi estacionados (¿así se dice?) varios yates. Armando me invitaba a subir a un barco modesto, el toldo que tenía había sido improvisado con una serie de postes de madera y una lona agujereada. Yo veía, era lo único que hacía. Veía todo lo que era novedoso para mí. Siendo habitante de un lugar donde no hay ni ríos, es comprensible que ese brazo de mar me sedujera. Pero el grado máximo de seducción apareció cuando asomó una lancha justo a mitad del brazo de mar, la vi majestuosa de lejos y conforme se acercó mi asombro creció, pero jamás imaginé que al final, cuando ya había pasado frente a mí, apareciera una mujer que practicaba esquí acuático (luego supe que así se llamaba lo que hacía), ella llevaba lentes para protección del sol, cabellera húmeda, las piernas abiertas, colocadas sobre una tabla que era como el lomo de un pez deslizándose sobre el borbollón de agua que salía de la parte trasera de la lancha, ella tenía agarrado algo como un manubrio con una mano, la otra mano la tenía extendida en el aire, como un pañuelo divertido, el manubrio estaba enganchado, mediante una soga firme y delgada, a la lancha que servía para jalarla. Ella sonreía, su sonrisa parecía una mantarraya luminosa en su rostro. Mi recuerdo es de una escena llena de agua, agua en medio de una orilla y de otra, de agua que, en forma de espuma, era como un camino blanco que le indicaba por dónde debía ir la chica sobre la tabla. Pensé, fue inevitable, en pasajes bíblicos donde hombres, siempre hombres, caminaban sobre el agua, esta chica desafiaba la ley de la gravedad y se deslizaba sobre el agua, pensé que había, más que una esencia divina, una muestra de la física, donde la velocidad y la forma ergonómica de la tabla le permitían avanzar sobre el agua, sin que se hundiera. ¿Era una chica de la otra orilla? ¿Alguna actriz de Hollywood? ¿Una princesa? Yo no sé nadar. Siempre digo el chiste sobado “como anona anonadada porque nado nada”. Cuando estoy en un lugar donde hay agua me retiro lo más posible de la orilla. Todo lo veo desde lejos. Así, de lejos, vi a la chica. Nunca pensé en envidiarla, porque ella hacía lo que yo no podría jamás. No. Nunca he envidiado a Dios por crear el universo, sólo me dedico a observar su creación, a verla, a disfrutarla. Esa mañana fue lo que hice, la vi un lapso breve, pero sigo recordando a la chica y será un recuerdo inagotable. No, le dije a Armando, lo dije, según yo, en forma amistosa, pero el terror, tal vez, imprimió un tono alto a mi respuesta. No, por supuesto que no, no subiría con él al barco. ¿Qué vería desde el barco? Lo mismo que estaba viendo desde la orilla. No me preocupa saber el nombre del pueblo costero, así como no me preocupó saber el nombre de la chica.