viernes, 8 de agosto de 2025
CARTA A MARIANA, CON UNA PLAYA Y AL FONDO EL MAR
Querida Mariana: de niño conocí el mar. Tiene años que no me acerco a una playa. Conocí el mar de Acapulco, el de Veracruz y el de Baja California. Conocer esas inmensidades me causó gran conmoción. ¿Quién no se sorprende ante tal extensión? Conocí el mar y no sólo lo vi de lejitos sino que me metí, claro en la orillita (ahora lo pienso y siento un gusano eléctrico caminar por mi espalda). ¿Cómo tuve el coraje para sentarme en la arena y dejar que el agua lamiera mis pies, mis piernas, mi panza, mi espalda? Tal vez hubo un tiempo que no fui tan tutuldioso.
La primera vez que estuve ante el mar, en lugar de sentirme minúsculo, frágil, me sentí poderosísimo, un inmenso ser humano, como si ese prodigio me infundiera fuerzas y me llenara de su energía. Vi el horizonte interrumpido apenas por unas gaviotas que volaban y por una niña que estaba sentada sin parasol frente al mar. Hasta donde recuerdo, era un tiempo donde las chicas no se ponían bloqueadores. El sol no era tan inclemente, como ahora, sus dedos nos acariciaban en forma más sutil. ¡Mentira! ¡Miento! La primera vez que estuve en una playa de Acapulco, terminé con la piel toda quemada, mi mamá debió ponerme pasta dental en todo el cuerpo para mitigar el ardor. ¿Pasta dental? Sí. No sé qué sustancia posee el dentífrico que ayuda a curar las quemaduras de sol. Bueno, ya nada me sorprende, hay ocasiones que usamos algún objeto para algo que no es su vocación original. ¿Nunca has tratado de quitar un tornillo dándole vueltas con un cuchillo? ¿Nunca has limpiado tu nariz con un pedazo de papel higiénico que, se supone, fue creado para otro uso?
Digo que mi primer recuerdo, un poco nebuloso, fue el del mar y la niña frente al mar. Yo estaba detrás de ella. La niña llevaba un traje de baño color naranja, tenía puesta una mano sobre la arena y su cuerpo adoptó una ligera inclinación, como si fuera un segundero de reloj marcando las once. El sol se regodeaba en la playa, sobre el agua y en las espaldas de la gente que ahí estaba, sus dedos eran como dedos del Rey Midas, porque todo lo volvía de color oro, color trigo, color nanche. La niña (casi estoy a punto de escribir, la niña más hermosa del mundo) parecía arder en su cabello, porque su melena corta, de por sí de color dorado, parecía una tea, un faro para que los extraviados supieran cómo llegar a la playa. Fue una visión maravillosa. Vi si alguien más observaba el cuadro que yo presenciaba, pero parecía que esa pintura, mejor que un cuadro de Sorolla, era sólo para mí. El destino me había reservado un mojol de lujo, no era sólo el conocimiento del mar (soberbio) sino que me había puesto frente a la imagen de esa niña (que no pongo que era la niña más hermosa del mundo, porque jamás le vi el rostro).
Posdata: no sé cuántos momentos memorables conservás en tu espíritu. Conocer el mar fue una de las cosas más prodigiosas que me sucedieron. Yo, lo sabés, no había visto más que el Río Grande del pueblo (que como decía Bonifaz, ni era río ni era grande), los Lagos de Montebello, con muy bello colorido, pero pishcules, sin la fortaleza de millones de caballos desbocados vueltos olas espumosas que posee el mar. Hace muchos años que no he estado frente al mar. Tal vez la vez más próxima fue cuando estuve con mi Paty, Milis y Armín en el mar cercano a Tapachula.
Debo ser sincero, no me gusta el calor que hace en la Costa. A mi edad tal vez sólo me gustaría estar frente al mar en algún país nórdico, con tres suéteres y un gorro tejido en la cabeza.
¡Tzatz Comitán!
