martes, 19 de agosto de 2025
CARTA A MARIANA, CON PALABRITAS
Querida Mariana: el otro día dije que las primeras palabras en inglés que aprendí fue “View Master”, porque en la feria de agosto venía un hombre que colgaba estos aparatitos y los rentaba para que viéramos imágenes. El View Master fue el abuelo de los lentes actuales de tercera dimensión, que son tan apantallantes. En aquellos años sesenta, los View Master eran una atracción genial, que hoy parecería un sencillo y casi bobo entretenimiento. El mundo ha avanzado mucho, en lo que se refiere a chunches tecnológicos.
Nunca hice la traducción, bastaba con llegar a casa y decir que había visto imágenes en el View Master para sentirme importante, no sólo por el aparato en sí, sino porque estaba hablando inglés. ¿Ok? Mi mamá había aprendido algunas palabras en francés en la Ciudad de México, pero no parlaba alguna palabra en inglés. Ahora que repaso mi memoria no encuentro alguna vez que mi mamá haya pronunciado algo en el idioma de Shakespeare. Mi papá tampoco decía palabras en inglés, él prefería el idioma de nuestros antecesores, el italiano. Mi papá me preguntaba: ¿capisci? (capichi), y yo sabía que él decía si había entendido. “Capichi”, ahora lo pienso y esta cinta me lleva al recuerdo de mi papá. Así que el único que “hablaba” en inglés era yo. Hasta la fecha no sé bien a bien qué significa View Master, pero lo pronuncio como si fuera Hemingway o Joyce. Si desgrano los términos puedo, más o menos, acercarme al significado. ¿Qué es View? Tiene que ver con visión, ¿no es cierto? Claro, el aparatito nos lo poníamos frente a los ojos, como si fuera un par de lentes. ¿Qué es Master? Bueno, mi inglés apochado me sugiere que tiene algo que ver con Maestro. Tengo un amigo que me saluda así: master. Así que mi traducción pochoroca es: Imagen maestra o Maestría de imágenes. En fin, era un aparato genial, porque era primo hermano del cinematógrafo, aunque era de imágenes fijas, pero bastaba darle hacia abajo a la palanca para que el disco avanzara y enseñara la siguiente imagen, era un cinito de imágenes fijas. Nosotros debíamos darle la historia, que es lo que hacemos los seres humanos cada vez que estamos ante una imagen, es lo que hacemos los lectores en cada línea de novela o cuento.
Estudié mi educación primaria en la Escuela Fray Matías de Córdova, escuela pública, perteneciente al sistema educativo estatal, donde, muy congruentes con el sentido patriótico, nunca asomaron palabras en inglés (ahora, en muchos colegios particulares el inglés es una materia que se agrega al programa oficial). Fue hasta la secundaria del Colegio Mariano N. Ruiz donde apareció la materia Inglés. El inglés sí ya estaba considerado en el programa oficial y todas las escuelas de instrucción secundaria lo impartían. Ahora, en broma y en serio, digo que no aprendí más que lápiz, pencil y cuaderno, notebook. No sé en qué momento perdí el orgullo de pronunciar palabras inglesas. Jamás volví a poseer la grandeza que tuve cuando llegué a casa y dije que había visto imágenes en un ¡View Master! y vi que mis escuchas quedaban asombrados, ante lo que conté y ante mi pronunciación. Muy pronto, como me ocurre con frecuencia, olvidé la grandeza del nuevo conocimiento y todo lo metí en el saco de lo cotidiano, de lo común.
No he viajado a París, porque pienso que puede ocurrirme tal costumbre antañona, estar frente a la Torre Eiffel, por ejemplo, y no sentir lo que sentí cuando estuve por primera vez ante el mar. Me sentiría decepcionado. ¿Qué tal que, como simple mortal, apareciera en mi mente la pregunta: esto es todo? Me da pena decirlo, pero la primera vez que estuve frente a una ruina prehispánica no le encontré el sentido mágico y lo vi como un mero amontonamiento de piedra, esa vez me dediqué a dejarme seducir por el entorno, por el bosque deslumbrante que crecía alrededor, a escuchar el canto de los pájaros, a mirar el paso del aire por en medio de las nubes.
Posdata: sí, tenés razón, soy un bobo, así soy. Me da pena. ¿No me sedujo el genio creativo de los seres humanos? Uf, perdón. No encuentro chiste al pensar que estaré frente a un gran rascacielos en una calle de Nueva York y levantar la vista para ver decenas de toneladas de hierro y de muchas sábanas de cristal. Llama más mi atención lo pequeño, pero lo de la naturaleza, el camino indescifrable que hacen las hormigas, el vuelo eterno de un colibrí o el aleteo de una mariposa por en medio de un ramo de buganvilias. Mi reacción ante lo bello es la misma de todos los humanos, digo: ¡oh!, lo pronuncio como si esta palabra fuera inglesa, abro la boca como si lo hiciera para beber una bocanada de oxígeno, casi siento que los ojos toman un color azul, como si fuera un gringo nacido en Oklahoma.
¡Tzatz Comitán!