miércoles, 25 de agosto de 2010

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY REYES TODAVÍA




Querida Mariana, el sábado fui al parque de Guadalupe. El jardín está sembrado con rosales. No me gustan las rosas, prefiero las orquídeas u otra flor sencilla. Pero entiendo que el jardín tiene rosas porque éstas fueron las flores que eligió la Virgen. El viento de la tarde acariciaba las plantas que, humildes, se inclinaban ante él.
Según don Pancracio, el hombre tiene armonía en la medida que vive en el lugar de sus sueños y de sus deseos. No hay peor destino que vivir en un lugar mientras soñás vivir en otro; no hay peor decisión que trabajar en algo mientras tu vocación se columpia en otro árbol. Algún día comprobarás que no hay peor alianza que estar con un amado mientras deseás estar con otro, con el improbable hombre de tus sueños y de tus deseos.
Vos, así lo percibo, sos feliz viviendo en este pueblo. Hubo un tiempo que soñé con otros lugares y no viví a plenitud en Comitán. Hoy me siento pleno, porque cuando me retiré de acá supe aquel dicho clásico de que no sabés lo que tenés hasta que lo mirás perdido. Soy afortunado por haber regresado a recuperar este viento. Hay muchos que nunca logran recoger sus huellas, porque tienen miedo de que les suceda lo mismo del personaje bíblico que se convirtió en estatua de sal. A veces, así lo creo, es bueno echarse para atrás. Reconocer que uno se equivocó y rescatar los cielos abandonados, los vientos que otorgan vida.
Ayer, Javier me dijo que, si pudiera, compraría el templo de Santo Domingo de Guzmán, en Comitán. Lo compraría para que fuera su residencia. Sueña con poner su comedor en la nave mayor y colocar su recámara en la capilla donde ahora está la Virgen de la Concepción. ¡Ay, Mariana! Juro que he oído deseos de toda índole, pero jamás, jamás, había conocido un sueño similar al de Javier. Imaginé a Javier al despertar, al abrir los ojos y recibir los rayos de Sol filtrados a través de los vitrales que han tamizado el incienso de los años. Luego que me repuse de la sorpresa, le pregunté a Javier qué haría con la pila bautismal, qué con el altar, qué con las imágenes de San Martín de Porres y de la Virgen de Guadalupe. No sé si alguien en el mundo tiene algún deseo que se acerque al de Javier. ¿Alguien en Tuxtla sueña con comprar la Catedral de San Marcos? ¿Algún tipo Slim sueña con comprar el Vaticano, para hacer de la Capilla Sixtina un “spa”?
Te juro que sigo en estado de gracia por la confidencia de Javier. Él me dijo que está consciente de la imposibilidad de su deseo, pero le gusta imaginar el juego. Hoy en la mañana pasé por el templo y vi la puerta abierta y pensé que Javier, tal vez, ya siendo propietario, mantendría la puerta cerrada, porque no faltaría la beata que no se enterara del cambio de propietario y al entrar y ver a Javier sentado en la inmensa mesa de caoba gritara como poseída “¡milagro, milagro!” y cayera en estado catatónico, creyendo que Javier era Jesús redivivo.
PD. Nunca, querida Mariana, he tenido un deseo como el de Javier. Nunca lo he hecho, porque un poco al estilo de aquel mendigo de la película “Cinema Paradiso”, yo, siempre que paso por el parque de Comitán, voy repitiendo, en maravilloso italiano, aquello de “La piazza è mía, la piazza è mía”; y cuando bajo por la calle que va rumbo a San Sebastián rezo los versos de un poema de Mirtha Luz: “Yo no soy de Comitán, Comitán es mío”. Nunca he necesitado hipotecar algo para poseer lo que alcanza mi mirada. Las posesiones materiales nunca han sido mi deseo. Por esto digo que no me gustan las rosas y prefiero la flor sencilla. ¿Ser dueño del templo de Santo Domingo de Guzmán? ¡Qué alcance el de Javier!