miércoles, 27 de agosto de 2025
CARTA A MARIANA, CON ENTABLADOS
Querida Mariana: hubo un tiempo donde las cercas eran una serie de tablas. Simples tablas dividían lo de afuera con lo de adentro. No vayás a pensar que en todo el mundo era así, no, por ejemplo en Alemania había una división que era inexpugnable (pucha, qué palabra). Dudé ahora y busqué en el diccionario: inexpugnable: de acceso muy difícil. Sí, que quede entonces. Los compas alemanes que vivieron el Muro de Berlín quedaron divididos: los de la Alemania Oriental y los de la Alemania Occidental y durante años no pudieron verse, si alguien intentaba pasar para el otro lado podía terminar con una bala en la cabeza, lanzada por los guardias que estaban pendientes de que nadie cruzara de un lado para otro. Uf. En cambio, en nuestro Comitán afectuoso, las divisiones entre lo público y lo privado eran modestas cercas que brincaban los muchachitos traviesos, para cortar las limas que había en los sitios.
Si mirás con atención la fotografía verás que tiene una unidad admirable. Se alcanza a ver en la parte trasera tres maderas horizontales que daban sostén a las tablas verticales. No había mucha ciencia, pero sí mucha pasión. Sólo el espacio de las dos hojas que forman la puerta no tenía más apoyo que en las laterales.
La fotografía la tomé en el 2024; es decir, este entablado aún sigue vivo. En tiempos donde la “modernidad” llegó como tsunami y tiró muchas fachadas, para levantar edificios “nice”, esta simpática división permanece casi inalterada.
Al fondo de la fotografía se ve el relajo de los últimos tiempos, las grandes construcciones. Los tiempos de inseguridad que se viven han obligado a los propietarios a levantar enormes bardas coronadas con rehiletes de alambre de púas, casi como si fueran imitación del Muro de Berlín. El Muro cayó, pero en el pueblo se levantaron miles de muros.
Cuando me suscribí al Facebook y vi que debía hacer un muro pedí que el mío fuera como esta barda, que fuera modesto, un espacio lleno de flores, que se pudiera ver el cielo de Comitán; que todo mundo pudiera entrar a mirar el interior, que fuera un espacio lleno de aire limpio, que si, por necesidad, algún cabrón se orinaba o defecaba en el sitio pensaría que era un niño travieso, pero que si insistía en joder mi sagrado espacio lo declararía persona non grata y lo eliminaría para que fuera a joder otros espacios, pero no el mío. Y así ha sido. Mi muro de Facebook es como este entablado que mirás.
Me gustaba el nombre de "La Tablazón” que algún día tuvo un famoso restaurante en Comitán, donde se disfruta una exquisita botana. El negocio fue exitoso de la noche a la mañana y las tablas cedieron su lugar a una barda con ladrillos y cemento y el nombre original fue modificado, parece que ahora se llama “El ángel”, Dios mío, el nombre auténtico se volvió común. Ni modos.
Esta barda habla de cómo era el pueblo, sin afeites, sin poses de soberbia, pueblo de la gran Lola Albores (algunos le decían Lola Albures, porque así nos llevábamos todos). Comitán era un pueblo entablado o empedrado, porque muchos terrenos se delimitaban con bardas chaparritas, con amontonamientos de piedras. Todo era como muy a la vista, como si todo mundo fuera lo que era: un compacto grupo de conocidos, de gente buena. Digo, no faltaban los cabroncitos de siempre, los que hay en todas partes, pero era una minoría, era gente que llegaba de fuera. Por estos es que el mundo levanta muros, porque hay gente que pasa de un lado a otro. Por eso, los gringos levantan murallas para que no pasen los migrantes. En el Sur la cosa es menos dramática. No sé si esto sea lo más conveniente. Recuerdo que una vez fui al rancho de mi amiga Lulú Guillén que estaba junto a la frontera de Guatemala y vi los mojones que separan un país de otro, pero tranquilamente caminé por el territorio chapín.
Como crecí en el Comitán de muretes chaparritos de piedra y con bardas de tablas mi espíritu bebió esa esencia. Veo a muchas personas conocidas con esta misma perspectiva, sus egos están a la altura de sus logros, sin creerse globos aerostáticos; poseen el espíritu de las tablazones, que permiten ver los cielos.
Posdata: los niños de los años cincuenta y sesenta crecimos en un Comitán afable, donde los terrenos estaban delimitados con tablas, con tablas que aún siguen vivas, que no se han podrido con la lluvia ni con el inclemente sol, ahí siguen, ahí seguimos nosotros.
¡Tzatz Comitán!
