miércoles, 15 de julio de 2009
CARTA A MARIANITA DONDE SE CUENTA CÓMO LAS AZUCENAS NO TIENEN NADA QUE VER CON LOS AZUDESAYUNOS
¿Fue Cortázar quien dijo, a propósito de una obra de Yourcenar, que los genios son quienes dicen mucho en unas cuantas líneas?
Ahora el concepto de genialidad está confundido. El otro día un “artista” colocó una Instalación en una sala del Museo de Arte Contemporáneo. Puso tres escaleras, de diferentes tamaños, a mitad de la sala, detenidas con unos alambres delgados. El título de la obra fue: “¿Hacia dónde?” Uno de los jóvenes espectadores, con bufanda enredada en el cuello y saco de pana gris, se agachó para ver la parte superior de las escaleras y le comentó a su pareja: “¡Genial! ¿No?”. Yo me puse a ver el suelo para ver si por ahí hallaba tirada la genialidad, porque eso me pareció una gran tomadura de pelo.
Esto fue todo. ¿Es una genialidad colocar tres escaleras a la mitad de una sala? Una vez fui a una galería universitaria en la ciudad de Puebla. El “artista” había trasladado objetos del basurero a la duela impecable de la sala. En el piso estaba un colchón grasiento y lleno de manchas, una pantaleta y una toalla sanitaria usadas; sobre las paredes una serie de condones (nunca supe si usados o nuevos, porque no soporté ver esa asquerosidad más tiempo). A la salida estaba un grupo de chavos fumando y cotorreando. Uno de los chavos, con el pie sobre el barandal de hierro, dijo con esa voz que caracteriza a los muchachos que leen a Nietzche: “Esto alude a la temporalidad humana”. ¡Pucha y recontrapucha!
Hay tanta confusión en el mundo, Marianita, que ahora a cualquier caldo le llaman champaña y a cualquier Cuevas le dicen Modigliani.
El otro día vi una obra de Gabriel Orozco: una mesa redonda para jugar billar. Esto sí me pareció que rozaba la genialidad, porque transformaba la realidad en una torcedura muy simpática, pero no llegaba a ser genial.
Ahora casi casi estoy a punto de decir que la genialidad ya está ausente. Todo es porque ahora el mediocre se asume un genio y lo cacaraquea de tal suerte que medio mundo se lo cree. Los medios de comunicación han potencializado este engendro.
Tal vez cada quien tiene su genio o, para decirlo mejor: cada quien tiene el genio que se merece. Los que siempre permanecen en una media de 5 les sonará a genio todo aquello que sea de 6 y así hasta llegar al 10. Antes sólo el 10 merecía el calificativo de genio, hoy todo se ha devaluado.
Este año celebramos los treinta años de la aparición del walkman (vos sos tan joven que tal vez no sepás de qué estoy hablando, pero pensá que fue como el abuelo del ipod. Era un reproductor de música personal. Al principio los adultos bendijeron este invento porque los chavos ya no tenían los aparatos de sonido a todo volumen; luego los odiaron porque los chavos siempre estaban con los audífonos y no escuchaban más que la música). Un año después que Sony lanzó el aparatito en todo el mundo, adquirí uno en la ciudad de México y pensé que el inventor era un genio (hoy, ya viejo, dudo mucho de esta apreciación).
Hace años, acá en Comitán, con tu tía Alicia jugábamos el juego del “Más, más”. Ella, por ejemplo, mientras me servía una taza de café y dos quesadillas, decía: “Quién es el mejor actor del cine norteamericano” y yo decía un nombre, pero ella insistía: “El más, más” y entonces aparecía otro nombre que rebasaba al anterior. Cuando nos rendíamos revisábamos el cuaderno y hallábamos una larga lista de nombres de actores maravillosos, pero siempre tendíamos al más, más, más.
Ahora la gente se queda con el primer nombre y por esto medio mundo es genial. ¿A poco no el otro día vos y yo oímos a esa niña del vestido azul decir que Arjona tiene canciones geniales? Te digo, ahora a cualquier cascarón le llaman huevo y a cualquier Madonna le prenden veladoras.
P.d. Sé que Kawabata te parece genial, pero ¿quién el más, más?