sábado, 10 de mayo de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO ESTOS TIEMPOS SON TIEMPOS DE CONFUSIÓN





Querida Mariana: hasta los tzizimes se confunden. El otro día caminaba por el patio de la Universidad y hallé un tzizim. ¿Cómo un tzizim el día 3 de mayo? ¿Era un tzizim albañil que buscaba el festejo de la Santa Cruz? No lo creo, era un tzizim desorientado. Como llovió una noche antes, este tzizim confuso creyó que ya era momento de salir de su bolcojosh. Aunque Elías me dijo que el único que tiene confusión en su cabeza soy yo, porque no era un tzizim, sino un sulup.
Menos mal que aún queda algo de cordura. Lo digo porque las chicharras sí andaban con su jaloneo de chachalacas bien prendido. ¡Vaya, vaya! Las chicharras sí andan en su tiempo. Las chicharras (me cuentan) piden agua; me cuentan que cuando llueve ¡truenan! No lo sé. Tampoco sabía que se comen. El otro día vi una fotografía donde un compa comiteco come chicharras. ¿De verdad las comía? No me extraña. Acá comemos tzizim y tzatz, ¿por qué no habríamos de comer las chicharras? Comer chicharras debe proporcionar un canto diferente al espíritu. Lo digo porque quien come tzizim come la oscuridad de las cavernas y quien come tzatz come el verde del árbol y del aire. El tzizim apenas hace un ligero sonido cuando vuela, el tzatz es un gusano callado, pero la chicharra ¡canta! Canta como si la fueran a festejar, como si la vida fuese esa oración que ensordece. En Comitán a la chicharra le decimos tzizquirín o chisquirrín, según el oído del escucha. Es una onomatopeya, porque así escuchamos que dice en su canto: “tzizquirín, tzizquirín, tzizquirín…” Esto tampoco me confundé, recordá que en América oímos el canto del gallo como quiquiriquí mientras que en Francia lo escuchan como cocorocó.
Hace un año (¿o dos?) me paré a mitad de un pequeño bosque de ocotes, en el Tecnológico, y oí el canto de las chicharras. Cerré los ojos y escuché. Al principio aún tuve conciencia de los árboles, del aire, del césped. Poco a poco, el sonido de las chicharras fue como un caudal de agua que se “derrumbó” desde lo alto de una montaña y me cubrió por completo. Sentí que esa agua me ahogaba, me asfixiaba. ¡Tuve que abrir los ojos! Salí casi corriendo de ese bosque. Me extraña no hallar en el Manual de Tormentos tal experiencia. Ahora, me cuentan, ese micro bosque ya no existe. Las autoridades del Tecnológico de Comitán talaron parte de los árboles, porque se llenaron de plaga. ¿De veras? ¿No sería que alguien también tuvo esa pesadilla de cientos de chicharras cantando un Canto Gregoriano Nebuloso y quiso conjurarla? ¡Hay confusión! ¿Ahora dónde se reúnen las chicharras para pedir agua?
Llama mi atención la vocación de las chicharras: ¡pedir agua! Es como si fuesen los mendigos de la naturaleza. ¿Algún otro animal pide algo? ¿Pide algo el búho cuando “arranca” los ojos en las noches? ¿Qué pide el pato cuando deja Canadá y se desplaza a algún territorio sudamericano? Y llama mi atención, porque mientras los patos abandonan el Norte, muchos del Sur van al Norte en busca del “Sueño Americano”. ¡Hay confusión!
La mayoría de los animales no pide ¡da! Aunque, a decir verdad, el gato sí es un animal “pedilón”. En las mañanas, cuando me levanto para ir a orinar, el gato baja de su silla, maúlla y se refriega, una y otra vez, en mi pierna. Debe sentir sabroso el refregarse sobre la tela del pijama. Yo siento sabroso, mientras orino, el contacto de su pelambre, es como si fuese una chicharra débil, porque hace un ruido apenas perceptible. Me gusta, en el silencio de la madrugada, escuchar su ronroneo y el suave frote de su cuerpo sobre el mío. Es bueno saber que hay vida y que la vida está a mi lado y me saluda. Pero, el gato me hace festejos porque quiere sus croquetas. En cuanto le sirvo comida en su plato ¡él me ignora! Se sube de nuevo a su silla y entonces se vuelve un animal indiferente, altivo, soberbio, pagado de sí. La perrita también pide, mueve la cola, se para en dos patas, da vueltas (como si fuese animalito de circo), se echa a mi lado mientras escribo estas Arenillas. A la Pigosa (que así se llama la perrita) no le gusta que salgamos de casa. Cuando lo hacemos se queda llorando, es su manera de pedir compañía. Aunque Paty me explica que los acompañados somos nosotros. Esta perrita fuera feliz si nos pasáramos todo el día en casa.
