viernes, 15 de agosto de 2025
CARTA A MARIANA, CON EL NARRADOR
Querida Mariana: Mario Vargas Llosa, en varias ocasiones, dijo que los escritores deben estar pendientes del narrador. Hay gente que piensa que el narrador de una novela es el propio autor. ¡No! Vargas Llosa asegura que el narrador es también una invención del autor. ¿Es así?
¿Qué pasa con las autobiografías? Se supone que quien narra una autobiografía es el mismo autor. ¿Es así? Tal vez no. Tal vez Gabriel García Márquez tuvo razón al decir que “la vida no es la que uno vivió sino la que recuerda y cómo la recuerda”.
Así que, tal vez, digo sólo que tal vez, los seres humanos somos los narradores de lo que es nuestra vida y estos narradores son otros, que no nosotros.
Las autobiografías son las biografías más cercanas, pero (¡segurísimo!) todo lo narrado no corresponde precisamente a lo vivido. Ningún ser humano puede contar su vida con precisión, bien porque se aplica la autocensura o porque el olvido hace su presencia. Nadie cuenta todo lo que recuerda, hay cosas que nos guardamos para nosotros y nunca lo expresamos.
Ya que mencioné a Vargas Llosa y a Gabriel García Márquez sirve de ejemplo de lo que es la vida. Todo mundo se enteró del madrazo que Vargas Llosa le propinó a Gabo una tarde. Gabo al día siguiente acudió con un amigo fotógrafo para que le tomara la fotografía que fuera testimonio gráfico del golpe recibido. Los dos grandes amigos (Gabo y Mario) acordaron (¡pucha!) no decir algo acerca del motivo que llevó a Vargas Llosa a enemistarse con Gabo. Hay diversas versiones del motivo, pero todo son especulaciones. Así, cada persona lleva en su memoria recuerdos que jamás comparte con otros. El dicho “se lo llevó a la tumba” es aplicable a todos los seres humanos.
Si llevamos la idea ficcional de Vargas Llosa al plano de la realidad podemos decir que nosotros también inventamos al narrador de nuestra vida, aunque no todo mundo sea escritor. Todos contamos fragmentos de nuestra vida, buscamos un narrador que cuente, ese narrador tiene múltiples caras, a veces es complaciente, a veces es esquivo y muchas veces es severo. Porque, esto nos lo puede explicar bien un psicólogo, nuestro narrador personal es uno cuando está ante un público grande, otro cuando está ante un desconocido y uno cuando está frente a un cercano. El narrador se parece mucho a cada persona, pero no es la persona. ¿Qué pasa con nosotros mismos? Bueno, pues diré, por experiencia propia, que también tenemos un narrador que no siempre nos habla con la verdad, a veces se hace tacuatz para no enfrentarnos a nuestros más dramáticos monstruos. Hay gente que se trata bien, y hay otras que se tratan en forma inmisericorde.
No siempre el mundo nos dice que somos pendejos, a veces somos nosotros quienes nos calificamos así y vamos con la piedra de la desgracia sobre nuestras espaldas.
Como soy escritor elijo el tipo de narrador que contará una ficción o una experiencia personal. A veces, es inevitable, el narrador elegido confunde mis recuerdos personales y los mezcla con actos inventados y el tachilgüil confunde a algún lector en especial. Mi frontera no está bien definida. A mí no me causa desasosiego este entrecruzamiento, porque al final es un juego que hago con mis recuerdos y con algunos deseos.
Sé que a vos, como a todo el mundo, te sucede lo mismo. Nosotros, que somos creadores, usamos los recuerdos personales para, en mi caso, escribir, y en el tuyo, contar una historia a través de imágenes; pero no sólo los recuerdos personales son la materia prima, también lo son los recuerdos de los demás. A mí, en ocasiones, me cuentan cosas muy íntimas. No puedo decir estas intimidades en mis cuentos o novelas. ¿De verdad? No lo creo. Sé que en alguna línea algo de esas historias debe colarse, claro, con protagonistas inventados. A final de cuentas, las vidas de todos son muy semejantes.
Posdata: en literatura hay un concepto esencial: verosimilitud; es decir, la vaina donde lo que se cuenta es creíble. Si vos escribís un cuento o una novela y carece de verosimilitud ¡ya valió chetos! Lo que se cuenta puede ser una gran mentira pero debe ser creíble. Así, el narrador debe ser una persona que cuente cosas creíbles, aunque sepamos que todo es ficción. ¿Lo mismo sucede con la realidad? Parece que cada vez más llegamos a esa línea que antes era aduana. Los poderosos nos presentan una realidad irreal y mucha gente cree, porque el narrador elegido es alguien que las personas adoran.
¡Tzatz Comitán!