jueves, 7 de agosto de 2025
CARTA A MARIANA, CON LECTURAS
Querida Mariana: cuando la tía Elena estaba enojada conmigo me llamaba así: Alejandro, con a minúscula. Acostumbrado a mi nombre siempre aparecía en mi mente como acá lo escribo: Alejandro, pero ella, envuelta en su coraje, remarcaba: Alejandro, con a minúscula.
Con el tiempo se volvió chacoteo entre la familia. Sin estar molestos, al verme llegar, alguien decía: ya llegó Alejandro, con minúscula. Todos reían, yo también.
En las familias hay de todo, a veces se cuela un genio, uno que sale bueno para el deporte, otro que es bondadoso y, nunca falta, el molestoso. Los jodones se caracterizan por hallar la grieta donde todo es como una pared bien aplanada. Un jodón comenzó a decirle a la tía, Elena con minúscula. Ella, muy enojada, le dijo que él era de huevos chiquitos. Entonces, quien recibió las bromas familiares fue el jodón, Emiliano. Cuando entraba a casa todos ponían la mano derecha frente al pecho y juntaban los dedos dejando apenas un huequito entre ellos. Emiliano sonreía, pero sus ojos lo delataban, la broma había caído en terreno fértil y no hallaba cómo remediarlo. Él nada tuvo qué hacer, una tarde nos reunió la tía a todos, con excepción del involucrado y nos dijo que ya estaba bien de esas bromas. Alguien le recordó que él había empezado. Eso era cierto, pero la tía dijo que ella decretaba un tiempo de paz.
En la tarde, Emiliano entró a la sala y la prima Martha dijo: ya llegó Emiliano. Rosita se paró y le preguntó si quería dulce de chilacayote. Todo mundo notó la cara de sorpresa, sorpresa, porque él no esperaba ese trato. Él aceptó el dulce y, minutos después, Rosita le ofreció un plato con el dulce.
El Emiliano era jodón por naturaleza, la abuela decía que ese gen lo había heredado de su papá, tío Guillermo, quien tenía fama de ser ojo alegre, iba al mercado y esperaba que una sirvienta se agachara a escoger los chayotes o el cilantro y repegaba su cuerpo, haciendo contacto con el trasero de la muchacha, diciendo, como si se dirigiera a la vendedora: qué bonito está el culantro, pero se mira que le faltó agüita. Decía, ya entre amigos, que si la muchacha se tardaba en escoger la verdura es que le había gustado lo que había sentido.
El Emiliano cambió su carácter, el recibir una sopa de su propio chocolate le enseñó una lección para toda su vida.
Posdata: yo también procuré no disgustar a la tía, cuando me llamaba lo hacía sin el agregado, al oír mi nombre, yo, mentalmente, decía: Alejandro, con A mayúscula. Así, hasta la fecha.
¡Tzatz Comitán!