miércoles, 28 de mayo de 2014
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE UNA NIÑA ES COMO UN CIELO
Las paredes son simples. A veces no sirven más que para dividir cuartos o para colgar objetos. Las mujeres cuelgan maceteros con claveles, los hombres cuelgan calendarios con muchachas desnudas. Las paredes sirven para colgar crucifijos; sirven para que los temblores abran grietas en ellas. A veces sirven para que la muchacha se recargue y permita que su amado le suba la falda y acaricie su entrepierna.
Por eso, es un hecho insólito cuando una pared sostiene la sonrisa de una niña. Por la blusa bordada uno puede pensar que la niña es una niña tojolabal. Además, hay un antecedente que el espectador no puede intuir: la pared está en una calle de Las Margaritas y (todo mundo sabe) esta ciudad colinda con el territorio tojolabal, con el territorio donde los sueños tienen la sombra de la esperanza.
El cielo se confunde con el horizonte de las montañas. Se imbrica de tal forma que las montañas son azules, como si fuesen un mar de selva. Se escucha (es posible oírlo), se escucha el canto de las guacamayas y el sordo rugido de los saraguatos. Se escucha el rumor de los pasos de los indígenas que siembran la milpa, que lanzan la atarraya a los ríos, que descuelgan la cerbatana para estimular el deseo del quetzal.
El mural está inconcluso, porque inclusos están los sueños de esta niña. El aire juega con su cabello que se extiende como si fuese raíz del viento. Su cuerpo está inconcluso, inconcluso el bordado de su blusa. Inconclusa su sonrisa que apenas despunta como si fuese el alba.
Ya no, por fortuna, tiene el apremio de otros siglos. Ya su carita está lavada del oprobio. Ya puede (¡qué maravilla!) caminar con la vista al frente. Ya no es preciso que se baje de la banqueta. Ya acude a la escuela. Ya puede esperar que un día el salitre no confunda el color. Porque la humedad de las paredes enloquece a la tintura y, a veces, el blanco de la nube la convierte en amarillo hiel.
El mural se abre a la calle, se abre pleno, a la luz del día. El mural cuenta un cuento, el cuento de la niña tojolabal que un día vio que no tenía completo el brazo izquierdo. Cuenta el cuento de una raza, de un cielo.
La pared espera, espera que el pintor se acerque y vuelva a tomar el pincel y complete el cuadro. Mientras tanto, esto es como una metáfora de la vida, siempre es así, siempre la vida está en espera de algo, porque, ya nos explicaron los sabios, la vida es una nube inconclusa, siempre está en espera de que algo suceda. Ojalá algo bueno. Ojalá.