miércoles, 18 de agosto de 2010

EL VIAJE QUE HARÉ AYER


Un abrazo para la familia Nájera,
por la ausencia física de Doña Alicia Nájera de Guillén.



Este título bien podría estar firmado por Julio Cortázar. Alguien lee que a Cortázar le gustaba el jazz y le gustaban los viajes (además de los juegos que terminaban con “tura”, sobre todo los de la literatura y de la buena calentura).
Cortázar viajaba, pero no ero viajero intrépido. Todo mundo, a su manera, es un viajero. Hay algunos que no pasan de la esquina de la casa y otros que se aventuran a subir al Everest. Cortázar nunca fue un intrépido. No existe registro que se aventara de un avión para ejercitar el paracaidismo; ni tampoco existe registro de que haya caminado por la Selva del Amazonas. Alguien cree que Julio fue un viajero de lugares insólitos, sí, pero donde la civilización olía a tabaco y a churrasco. Por esto, sus aficiones están relacionadas con el mundo de la cultura (el jazz, la pintura y la literatura).
No fue, tampoco, un hombre que permaneciera en su habitación leyendo, realizando “el viaje” a través de los libros. No. Alguien dice que él también es como Julio. Le gusta el jazz, le gusta leer, escribir y también le gusta viajar. Siempre y cuando el viaje no sea muy lejos; siempre y cuando el lugar de destino tenga los mínimos necesarios para sobrevivir con dignidad. Y es que Alguien cree que no hay cosa más indigna que renunciar a los servicios que este siglo aporta. No existe registro que Cortázar fuera un tipo que gozara bañarse en ríos. No hay una sola foto donde aparezca al lado de un caudaloso río, en traje de baño (bueno, parece que ni siquiera existe una en donde esté al lado de una alberca). A Alguien tampoco le gusta bañarse en ríos (no le gusta porque no sabe nadar). Él disfruta su baño debajo de una regadera, con agua caliente. De igual manera no disfruta dormir en hamacas o hacer una necesidad fisiológica a mitad del campo.
Cortázar viajaba en tren, en avión, en auto o en autobús. Hay viajeros que disfrutan el viaje en cayucos o sobre el lomo de una mula. Alguien dice que preferir viajar sobre un caballo en lugar de hacerlo sobre un helicóptero es regresar a la Edad Media, es negar la evolución del mundo. El Metro (subway) fue un transporte que fascinó a Julio. No sólo por la certeza de la contemporaneidad sino por la posibilidad de alterar el tiempo. Julio aseguraba que bajar al Metro era entrar a un mundo donde el tiempo de arriba era muy diferente al de abajo.
El viaje sólo se entiende cuando hay conciencia del tiempo alterado. El que viaja entra a una burbuja diferente del que sigue en la rutina de todos los días. Por esto es que a Alguien también le gusta viajar. Pero lo hace a lugares cercanos a su residencia. Le gustan los viajes de un día, los que permiten salir temprano de casa y regresar antes de que el Sol se oculte. En el entendido de que cada viaje altera el tiempo, le causa cierto sobresalto pensar que en un viaje más largo pueda alterar “su” tiempo de tal manera que cuando regrese a casa ya no encuentre lo que dejó al salir. Y no se refiere a objetos materiales, sino al espacio modificado. Alguien, a veces, ha leído historias en que el viaje de un hombre altera para siempre sus referentes remotos. Hubo una vez un hombre que salió de viaje. Dos días dilató el viaje, pero “la dilatación” del tiempo fue mayor, como si hubiese entrado a una burbuja en donde el pasado fuera una madeja enredada en el futuro. Cuando regresó, metió la llave en la puerta y abrió, el interior de su casa era una cueva habitada por un anacoreta del siglo XII. Entendió que él no era el hombre del Siglo XXI que hasta entonces había creído sino el anacoreta que había dado un paso adelante en el futuro. Todo por hacer viajes de más de un día, todo por atreverse a subir a montañas que están reservadas para las águilas y para las nubes. Por esto, a Alguien, igual que a Cortázar, le gusta viajar, pero siempre y cuando el viaje sea de pocas horas y a destinos donde haya un sanitario con agua corriente y papel higiénico.