Yo recuerdo un perro negro en mi casa de infancia. Recuerdo que Víctor y yo nos subíamos en su lomo, porque era enorme el perro negro. Pero mi mamá dice que eso es un recuerdo falso, “jamás tuvimos un perro en casa”, dice ella, con una gran seguridad. Pero yo, muy seguro, sé que ese perro negro habitó mi casa. Se cuenta que los perros son capaces de “sentir” a los fantasmas. Mi tío Rodo contaba que cuando los perros ladran a media noche es porque están viendo fantasmas. A veces, a las doce de la noche en punto, yo despertaba en el cuarto oscurísimo y oía el ladrar infinito de los chuchos de las casas cercanas. Sentía un escalofrío que no se quitaba ni cuando me cubría todito con las chamarras. A veces oía el ruido de cascos de caballo sobre la calle empedrada y creía que era el Sombrerón que pasaba por el frente de la casa, me santiguaba, mientras los chuchos ladraban como si alguien les apretara el cogote. El silencio volvía a instalarse en la casa. Era señal de que el fantasma se había alejado. Imaginaba a los perros recostados sobre las pilastras del corredor, ya tranquilos. Yo también me calmaba. Desde entonces supe que no debía temer a los fantasmas, porque los fantasmas se espantan con los ladridos y nunca, nunca, se quedan en casas. Los fantasmas de la calle ¡pasan! ¿A poco alguien puede asegurar que El Sombrerón vive en su casa? ¡Nadie! El Sombrerón es el dueño de los caminos de media noche. Porque, de igual manera, nadie puede asegurar que lo vio durante la mañana. Los fantasmas, igual que los vampiros, son hijos de la noche. En cuanto amanece, los fantasmas desaparecen.
Y si digo que los tzizimes están confundidos es porque ahora llueve cuando no debería llover. Antes, cuentan los abuelos, todo tenía un orden. Los campesinos sabían cuándo iniciar la siembra. Los tiempos eran cíclicos y todo era parte de un plan divino. Ahora todo está inmerso en la confusión. ¿Ya miraste cómo hasta el árbol de tenocté anda confundido? Antes la gente sabía que en primavera, Comitán se llenaba de nubes. Ah, era bien bonito subir a una lomita y mirar, en medio de los tejados, los árboles llenos de ramos blancos. Ahora, en diciembre pasado, muchos árboles de tenocté ¡florearon! Las propias muchachas ya no saben si deben preparar su “maletía” para huir o no con el novio.
¿Por qué el perro negro es parte de mis recuerdos? ¿Es una invención mía? De acuerdo con lo que mi mamá dice, el perro negro fue inexistente en la casa. Para no caer en la confusión dejo que ese perro siga instalado en mi mente. Dejo que mi vida sea un poco al estilo García Márquez, quien decía que la vida no es “la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”. De todos modos, mi perro “inventado” no sirvió más que para jugar, para subirme a su lomo y volverlo caballo. No sirvió para defenderme del animal que más me jodió de niño: un gallo que, en cuanto entraba al sitio, me perseguía y se empecinaba en subirse a mi espalda para picarme. A mí me gustaba ir al “sitio” de la casa a jugar, pero el gallo me jodía. No sé si el gallo intuía lo que muchos me decían en la escuela, que era “un gallina” y, de igual manera que el tzizim, andaba metido en la confusión y me miraba cara de gallina y quería “pisarme” (¿por la espalda? ¡Ah, la bendita confusión!). Yo no sabía qué hacer. El sufrimiento terminó hasta que el gallo se ahogó en un riquísimo mole que preparó Sara, la sirvienta, mamá de Víctor.
Son tiempos de confusión. Mi primo Arnulfo me dijo que es tal la confusión de estos tiempos que hasta los relojes ya no saben qué hora dar, si la del horario de verano o la otra.
