jueves, 10 de julio de 2008

Para pasar la vida (I)

¿Puede ponerse cada aspecto vivido adentro de cajas separadas? ¿En cajas que delimiten, como si fuese una estructura arquitectónica, los diversos espacios? Tal vez pueda hacerse. A veces pienso que no estoy adentro del mundo sino el mundo es el que se adentra en mí. Los espacios me llenan y yo los absorbo, y esa eterna inhalación me da este influjo maravilloso que es ¡la vida!

Comienzo pues este texto con un espacio especial: la cantina. ¿Por qué la cantina? No lo sé bien a bien, tal vez porque en compañía de decenas de amigos tomé más trago de la cuenta, o porque estos espacios siempre me atrajeron.

La primera cantina que conocí fue el "Rincón Brujo", ¡pucha, tenía todo el misterio desde el nombre! Estaba ubicada frente al parque central de Comitán. Siendo niño yo pasaba frente a la cantina y sentía curiosidad por ver lo que había adentro. Hay espacios que tienen siempre un rostro de prohibición y que, por lo tanto, invitan a hurgar adentro de ellos. Las cantinas son espacios misteriosos.

Una vez el rumor inundó a Comitán: en el "Rincón Brujo" habían matado a alguien y la cantina fue clausurada. Como nunca había oído en el pueblo que alguien hubiese sido asesinado adentro de un cine, de un restaurante, en la cancha de basquetbol o adentro de una escuela, supe que en las cantinas la muerte y la vida jugaban a "las escondidas" todos los días. El alcohol propiciaba ese perverso juego. El "Rincón Brujo" me tatuó con su embrujo y muchos años de mi vida los dediqué -tal vez un poco sin conciencia plena- a jugar a las escondidas también.

Una vez mi tío Ramiro llegó a decirle a mi papá que me había visto salir de la cantina. Yo tenía once o doce años. Mi papá sacó su cinturón y me preguntó si era cierto (como si fuera un Sherlock Holmes mi papá agotaba la investigación antes de darme el primer cinturonazo. Esta previsión maravillosa evitó palizas gratuitas y traumas posteriores. Amo a mi papá porque nunca se excedió en su oficio de padre).

-Sí, entré a la cantina de "Tío Tavo"- dije, sin levantar la vista.

-¿Qué bebiste?- preguntó ya más enojado, con el cinturón en la mano.

-Nada, fui a comprar tortas.

-¡Ah, qué plancha!- dijo mi papá y se volvió a colocar el cinturón.

"Tío Tavo" tenía una cantina en donde preparaba las botanas más exquisitas del pueblo (eso lo comprobé ya cuando tenía dieciocho años o más) y unas riquísimas tortas. De pequeño me habitué a comprarlas y no había más modo de hacerlo que entrando a la cantina. Creo que en ninguna parte del mundo hacen ya esas tortas. Las preparaba con un pan blanco redondo pequeño (pan francés le llaman en Comitán), una untada de crema, una lonja muy delgada de chicharrón de hebra, un poco de verde y un pico de gallo de jitomate. ¡Las tortas más ricas del mundo! ¡Lástima que "Tío Tavo" no bautizó esas tortas! De haberlo hecho hubiesen sido tan famosas como sus "Macharnudas" (bebida que hizo popular en todo el Sureste de México). Es famosa la anécdota que da cuenta del peligro de beber una "macharnuda".

-¿De cuántas cuadras lo querés, mi hermano?- preguntaba Tío Tavo.

De dos o tres, contestaba el valiente bebedor. Los testigos juran ante la Virgen que el bebedor quedaba tirado en la calle en la esquina del número de cuadras solicitado.(Continuará)