lunes, 12 de mayo de 2014

LAS MECEDORAS DEL MUNDO





Sentarse es el acto más común del mundo. Nos cuesta más pararnos que sentarnos. A veces, los viejos se sientan y ya no pueden pararse.
Los soberbios creen que lo valioso de la vida no es el acto sino el asiento. Por esto, conozco hombres que se sienten inolvidables cuando se sientan en el asiento de un jet o de un yate. Asimismo se sienten hijos predilectos cuando se sientan en asientos de piel. En Comitán, la gente es más humilde, no obstante, conocí algunos tíos que se sentaban en “butacs” forrados con piel de tigrillo o de venado, que es un poco como decir que colocaban sus asquerosas pieles arrugadas de humano sobre las pieles delicadas y humildes de los animales que fueron los dueños originarios de estas tierras.
Ya el otro día hice el recuento de cuántas horas al día pasamos sentados. Basta mencionar las horas del desayuno, del aula, de la comida, del café y de la cena, para darnos cuenta de que la sentada es cosa seria. Se dice que ahora gran parte del tiempo lo pasamos sentados (hay que agregar las horas en que jugamos videojuegos o vamos al cine). En la ciudad de México es extraordinario el número de horas que la gente pasa sentada en el auto, en el Metro o en los autobuses. Por fortuna, acá en Comitán nuestros desplazamientos son más naturales y, la mayoría de veces, podemos caminar de San Sebas a La Pila, sin tanto problema. Claro, cuando llegamos a La Pila y subimos el graderío para entrar al templo, después de hincarnos para la persignada y la petición a San Caralampio, nos sentamos, nos sentamos para bobear, para mirar hacia arriba o a los lados y darnos cuenta de cuántas fotografías están en el retablo, como agradecimiento por los milagros concedidos.
Aparte de la cama, el hombre no inventó mayor invento que la silla para descansar. Cuando la gente está exhausta por una jornada intensa de trabajo o por una caminata de varios kilómetros, de manera inconsciente, busca una piedra para sentarse, si no la encuentra se tira en el piso. A mí me encanta la hamaca, porque tiene dos vocaciones bien delimitadas. Creo que el inventor de la hamaca la hizo para que la gente de la playa, de Arriaga y de puntos intermedios, durmiera; pero la hamaca es usada como silla por muchísima gente. Es tan fácil salir al corredor, abrir la hamaca por la mitad con las dos manos, sentarse y columpiarse tantito. Mucha gente sólo alza la pierna y se sienta sobre la hamaca como si ésta fuese un potro tejido.
La silla es un objeto bendito, pero a la vez, para los escritores, es un tormento. Un amigo poeta me dice que cada vez que se sienta cree que se sienta en una Silla Eléctrica. Un famoso escritor (de esos que venden millones de ejemplares de sus libros en el mundo) dijo que es imposible pensar cuando uno está sentado. Él siempre recomendó, a los escritores, escribir parado. Él mandó a construir una especie de atril para colocar su libreta y escribir. Su método es redactar parado, caminar, acercarse a la ventana y regresar al atril para seguir escribiendo. Cuando le platiqué a Roxana esta anécdota literaria, ella se limpió la boca con la servilleta de papel y dijo: “Debe tener razón. Cuando cagamos siempre lo hacemos sentados. Tal vez parado, él no la caga”, y siguió bebiendo su café.
Sentarse es el acto más común. El tío Romeo pasó sentado los últimos tiempos de su vida. Lo hizo en una silla de ruedas. Ahí dormía, ahí comía. Una tarde me pidió que lo llevara al patio y que lo tirara sobre la tierra. Por favor, me dijo, quiero volver a caminar. Yo iba a decirle que eso era imposible, pero él me dijo que caminaría con su cuerpo. Con ambos brazos empujé la silla hacia adelante y el tío cayó como fardo. Lo vi sonreír, lo vi darse vuelta, impulsarse con ambos brazos; lo vi caminar como si fuese un ciempiés. Cuando llegó la tía me regaño, me empujó, me corrió de su casa, pero yo vi que el tío sonreía como un niño mientras Joaquín y Chalo, los muchachos que ayudaban en la casa, lo cargaban y lo volvían a sentar en su silla de ruedas.
Sentarse es el acto más común.