viernes, 27 de agosto de 2010

TARDE DE PALOMITAS




Me mandó un correo con dos preguntas: “¿Si fueras película cómo te llamarías? ¿Qué clasificación?”.
En mi niñez y adolescencia fui cinéfilo de hueso colorado. El Cine Comitán y el Cine Montebello fueron extensiones de mi casa. Casi casi iba diario. El domingo entraba a la matiné de las diez de la mañana, salía a las dos de la tarde (después de haber visto las tres películas que exhibían), corría a mi casa a comer y regresaba para la función de la tarde. Así pues, la ración era: cinco películas domingueras. Mis amigos iban al Club Campestre, a los ranchos, viajaban a San Cristóbal con sus papás o iban a los campos cercanos a volar papalotes o a bañarse en las pozas. Yo era más modesto. A la matiné iba solo, pero a la función de la tarde iba acompañado de mis papás. Mis domingos eran maravillosos porque me los pasaba al lado de Clark Gable, Sophia Loren, Vivien Leight, Marcello Mastroianni, Jorge Rivero, Pedro Infante, Sara García, Enrique Guzmán, Angélica María y demás Corte Celestial (ya en la adolescencia me gustaba estar al lado de Meche Carreño y de Isela Vega, actrices generosas en eso de mostrar el misterio del cuerpo).
El crítico de cine, Emilio García Riera decía que “el cine es mejor que la vida”. Yo siempre he sostenido que la vida es el cine, el cine ¡es la vida! Mientras permanecía adentro de la sala el mundo funcionaba tal como debe funcionar para que se llame mundo. El actor que moría en lunes en una película de vaqueros aparecía vivito y coleando en la película romántica del viernes. Nueva York bien podía desaparecer en un ataque extraterrestre, pero películas más tarde aparecía deslumbrante con su Empire State Building y sus calles llenas de vidrieras y luces. Nuestra vida tendría que ser esta maravilla y no la no maravilla que es.
Si fuera película, ¿cómo me llamaría? Me llamaría “Película”, porque esto ha sido mi vida, esto seguirá siendo. He descubierto que soy un actor maravilloso del único papel que me ha sido asignado. No pretendo interpretar algún otro papel. No me muero por interpretar a Goethe o a Jesús o a Marx ni a Saramago o algún otro personaje histórico famoso. Me conformo con interpretarme a mí mismo con la mayor intensidad que me permite “Ser” a la hora que “me meto en mi personaje” para dar mi mejor interpretación.
Como en la ficción se vale todo, me gustaría ser una película clasificación “para todo público”, porque creo que la vida, como el aire, no hace distinción a la hora de respirar, que es lo mismo que decir ¡a la hora de vivir!
Hoy, por cuestiones de monopolios y de complejos culturales, es difícil que una película mexicana tenga las mismas oportunidades de ser exhibida en los circuitos comerciales como lo hace una película norteamericana (¡bestia, como si no viviéramos en México!). Pero me gustaría que mi película “Película” sea vista en cine clubs, no sólo por mis familiares y afectos. Me gustaría ser una función de esas que, en los años sesentas, se exhibían en alguna pared. El camión con el proyector se estacionaba enfrente y en cuanto la noche aparecía, la vida se mostraba plena ante nuestros azorados ojos.
Me gustaría que la función fuera de “permanencia voluntaria” para que dos o tres espectadores no tuvieran necesidad de regresar a casa, a esa rutina que, algunos, llaman vida.
Como la vida de cualquier hombre, mi película también está escrita por renglones torcidos y por la mano insólita de un guionista fabuloso que no veo, pero que intuyo está detrás de la cámara y que es el mejor director del universo porque me permite, de vez en vez, que yo improvise.
Igual que la famosa cinta “Arca rusa”, la mía también está rodada en una sola toma infinita, sin ediciones. Por esto, mi película no admite cortes ni la inclusión de efectos especiales, si acaso, de vez en vez, algún cohete que estalla en el cielo.
Sólo esas dos preguntas me envió. Yo le respondí y agregué una pregunta: “Si fueras Vivien Leight, ¿qué dejarías que el viento se llevara?”.