miércoles, 11 de agosto de 2010

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL VIENTO ES MÁS QUE EL AGUA




Querida Mariana: de las formas geométricas básicas elijo el cubo. Nunca fui muy aficionado a las esferas; pocas veces, de niño, pateé un balón; y los triángulos no se acomodan a mi forma de ser. Nunca he soñado con ir a Egipto a ver esa inmensa sábana llena de arena con su escenario de pirámides. No me gustan las pirámides porque son figuras que retan el ingenio del hombre y estos juegos no me satisfacen. ¿No has mirado que a cada rato las pirámides nos retan a que las coloquemos “paradas” sobre uno de sus vértices? Un “cubofóbico” podrá, en este momento, decir que también los cubos provocan esa sensación, pero, un espíritu armonioso nunca cae en esa perversa tentación y yo, lo sabés bien, aspiro a la armonía.
Me gustan los cubos por su aspiración humilde de ser perfectos. Cada lado mide lo mismo que el otro y el otro y el otro. Las esferas, en cambio, no pueden jactarse de esta perfección, aún cuando nos quieren “dorar la píldora” haciéndonos creer que son “redondas” y ya se sabe lo que el término redondo significa en nuestra cultura. A mí las redondeces sólo me “cuadran” en los pechos de manzana de una muchacha bonita.
Cuando era niño tuve un cubo de madera, de color azul cielo. Mi papá pasaba, se acurrucaba y me señalaba uno de los lados diciendo: “uno”, yo elegía el lado contrario y decía “dos”. Mi papá sonreía, se levantaba y seguía en sus trajines diarios. Me gustaba el juego, Mariana, porque en el cubo el uno era idéntico al dos, aunque luego el maestro de tercero de primaria dijera que el dos es dos veces el uno. Desde entonces tomé una afición especial por los cubos. Saber que “el uno” era idéntico “al seis” me causaba una profunda emoción que nadie compartía.
Cuando en mi adolescencia apareció el famoso Cubo de Rubik, corrí a casa y le dije a mi mamá que me adelantara los siete domingos que costaba el juguete. Era tanta mi emoción y mi premura que mi mamá no dudó y sacó la paga completa. Corrí de nuevo a la “Proveedora Cultural” y compré el chunche. Cuando lo tuve entre mis manos supe que ese era el juego más perfecto que había creado el hombre. Me atreví a sugerir a Javier, mi amigo de la prepa, que el universo (en caso de que tuviera una forma geométrica) era un cubo infinito y el Cubo de Rubik era una réplica casi exacta.
Desde entonces, desde siempre (¡qué pena, no lo vayás a contar con alguien!) catalogo a la gente en mentes cuadradas, esféricas y triangulares. Los triangulares, ya lo imaginaste, son aquéllos que tratan a toda costa de impresionarnos “parándose” en uno de sus vértices. Los esquivo, porque, después de un tiempo, caen “por su propio peso”; los esféricos son los dicharacheros, los que ruedan de un lado a otro y nos hacen creer que la vida es un juego. Estos me apenan porque, a veces, los patean de más, los patean tanto que se vuelven indignos, pero ellos no lo notan, ¡qué bueno! Ya te diste cuenta que me llevo bien con los cuadrados, éstos viven alejados de los artificios y de los juegos pirotécnicos, a veces dan la impresión de ser aburridos, pero si les escarbás tantito encontrás en su interior espíritus en busca de la armonía. No apuntan al cielo, como los triangulares, ni están a punto de perder el equilibrio como ocurre siempre con los esféricos. Los cuadrados siempre tienen “los pies” sobre el suelo y esto me seduce de ellos.
P.D. Mariana bonita, con vos me llevo bien porque sos una línea en busca de forma geométrica. Los físicos dicen que el agua siempre toma la forma del recipiente que la contiene y lo mismo sucede con el aire. Pero cuando el agua y el viento fluyen libres ¡jamás adoptan formas geométricas perennes! Tal vez (¡quién lo sabe!) el universo es como un viento infinito.