sábado, 18 de julio de 2009

EL HOMBRE INVISIBLE (II)


Estaba en el parque central de Comitán cuando me llegó la invisibilidad, por segunda ocasión. Me lustraban los zapatos cuando sentí el temblor en todo el cuerpo. El bolero se quedó con el cepillo en el aire. Volteó para todos lados. Nada. En el parque nadie más se dio cuenta, todo era normal: niños corriendo, ancianos dormitando, muchachas bonitas besando a sus galanes, y hombres con traje caminando apresuradamente. El cielo era una inmensa sábana azul.
Como el bolero ya había terminado pensé que me había ahorrado el pago (junto con mi cuerpo desaparecen mi vestimenta y todos los demás objetos). El bolero guardó las tintas, cepillos y trapos. Cerró la caja y se persignó.
Levanté la vista y vi la hora en el reloj del Palacio Municipal. Diez para las once. Calculé que tenía cinco minutos antes de buscar un lugar desierto. Me senté al lado de una muchacha bonita que estaba escribiendo en su computadora. Chateaba con alguien. El diálogo era picante, casi casi erótico. En el momento en que ella dejó de escribir, estiré mi mano y escribí 69 y pulsé Enter. Ella volteó a ver hacia la derecha y la izquierda. Retiró sus manos del teclado y lo quedó viendo como si algo diabólico lo poseyera. Bajó la pantalla y la cerró, sin apagar el aparato. Quise completar mi travesura y extendí mi mano para acariciar la suya, pero algo pasó y mi mano se fue de largo. Dos segundos después comprendí que no sólo era invisible sino también elástico. ¡Pucha, qué mezcla de superhéroe! Hice otra prueba. Estiré mi brazo y se alargó tanto que llegó hasta donde está la fuente, cogí un poco de agua y comencé a regarla. Dos ancianos sintieron las gotas y abrieron sus paraguas. Yo reí. Vi el reloj: Cinco para las once. Caminé rápido, entré a la Casa de la Cultura y fui a los sanitarios. La puerta estaba cerrada, pero, por suerte, no había nadie en el patio. Sentí de nuevo la energía, y el cuerpo volvió a mí, junto con la ropa interior, el pantalón de mezclilla, la camisa azul, la sudadera, la camisola gris y todos los demás objetos: los caramelos de Zapaluta, el celular, el bonche de llaves, la cartera y lo demás (pensé que sería desastroso que un día la ropa “se equivocara” al "regresar" y yo apareciera con el pantalón a mitad de la cabeza y con la playera como calzón. Pero no, hasta el momento, todo funciona con exactitud prodigiosa). Pensé entonces que la próxima vez llevaría mi travesura al extremo: “Me aparecería” en algún lugar público. Total, todo es como un juego.