miércoles, 1 de julio de 2009

LOS KLEENEX


Con un abrazo para Pepestesur, por quince años de brega estesuriana (dije brega, ¡brega!)


El desempleo lo llevó a ese camino. Gumer abrió su negocio hoy en la mañana. Lo hizo en su casa para evitar el pago de renta. Compró una cartulina y con un plumón negro escribió: “Se diseñan vidas desechables”. Abrió una gaveta del escritorio -herencia de su mamá-, sacó un rollo de cinta canela, cortó cuatro pedazos y fijó el letrero en la entrada de su casa.
El abuelo, al contrario de lo que piensa su nieto Gumer, piensa que esta vida se jodió desde que todo es desechable. Un día el abuelo, desde su mecedora, sentenció: “¡Lo único que nos falta es que a Dios se le ocurra hacer vidas desechables!”.
Y parece ser que esto era lo único que a Gumersindo le faltaba oír para reafirmar su idea de que la vida actual es bella por desechable. Según la abuela Garavita, en sus tiempos de muchacha no existían toallas sanitarias desechables. Las mujeres que estaban menstruando usaban “trapitos” de color rojo que lavaban para usarlos de nuevo. “Qué asco”, piensa Gumer, pero su abuelo insiste en que es más asqueroso andar topándose con los kotex llenos de sangre en cualquier baño o a mitad de la calle.
Gumer es un adorador de los tiempos actuales. Le fascina todo lo desechable: los pañales de sus sobrinos, los rastrillos, los condones, las latas de refresco y demás chunches (Qué asco pensar que la gente volvía a tomar refresco en botellas de vidrio que quién sabe cómo las lavaban. Qué estupidez andar lavando los pañales de tela de los niños, llenos de mierda. Qué absurdo guardar los mocos en un pañuelo que debía lavarse luego para volverlo a usar).
La gente de antes guardaba todo. Hoy no hay lugar en las casas. El otro día la abuela Gara abrió un baúl y sacó un atado de cartas amarrado con una cinta rosa. “¡Son las cartas que me enviaba tu abuelo, cuando estaba trabajando en Tonalá!”, le confió a Gumer. Éste se rascó la cabeza, prendió la computadora y mandó a la papelera de reciclaje los últimos diez mensajes que le había enviado su novia desde Praga, que anda por allá en viaje de estudio. Esa tarde, a Gumer se le ocurrió que debía inventar algo que fuera como una papelera de reciclaje de vidas.
Mucha gente vive a disgusto con la vida que le tocó. ¿Es posible desechar la vida no deseada? Todo sería más fácil si la vida fuera como un rastrillo de esos que se botan en cuanto sus cuchillas pierden el filo.
Si Gumer lo piensa bien (y así lo pensó) la propia naturaleza es ¡desechable! ¿A poco no cada día, así como a las seis de la tarde, el sol se oculta en un intento de reciclaje? ¿No cada otoño los árboles botan sus hojas como una demostración de que lo perenne no funciona?
Gumer espera a su primer cliente. Un hombre como de treinta y tres años, cansado de la vida que le tocó vivir. Gumer le diseñará una vida desechable, algo que sea como el ideario de un alcohólico anónimo. La vida no durará más de veinticuatro horas y el cliente podrá elegir entre un interminable catálogo de vidas. En base a la personalidad del cliente, Gumer propondrá una serie de actividades que, al terminar el día, deberá mandar al basurero.
Según la experiencia de Gumer, la gente vive insatisfecha porque es lo que no es. Con su método la gente probará otro tipo de vida hasta hallar uno que le acomode.
¿Qué pasa cuando el cliente se resiste a botar la vida desechable porque ésta le acomoda muy bien? Pues nada, Gumer ya inventó el dispositivo que, de manera automática, hace que la vida se desintegre, como si fuera un mensaje de esos que recibía James Bond, en las películas de los años ochentas.