miércoles, 21 de mayo de 2014

DICEN QUE LOS ADIOSES SON NECESARIOS





¿A quién sirve un adiós? Cuando un hombre viaja en tren ¿sirve de algo que saque la mano y la mueva en intento de despedida? ¿Qué piensa la mujer que se queda en el andén viendo cómo el tren se aleja?
A mí no me dio tiempo de decir adiós a mis dos lectores de El Heraldo de Chiapas. Subí al tren y me alejé del andén. Ya no alcancé a avisar que me treparía a este vagón que me conduce a otras regiones.
No sé si mis dos lectores extrañan mi presencia. Nunca lo sabré, porque subí al tren y me alejé sin que ellos supieran que dejaba ese territorio. Tal vez algún día ellos extrañen mi presencia; tal vez uno de ellos abra el periódico, lo repase en todas sus secciones y diga: “Tiene tiempo que la Arenilla no aparece”. Y el otro, mientras observa el mar desde una silla en la playa, debajo de una palmera, diga: “Sí, ya no aparece”. Tal vez el primer lector se pare, tome los pescados que pescó en la tarde y los envuelva en el periódico, mientras el segundo lector levanta su silla y entra a la palapa porque ya hace el fresco.
Dejé de escribir en El Heraldo de Chiapas porque exigí respeto para esos dos lectores.
Durante varios años fui colaborador de El Heraldo. Sin recibir un solo peso partido a la mitad procuré ser puntual y respetuoso de esos dos lectores que, generosamente, leían mis Arenillas.
No tuve mayor problema mientras Valeria Valencia y Damaris Disner fueron las editoras. Cuando entró el actual encargado de la sección de cultura descubrí que mutilaba mis textos. Si había algún fragmento que, de acuerdo a su “criterio”, lastimaba el criterio editorial del periódico, lo cercenaba. Intuí que mi relación con Carlitos sería difícil. Le envié un mensaje donde le advertía que era una falta de respeto mutilar mis textos. Le dije que si había un fragmento que no correspondía a la línea editorial y lastimaba los intereses de los dueños del periódico, me avisara y no publicara la Arenilla completa, ¡completa! Yo entendía (entiendo) que un periódico conserva una línea editorial; línea que un colaborador no debe cruzar. A Carlitos le dije que no tenía objeción en que alguno de mis textos no apareciera. Lo que sí no permitiría es que fuera mutilado, eso era una grave falta de respeto. Carlitos me escribió diciendo que entendía mi reclamo y se le hacía justo. Pensé que el tren caminaría mejor. Me equivoqué.
Recientemente, el multicitado editor de la Sección de Cultura me dijo que cambiaría los días de publicación. Siempre exigí que se respetara mi espacio, no por mí, sino por deferencia a mis dos lectores que ya sabían que lunes, miércoles y viernes encontraban mi columna. Carlitos me dijo que las publicaría los lunes, jueves y viernes. Acepté. Claro que sí. Pero un día después, Carlitos no publicó mi columna el día acordado. Le expresé mi preocupación. Pensé que no era justo que un periódico que celebra diez años de vida en Chiapas se presente como un medio informal e irrespetuoso con sus lectores. Siempre he puesto como ejemplo a El Universal. Todos los seguidores de Jacobo Zabludovsky saben que el lunes encuentran publicada su columna. Es una pena que en Chiapas no exista el mínimo respeto para el lector.
Por lo tanto, pensé que era momento de subir al otro tren. Ya no tuve tiempo de despedirme de mis dos lectores.
Acá sigo vivo. Ahora, al estilo del autor de El Principito digo: si por ahí ven a mis dos lectores, díganles que acá sigo. Por favor, díganles que abandonen aquel andén solitario y suban conmigo a este tren donde sigo escribiendo las Arenillas.
¿A quién sirve un adiós? A mí no me sirve. Acá sigo, acá estoy. Y acá estaré hasta que Dios me cambie de tren definitivo. Mientras tanto, chucuchú chucuchú sabroso y cachondón.