miércoles, 7 de mayo de 2014

LOS COMPAÑEROS DE LA NIÑEZ





Los ositos son los consentidos de los niños. Más que los gatos y los perros, los osos son los preferidos. Por esto, en las camas de los niños y de las niñas se hallan ositos. Por esto, Julio Cortázar le decía “osita” a su amada Carol; por esto, los amantes acostumbran darse el abrazo de oso a la hora que se encuentran en camas de moteles.
Los ositos son los consentidos de los gitanos. Cuando los gitanos llegan a los pueblos y levantan sus carpas (como de circo) un oso aparece y baila al ritmo del pandero.
Los ositos son los animales que más aparecen en cuentos para niños. Algo mágico tienen que las historias fluyen sin necesidad de que intervengan más personajes de fábula. Muchos creen que la fábula más importante de la historia de la humanidad es la del zorro o la del cuervo o la de la rata o la de león o la de la jirafa atrabancada. Se equivocan, la fábula más querida y recordada es la del osito que no podía dormir. ¿La recuerdan? La fábula cuenta que un osito tomó su vaso de leche, dio besos a papá Oso, y a mamá Osa le dijo que en cuanto estuviera listo le avisaría para que le leyera un cuento. Subió a su cuarto, subió los peldaños de dos en dos ya que era un osito muy arrecho. Hizo a un lado la colcha y se acostó (recuerden que los ositos no necesitan pijama). Tomó el libro de cuentos que tenía sobre el buró y llamó a su mamá, a gritos: “Apúrate. Ven a leerme el cuento”. La mamá osa refunfuñó tantito, porque aún le faltaban dos platos y dos tazas por lavar. Cerró la llave del agua, se limpió las “manos” con una toalla roja y subió al cuarto del osito. El osito no estaba acostado, su culito asomaba por encima del faldón de la cama, buscaba algo. “¿Qué pasa, hijo?”, preguntó la mamá. “No encuentro mi muñeco”, dijo el osito. El muñeco que le había regalado su papá estaba extraviado. Durante una hora, el osito y la mamá osa buscaron el muñeco, debajo y encima de los muebles. El papá oso se les unió en la búsqueda, desarmó la cama y el ropero. ¡Nada! Parecía que el muñeco había desaparecido. Tal vez algún gato lo había hecho aserrín o un perro lo había enterrado a mitad del patio, creyendo que era un hueso. El osito no permitió que su mamá le leyera el cuento, se metió en el ropero y amenazó con quedarse ahí hasta que el muñeco apareciera. Papá oso -remolón, porque eran ya las once con veinte de la noche- se puso el abrigo de cuadros rojos y amarillos, su gorra (tejida con cabello humano) y, dando un portazo, salió al bosque. Caminó y caminó por en medio de grandes árboles de ocote, hasta que llegó a las inmediaciones de la aldea, donde vio apenas dos o tres casas con luces. Se acercó, sigiloso, hasta donde estaba una casa con las luces apagadas, colocó sus manazas en el pretil de la ventana y se levantó tantito para ver el interior. En la cama dormía plácidamente un niño.
“Ya”, dijo la mamá. “Papá ya halló tu muñeco. Tiene ropa nueva”. El osito abrió la puerta del ropero, sacó la cabeza y vio que su papá, en efecto, abrazaba a un muñeco. El osito salió, se limpió las lágrimas y recibió el muñeco. “¿Es otro, verdad?, dijo. “Me gusta. Está calientito”, dijo y se metió a la cama, abrazó al muñeco y dejó que su mamá le leyera el cuento de “La caperucita roja”. Poco a poco cerró los ojos y se quedó dormido. Papá oso se llevó una garra a la trompa y le indicó a su esposa que no hiciera ruido. Ambos caminaron de puntillas. Sólo se escuchó un ligero rasguño como de gis sobre el pizarrón. Salieron, se abrazaron y prometieron ser más cuidadosos con los muñecos de su hijo.
Mientras tanto, en la aldea todas las luces de las casas se prendían y la noticia causaba alboroto. Los hombres tomaron sus escopetas y salieron en busca de huellas del animal.
Yo tuve un osito de niño. Lo llevaba a todas partes. Cuando iba a acostarme, lo arropaba bien y le decía buenas noches. Miraba, desde mi cama, cómo mi mamá y mi papá apagaban la luz y salían del cuarto.