viernes, 24 de julio de 2009

CARTA A MARIANITA, DONDE SE CUENTA CÓMO LAS ALCACHOFAS SE CONSERVAN EN AGUA DE MARAVILLA



No conozco la alcachofa. Sé que es algo comestible, pero también puede ser un gato que saca las uñas o un camastro redondo. La palabra alcachofa me gusta y la empleo con frecuencia. Si algo no me gusta digo: “Ah, qué alcachofa tan podrida” (y pongo cara de vómito, porque la imagino verde, con hedor de perro muerto); pero también la uso cuando algo me gusta mucho: “Ah, qué alcachofa tan iluminada”. Ayer caí en la cuenta que vivo en un mundo alcachofa.
¿Vos, Marianita, no tenés una palabra que te sirva para todo? Los adultos de mi juventud decían que algo estaba muy chingón cuando era maravilloso, y decían que les habían pegado una chinga cuando les iba mal. El verbo chingar servía para designar casi todo.
Hoy, ustedes, los jóvenes, se han vuelto más optimistas. No sé de dónde sacaron la palabra Chido, que emplean para calificar, prácticamente, todo lo simpático de la vida. Pero, ¿qué palabra usan cuando algo no es chido? ¿Conocen la palabra alca-chafa?
El otro día fui al mercado. Compré un ramo de albahaca en el puesto de una mujer que amamantaba a su hijo envuelto en un rebozo. La mujer, de sonrisa como de viento, me dio tres ramos por cinco pesos. Cuando los envolvió en un papel periódico me preguntó si usaría la albahaca para hacer una limpia, en tal caso debía comprar chile crespo. Pagué y me despedí. Mientras recorrí el corredor lleno de puestos con carne, chorizo, queso, manzanas, chile en vinagre, pimienta, tostadas y demás hierbas de olor fui pensando en la palabra alcachofa e imaginé que alguien buscaba en el mercado una alcachofa crespa.
¿Por qué chile crespo para las limpias? Al llegar a la puerta no resistí la tentación y regresé sobre mis pasos y pregunté en el puesto de doña Chonita si tenía chile crespo. Me dijo que sí y me preguntó si tenía yo una criaturita con ojo. Le dije que no, le pedí que me enseñara el chile crespo (di gracias a Dios que no fue su marido quien me atendió porque esto se prestaba a albur). Doña Chonita metió la mano debajo del mostrador y sacó un puño de chiles. Tal vez les llaman crespos porque están todos retorcidos. ¿A vos nunca te han “echado ojo”, Marianita? Tal vez sí, porque sos muy bonita.
Para que de hoy en adelante no te echen ojo ponete el collar de ámbar que te regaló la tía Eugenia, o inventá un conjuro. Para esto tenés que echar mano de las palabras más retorcidas (que no son las llamadas malas palabras). Una palabra retorcida es la que usa la tierra cada vez que sale el sol o la que usa la lluvia cuando hay tormenta.
Las palabras retorcidas son las más fuertes, las más efectivas. La gente no lo sabe, pero la palabra amor es una de las más retorcidas del mundo. ¿Mirás cuántas tragedias provoca? Así pues, para que no cualquier barbaján te eche ojo y quiera repasar tu cuerpecito con un huevo y se le encrespe el chile, creá un conjuro que contenga palabras fuertes.
Si de algo te sirve podés usar la palabra alcachofa. Suena raro y bonito.
Si el mismo barbaján te pide un beso vos podés decirle: “Te doy el beso si vos me das un Decamerón azul”. ¿Mirás cómo esto crea confusión? Mientras más retorcida la palabra les dejás más retorcida la mente.
Doña Chonita dice que para una buena limpia se debe usar nueve granos de pimienta de la tierra. No sé porqué pero pienso que también es necesaria una palabra como Dios o como alcachofa.
P.d. Si alguna vez vas a París, cená en el restaurante de la Torre Eiffel y pedí algo que contenga alcachofas e invoca la palabra luz, ¿sale?