lunes, 5 de mayo de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE PRACTICA EL VUELO





Querida Mariana: los zanates vuelan y caminan. ¿Todas las aves tienen esta particularidad? ¿Vuela el pájaro bobo? El avestruz es ave, ¿vuela? El otro día fui al parque central. Me senté en nuestra banca.
Como vos fuiste a San Cristóbal con tu novio, yo me dediqué a ver zanates (no aludo a alguien en especial). Miré un zanate macho y (supongo yo) a un zanate hembra. El zanate macho se esponjó y, como si fuese un chupamirto panzudo, se elevó tantito del suelo y se mantuvo suspendido en el aire. Entendí que estaba cortejando al zanate hembra. La hembra, ya lo podés imaginar, ni lo peló. O bueno, hizo como que lo ignoraba. Tal vez así debe ser el ritual; tal vez así debe ser el comportamiento de las hembras: hacerse las interesantes.
Vos no estabas. Vos no podés volar, vos sólo caminás. A veces caminás conmigo y el día se ilumina, a veces lo hacés al lado de tu novio y, sin duda, iluminás su cielo. El cielo (esa tarde, en Comitán) estaba nublado. Sin duda que el cielo de San Cristóbal estaba pleno. A mí (disculpá) no me gusta el cielo nublado, pero lo soporto. Cuando el cielo está así no me queda más que mirar el cortejo de un zanate macho con su hembra. El pobre pájaro esponjado quedó suspendido en el aire, como si fuese una pirinola sobre una mesa invisible. Él quería que su pirinola (sin albur) cayera en “Toma todo” o, ya de perdida, “Toma uno”, pero después de uno o dos minutos, la hembra caminó sobre el césped y siguió buscando gusanitos o piedritas. Caminó como si estuviese sola; caminó ignorando la danza del pobre esponjado que tenía los ojos inyectados de sangre (imaginé que así debía estar todo su cuerpo). Al zanate macho no le quedó más que descolgarse del aire como globo desinflado y se puso a dar vueltas en el césped como león enjaulado. ¿Mirás lo que le pasa a los pájaros macho, en tardes nubladas? Creo que el macho entendió que esa tarde, con esa hembra, le tocaba la cara de “Todos ponen” o, más jodido, la de “Pierdes todo”. La hembra, coqueta, subió sobre una plancha de cemento que debe ser un registro de energía eléctrica, vio al macho y (así lo intuí) levantó el pico como si fuese el Pico de Orizaba y voló hasta una rama a mitad de un framboyán. Ahí se quedó. Yo, expectante, esperé ver qué hacía. Pedí, con todo mi corazón, a los Dioses de los zanates, que le otorgaran la gracia de la dignidad y no se rebajara, pero (tonto de mí), el pobrecito (estúpido) se acercó al tronco y voló hasta donde estaba ella. Ella (por supuesto) lo vio, otra vez, de manera indiferente y voló. Voló a una rama superior (así se sentía ella). Y allá (necio) de nuevo fue el pobre e indigno zanate. Éste no había puesto una de sus patas sobre la rama cuando ella voló y bajó a la plancha de cemento. Estaba a punto de gritar: “¡Ahórcate!”, pero me dio pena. En la banca de a lado estaba una pareja de jóvenes que, sin necesidad de rituales bobos, se besaba y se acariciaba. El zanate macho se quedó en la rama (parece que entendió, al fin). Se veía triste, era como un foco negro a mitad del árbol.
Pensé que, en ese instante, vos y tu novio caminaban, de la mano, por algún Andador de San Cristóbal, él te contaba algo y vos reías (ya mirás que es muy ocurrente); luego se sentaban ante una mesa, debajo de una sombrilla, y pedían un café (vos) y una cerveza (él). Mientras el mesero les servía, él (tu novio) se acercó (de nuevo) a vos, te dijo algo al oído y vos reíste y él te besó cerca del lóbulo de la oreja y vos sentiste bonito, levantaste tantito los hombros y entrecerraste los ojos. A él, casi casi lo vi como si se inflara y quedara suspendido en el aire y vos (al contrario del zanate hembra de acá de Comitán) te dejaste seducir. No sé a qué hora regresaron esa tarde. ¿Yo? Como siempre, a las ocho estuve en casa, cené, leí tantito y me acosté.
Cuando vos no estás, voy al parque. Me siento en nuestra banca. Me siento como un zanate, como un zanate mojado. Es que, aunque no llueva, no sé por qué siempre el ambiente está como húmedo, como lleno de neblina.
Me dio gusto, mucho gusto, saber que te divertiste. Al otro día, cuando hablé con vos (no sé por qué) me sentí como zanate desplumado.
Los zanates vuelan y caminan. A veces vos sos un pájaro que sólo camina. ¿Y tus alas? ¿Te las quitás cuando estás con tu novio? ¿Tenés pena de que vaya a confundirte con un ángel?
Me dio gusto saber que te divertiste.