El perro negro está presente siempre. Tal vez muchas de las cosas que me suceden no me suceden en realidad. Tal vez invento sucesos, tal vez yo mismo me invento. Y digo esto, porque, a veces, entro a un local donde necesito que alguien me atienda y nadie me atiende, un poco como si yo fuese invisible. Siempre ha sido así. A veces platico algo con alguien y este alguien no me ve, ve hacia otro lado. Esto me enerva, pero soy tolerante. Cuando alguien me habla trato de verlo fijamente, de ponerle atención. Ahora entiendo porque lo hago, lo hago para saber que el otro no es un fantasma, que no es una invención mía.
Los niños inventan personajes. A veces hablan con ellos, con sus amigos imaginarios. No he llegado a tal extremo, según yo, pero a veces dudo. Dudo porque mi mente, igual que la de la tía del Maestro Jorge, es “un puto cine”. Cientos de imágenes se reproducen. Muchas de estas imágenes no corresponden a la realidad real. Tengo muchos “perros negros”
Estoy seguro que el perro negro existió. Tal vez lo único que hizo mi mente fue trasladar el animal a mi casa; tal vez en casa de un amigo el perro existía y era manso y permitía que mi amigo y yo nos subiéramos a su lomo; tal vez no fue Víctor quien me acompañó a trepar sobre el perro. La vida, a final de cuentas, está hecha de lo que nos pasa, de lo que nos imaginamos y de lo que soñamos. A veces, la vida es tan prodigiosa que permite que el sueño y el deseo se conviertan en una realidad. Tengo un amigo que siempre soñó con ser millonario. Los otros amigos se burlaban de él, le decían que se bajara de la nube y que pusiera los pies sobre la tierra. Pero él soñaba. Se fue del pueblo y muchos años después volvió convertido en un millonario, tal como lo había soñado, tal como había prometido que regresaría. Bueno, Marianita de mi corazón, algunos jugamos con perros negros y otros juegan con billetes verdes.
Hay gente que no se confunde. Gente que, desde la niñez, tiene una certeza ante la vida, como si algún hado le permitiera vislumbrar un futuro halagüeño.

Posdata: No sólo imagino que juego, también juego a que imagino. Una vez, en la ciudad de México, siendo estudiante de la UNAM, entré a un local de esos famosos donde venden las famosas hamburguesas. Me paré frente a la barra de pedidos y cuando la señorita me dijo qué deseaba, yo, como si fuese mudo, le pedí (a señas) una hoja de papel y una pluma. Escribí la orden. Ella leyó y luego (a señas) me dijo cuánto era. Vi su aflicción pues no estaba acostumbrada a tratar con “mudos”. Pedí otra vez la pluma y escribí que anotara la cantidad. Ella, como si descubriera el hilo negro, alegró su rostro, anotó la cantidad, recibió un billete y me dio el cambio. Anotó en la hoja que debía esperar a que estuviera listar mi orden. Escribió que me sentara, mientras tanto. Cuando mi orden estuvo lista, ella (maravillosa muchacha bonita, tal vez quebrantando los protocolos) dejó su puesto y fue hasta mi mesa y me entregó la bolsa con las papitas, el refresco y la hamburguesa. Yo asentí con la cabeza y sonreí. Ella sonrió también. Abrí la bolsa y le entré a la comida como pelón de hospicio. Cuando terminé, tomé la bandeja y la deposité en el basurero, me acerqué a la barra, vi a la muchacha, le di la mano, ella hizo lo mismo y miré su cara de asombro y luego de enojo cuando le dije: “Gracias. Hasta luego”. Si ella hubiese tenido una cuerda ¡me habría ahorcado!
Esto que cuento ¡es real! No lo inventé. Así sucedió. No sé por qué lo hice. Por lo regular, los seres humanos modificamos nuestro comportamiento cuando estamos en grupo. Pero, cuando estamos solos no hacemos actos fuera de nuestro carácter. Vos sabés que soy payaso cuando estoy con mi plebe (y cuando fui joven lo fui más), pero cuando estoy solo soy un hombre tímido y retraído. Muchas cosas me dan pena. Si hoy entro a un restaurante busco la mesa más alejada del centro y espero, sin mucha impaciencia, a que un mesero se acerque y me pregunte qué deseo. Ni loco, de veras, se me ocurriría jugar “al mudo”.
No sé, a veces me confundo. No sé si soy espíritu tzizim o tzizquirín. Creo que mi carácter va más con el tzizim, porque la mayor parte del tiempo la paso en las cavernas, pero, a veces, por esos prodigios de la naturaleza, me da por cantar, por volverme tzizquirín y hago alharaca y bailo y pido agua. Espero no reventar en el tiempo de lluvias.