martes, 14 de julio de 2009

CON AROMA DE SELVA



A veces juego e invito a mis afectos. Ponemos unas fichas de madera sobre el suelo. Cada ficha tiene una imagen en la parte oculta. Es un poco a lo que juega todo mundo a toda hora. El mundo juega a cuánto vale la imagen, nosotros jugamos hasta qué cielo llega. Son instantes en que nos despegamos tantito del suelo, en que abandonamos al mundo en su carrera de perro doberman.
El otro día, Marianita hizo “la sopa” y eligió una, la volteó y apareció la figura de un canario. “No juego más”, dijo, aventó la ficha y la puerta de la sala y de la casa y (según platicó al otro día) no paró hasta llegar a la suya y aventarse sobre su cama.
Cuando era niño jugábamos un juego similar con los niños de la cuadra. Jugábamos a ser lo que no éramos. Pancho siempre jugaba a ser un árbol de aguacate y su hermana Maluye jugaba a ser un ave. Mario, que siempre fue muy molestoso, empujaba a Pancho y nos decía a los demás: “Bolita, bolita, trepemos sobre el aguacate”, pero no pasábamos ni un segundo encaramados sobre la humanidad de Pancho cuando ya Maluye nos pellizcaba fuerte, ¡pero de veras fuerte! Cuando nos sentábamos de nuevo, acezando, con las manos sobre la nuca, Maluye nos decía que era un cuervo y nosotros gusanos. Así defendía a su hermano. Era un poco como si ella (o él, dando por hecho de que era un cuervo) sobrevolara el árbol para evitar que los gusanos atacaran los aguacates del árbol de Pancho.
Maluye era feliz siendo ave. Marianita no lo fue al pensar en la posibilidad de ser un ave enjaulada. A veces nos olvidamos en todas las posibilidades que existen en una vocación. No siempre es bueno el deseo del vuelo. Conozco muchos hombres que viven en el vuelo y terminan en la confusión porque nunca estuvieron preparados para las alturas.
A veces, tener alas es dar pretexto al hombre que es un gusano, al que tiene a la envidia como el anhelo más alto de su espíritu.
Marianita me dijo que no quiere ser un ave encerrada. Si la vida no le otorga el vuelo, lo entiende, no pide más que una vida donde, cuando menos, el camino no sea un simple sueño. A mí me gusta andar caminos, me dijo, me gusta sembrar palabras en el campo y volar papalotes sin que haya un muro que detenga mi carrera, mi deseo.
Total, que ayer, despegamos todas las figuras de aves. En su lugar pegamos huellas. Marianita volvió a sonreír. Dice que la huella le inspira porque le recuerda a la sandalia de Jesús. Porque Jesús usó sandalias, ¿verdad?, pregunta. Y yo no sé qué contestar. Sólo se me ocurre decir que botas de vaquero no usó, y esto nos da mucha risa.