lunes, 16 de agosto de 2010

CON LETRAS DE ORO




Jan de Vos nos dijo que eso de Los Chiapanecas lanzándose al Cañón del Sumidero ¡es un mito! Ahora los historiadores José Luis Castro, María Trinidad Pulido Solís y el cronista municipal de Comitán: José Gustavo Trujillo Tovar, nos dicen que Josefina García Bravo no existió.
A los comitecos, esta declaración no nos cae en gracia. No nos cae en gracia porque este hecho “histórico” es parte de nuestro orgullo. En la primaria, nos enseñaron que doña Josefina era una trinchona, al estilo de Josefa Ortiz de Domínguez. Al maestro se le llenaba la boca de pétalos de orquídea a la hora que enseñaba la clase de Historia de Chiapas y nos decía que dona Chepina, en el instante en que los hombres habían titubeado ante la arenga de Fray Matías de Córdova para iniciar el movimiento de la Independencia de Chiapas, había dicho algo más o menos así: “Si los hombres no quieren ¡que se queden en casa cuidando los hijos! ¡Vamos las mujeres!”. Ah, maravillosa muestra de valor civil. Los niños de esos tiempos quedábamos maravillados ante la imagen donde una mujer se paraba ante el auditorio lleno de barracos y pronunciaba esas palabras. Imaginábamos los aplausos de las otras mujeres, apoyándola y luego veíamos a los hombres ponerse colorados ante ese acicate; los veíamos prenderse y retomar el orgullo, coger sus sombreros y recuperar la dignidad.
Ahora resulta que los investigadores nos dicen que doña Chepina es un ¡exquisito invento! La posibilidad de que las mujeres anduvieran metidas en borlotes ¡es remota! Las costumbres comitecas no permitían que las mujeres se enredaran en fandangos propios de varones.
Todos los historiadores coinciden en que ¡no existen datos biográficos de Josefina que comprueben su existencia física, que de menos su participación en el acto!
Ahora resulta que un genial “cuentero” la inventó. La nombró Josefina para tener un referente de cercanía ante doña Josefa Ortiz de Domínguez; le puso el apellido García que es común por estas tierras y que tiene raíces en el barrio de San Sebastián, barrio en donde inició el movimiento de Independencia de Chiapas. Tiempo después alguien más (ya no el inventor del mito) le adosó el segundo apellido: Bravo -porque, ni modos que no tuviera madre. Y el Bravo va como anillo al dedo con el simbolismo y la cercanía, nuevamente, con los apellidos libertarios.
Acá en Comitán es cosa sabida que el busto de doña Josefina que está en el parque de San Sebastián tuvo como referencia la fotografía de una mujer de la época que sí existió. ¡Claro, ahora lo vemos ídem! Tuvo que recurrirse a la fotografía de otra mujer, porque ¡fue imposible hallar una donde estuviera la famosa Josefina!
El día de la entrega de la medalla “Rosario Castellanos” a la Poniatowska, veía la ceremonia por la televisión cuando vi el nombre de doña Josefina, en el muro de honor del Congreso del Estado de Chiapas, abajito del nombre de Jaime Sabines.
Ahora resulta un tanto irónico que aparezca dicho nombre al lado de nombres de personas que sí existieron y tuvieron participación en actos históricos del estado. ¿Es correcto que el nombre de doña Chepina siga ahí o los diputados deben resarcir el error y con gran pena (sobre todo para los comitecos que nos sentíamos chentos con esta paisana singular) eliminar el nombre de alguien que, según decir de los conocedores, es mera ficción? No sé, ya la Comisión del Congreso Local decidirá si nuestra historia sigue nutriéndose de personajes irreales o no.
¿Y ahora qué enseñarán los maestros a los niños de este pueblo? Pues no queda más que enseñar los datos históricos que son comprobables. Total, nuestra historia tiene pasajes emotivos que no necesitan de artificios.
En estos tiempos en que “Discutimos México”, como una reflexión propiciada por el festejo del Bicentenario, es justo poner los puntos sobre las íes y decir que la historia debe estar cimentada en la certeza.
Dejemos que la leyenda sea el hilo conductor de la imaginación y contemos la “Leyenda de Doña Josefina García Bravo” como tal, sin pretender llevarla a los más altos altares de la Patria. ¡Gulp!