jueves, 9 de julio de 2009

DOS ARENILLAS


Andaré afuera otro ratón. Pero a los fieles lectores les dejo un poco de tzizim y dos Arenillas, por si no las leyeron en el periódico. Gracias por entrar a este cuaderno.


CARTA A MARIANITA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL SOL DESPIERTA SIEMPRE A LA MISMA HORA

Sí, Marianita, los adultos de hoy ya perdimos la batalla. Ustedes, los jóvenes, nos han ganado y nosotros hemos cedido los espacios. La historia nos juzgará y, estoy seguro, no será un juicio generoso.
Recuerdo que cuando era niño mis papás me llevaban a las fiestas y escuchaba marimba. Los adultos bailaban, o bebían “comiteco” y botaneaban tostadas con sangrita de carnero o con guacamole; los niños corríamos por todos los corredores y los jóvenes fumaban. Todo mundo charlaba, porque la música de marimba era como la caída de agua en el bosque, que es un sedante para el espíritu.
Por fortuna aún existía esa brecha generacional entre adultos y jóvenes que hacía la diferencia respecto al comportamiento supuestamente correcto y el comportamiento revoltoso. Los adultos escuchaban su música de bostezo y los jóvenes su música ruidosa. Esta brecha era sana, nadie se confundía. Los viejos se entercaban en decir que lo suyo “sí era música” y que Pedro Infante, María Callas y “El mudo” Gardel eran verdaderos cantantes. Los jóvenes se rebelaban y le subían el volumen a Los Beatles o a Jimmy Hendrix o a la loca de Janis Joplin; bailaban como si sufrieran un ataque de epilepsia (esto decían los viejos con una ironía maravillosa).
No sé qué pensés vos, Marianita, pero yo siempre he creído que las diferencias son sanas. Es odioso que un joven se comporte como adulto, así como es patético que un adulto tenga comportamientos juveniles.
Hoy todo es confuso. En algún momento los adultos, en intento de acercar la “otra” orilla, cedieron espacios y convicciones. Ahora, acá en Comitán, las fiestas de adultos son amenizadas por marimbas orquestas con profusión de “megabocinas” que suenan como un caldero en ebullición. Las fiestas familiares se han convertido en un remedo de las discotecas y de los antros que frecuentan los jóvenes.
Los adultos mueven las manos sobre las mesas, pero no llevan el ritmo, las mueven porque un tic espantoso los obliga a ello. Cuando la música cesa ellos siguen moviendo las manos como un preludio de la taquicardia que los envuelve, como un inquietante aviso del Mal de Parkison que asoma. Platican en medio de tarolazos y tamborazos; es decir, mueven las bocas y, por inercia, dicen sí o no, sin saber qué les dice su interlocutor, porque no escuchan nada.
Cedieron, incluso, en sus gustos. Antes coreaban aquello de: “Voy por la vereda tropical, la noche plena de quietud, con su perfume de humedad”, y hoy cantan esto de Wisin y Yandel: “Abusadora, abusadora, abusadora, bendita sea la hora en que te encontré…yo la llamo y le cai, ella tiene millaje”.
Los adultos, en infausta hora, suprimieron la brecha generacional. En lugar de atraer a los jóvenes a su orilla ellos cruzaron y ahora están en un territorio desconocido y no saben qué hacer.
Nos ganaron, Marianita. Nos ganaron porque nos rebajamos, nos pusimos al tú por tú. No supimos ejercer nuestro derecho de antigüedad. Quisimos sentirnos jóvenes, hacernos amigos de ustedes. Qué tontos. Ahora estamos pagando las consecuencias.
Sé que esta camisa no te queda. Vos sos una maravillosa joven, que no por ser joven es irresponsable. Nunca la juventud ha sido sinónimo de desidia. Has aceptado la responsabilidad de quien abre la ventana y sabe que no hay más horizonte que aquella línea que vos diseñás.
Te escribo esto porque sólo vos vislumbrás este vacío que hoy llena el vaso de esta generación. Extraño a los adultos serios, a los que reprendían a los jóvenes. Hoy los adultos no reprenden más, olvidaron el concepto del deber y de la autoridad. Hoy no les alcanza más que para quejarse y lamentarse: “¡Qué bárbaro, cómo está la juventud de hoy!”.
P.d. Sólo el sol sigue siendo puntual en su estricto sentido del deber, ¿a poco no?

MUJERES HECHAS DE AIRE

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como terrones de azúcar, y mujeres que son como alas.
La mujer ala no tiene los pies sobre la tierra. Siempre tiene en su corazón algo como una burbuja que se evapora, como un sueño de piedra que levita.
Al principio de los tiempos, la confusión fue su pan de cada día. ¿Cómo saber si su estirpe provenía de las mariposas o de los vampiros o de los ángeles?
Dada su propensión al viento, siempre se le ve asomada en los balcones, sobre los yates, en las ventanillas de los aviones o trepada en la Torre Eiffel o la de Pisa.
Cuando uno se piensa niño es muy fácil encontrarla sobre las nubes, en los papalotes o en el camino invisible que deja el humo del cigarro (o la cigarra).
A veces voy al parque central de Comitán, en las tardes. Veo las mujeres que caminan, mientras la luz del sol busca un lugar para hacer su nido. Observo con detenimiento para descubrir una mujer ala. Es difícil hallarla entre las muchachas bonitas que estudian en la preparatoria o en las que apenas han ingresado a la Universidad. Por lo regular, la mujer ala ya tiene varias horas de vuelo. Las niñas de dieciocho años apenas son ninfas.
La mujer ala se identifica porque en sus ojos tiene una luz de vitral, un reflejo de agua limpia. A primera vista se advierte en sus manos que está acostumbrada a acariciar en medio de la penumbra, de la sombra y de la tormenta en madrugada; se advierte en sus pies que ha caminado caminos de tierra y de polvo de agua; se advierte en su espíritu que está llena de películas de Fellini, de Kurosawa, de Kieslowsky, de Pasolini y de Woddy Allen. Está llena de nubes Cortázar; de atardeceres Benedetti; de selvas Efraín Bartolomé; de misterios Morábito y de grilletes Sade. Rebosa aguas de Bach, Dvorak o Beethoven. Tiene en su corazón mil puestas de sol y millones de gritos y susurros que fueron el alpiste para la seducción.
Posee el maravilloso don del camuflaje y puede ser una inocente catarina o convertirse en un águila arpía.
Cuando un hombre la quiere hacer barquito de papel ella se rebela y muta en avioncito. No cree en horóscopos ni en destinos predeterminados. Es libre, siempre y cuando no se tope en su camino con un hombre campana de vacío.
En el otoño se le ve flotar en el aire, junto a las hojas secas, junto a las promesas hundidas. Prefiere la noche, que es la hora en que las golondrinas y los zanates ya duermen en sus callejones.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como un lenguaje no inventado, y mujeres que son como el olor a luna entintada.