sábado, 31 de mayo de 2014
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY PERIODISMO COMPROMETIDO
Querida Mariana: dejé de colaborar en El Heraldo de Chiapas, pero no quedé cojo. Tengo la fortuna de escribir en este diario que es más importante para mí, porque es un diario de mi pueblo. Y digo que no quedé cojo porque escribo en Chiapas Paralelo, que es un periódico virtual. Chiapas Paralelo se ha convertido en muy poco tiempo en un referente de los medios de comunicación en Chiapas, porque representa la alternativa. Ahí escriben algunos de los más importantes y reconocidos periodistas de Chiapas, como Sandra de los Santos, Sarelly Martínez, Isaín Mandujano, entre otros. Y ahí, escribo una Arenilla especial, cada jueves.
Una tarde, Sandra de los Santos me invitó a escribir en Chiapas Paralelo, lo consideré un honor y desde entonces, como siempre, trato de cumplir con esta vocación de vomitar los fantasmas y la posibilidad de formular cielos donde no hay nubes.
¿Qué escribo en Chiapas Paralelo? Un juego con la palabra. ¿De qué otra cosa podría escribir? Un día me di cuenta (¡brujo!) que el mundo no está concluido. Todos los objetos del mundo aceptan otros chunches. Las uñas de las niñas aceptan pintura y dibujitos (no sólo las uñas de las manos, sino también las de los pies). La piel canela de las nalguitas de las muchachas bonitas acepta tatuajes (a veces horrorosos tatuajes con el nombre del amado, que años después quieren quitarse con lejía).
Así pues, me di cuenta que también las definiciones de los diccionarios están incompletas. El significado de las palabras no puede constreñirse a una sola idea, siempre hay más. Por esto, todas las palabras tienen muchas acepciones y son tan decentes y generosas que aceptan más. Mi oficio, entonces, es dar un poco de más aire. Trato a las palabras como si fuesen papalotes y les echo “juelgo” para que vuelen un poquito más, un poquito más arriba, por ahí por donde revolotean las águilas.
Defino a las palabras. ¿Cómo las defino? ¿Dejás que te dé algunos ejemplos? ¿Sí? ¡Va pues! Te paso la definición de espanto.
Mi abuela siempre recomendó a las mamás de los sobrinos “que los curen de espanto”. Lo hizo cuando a alguno de los sobrinos le sucedía algo inesperado. La gente, en todo el mundo, se cura de “espanto”. Nunca he visto a alguien que se cure “de fantasma” o se cure “de miedo”. Esto significa que el espanto es más aterrador que el fantasma o que el miedo. Llama mi atención que el espanto es un sujeto que pareciera corporeizarse, casi como si fuera sinónimo de fantasma. En Comitán, la gente dice: “anoche me encontré con el espanto de tío Chilo”. Espanto, entonces, es como el alma en pena de algún difunto.
Espantar es un verbo. Es correcto decir: “yo me espanto” (bueno, basta ponerse frente al espejo a las cinco de la mañana). Es correcto decir: “nosotros nos espantamos” (basta escuchar un noticiario donde difunden las minucias de la Reforma Hacendaria). Cuando es verbo, la cura no funciona. La cura es aplicable cuando “espanto” es sujeto que nos toma del cogote, nos aprieta y nos va dejando en los purititos huesos. En el pueblo dicen que hay gente que se muere de espanto.
Existen diversos modos de cura. Mi abuela, tomaba un buche de trago y, de manera subrepticia, se acercaba a la sobrina “espantada” y, sin “echar” aguas le “echaba” el buche de trago. La sobrina pegaba el brinco, como sapito “espantado”. Parece que la fórmula de la abuela era curar el susto con otro susto, un poco como si fuese experta en homeopatía.
En la región habitan varios espantos que ya pertenecen al imaginario colectivo. Cuando alguien nace en Chiapas ya trae, junto a la torta bajo el brazo, los espantos de la Cocha Enfrenada, El Sombrerón, El Cadejo y La Llorona (para que las feministas no se enojen pongo dos y dos).
Ya los expertos nos han dicho que los espantos, fantasmas, espíritus chocarreros y demás entidades sobrenaturales se aparecen durante las noches. Por esto, mi abuela aprovechaba el sol de la mañana para “curar de espanto”, decía que a esa hora los espantos andaban todos ateperetados. Ella decía: tratar de curar de espanto a alguien a la media noche es una osadía, además de una estupidez. Nadie, en su sano juicio, se atreve a desafiar a un espanto a las doce de la noche. De acuerdo con el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, espanto es: “entre curanderos, enfermedad supuestamente causada por un susto”. El susto puede ser un propio espanto, porque, en su cuarta acepción, el diccionario dice: “fantasma, imagen de una persona muerta”. Pocas palabras en el idioma tienen esta particularidad. No sería una incorrección decir: “espanto, enfermedad supuestamente causada por un espanto”.
A los sobrinos los curaban de espanto y sanaban. Lo cual demuestra que el espanto no es una entidad poderosa. Y si espanto es una persona muerta, las personas muertas no causan espanto. En mis años de adolescente íbamos al panteón, alguno de nosotros se ponía una sábana y espantaba a las muchachas bonitas que nos acompañaban. Era mero pretexto para que ellas nos abrazaran, para que gritaran y nosotros les diéramos sosiego. Nunca supimos que el espanto no estaba instalado en el panteón. Ahora, ya mayores, sabemos que el espanto es otra cosa, otra entidad más absurda. La sociedad vive espantada, porque el Sistema provoca esos temores. Al estilo del Chapulín podríamos decir: “y ahora, ¿quién podrá curarnos del espanto?”.
¡Hasta acá! ¿Qué te parece? Ya, ya, ya sé que a vos te molesta esta clase de juegos donde trato de ir más allá de la montaña. Siempre me has dicho que la cima de la montaña ya no tiene más espacio, pero yo insisto en pensar que más allá de la cima está el cielo y más allá está Marte (amarte, amarte) y más, más allá, está el infinito y después de esa frontera estás vos. Por eso, cuando jugás a que yo diga cuánto te quiero, digo que te quiero como una piedra encima de un sapo, encima de un planeta, encima de un tronco, encima de un iguanodonte, encima de un alfa, encima del infinito.
¿Te doy otro ejemplo de definición? ¡Va! Escribiré la definición de la palabra duda.
Para que no quede duda, duda es: “vacilación o indecisión ante varias posibilidades”; es decir, de acuerdo con el diccionario, duda es como una intersección de varios atajos. El que duda se enfrenta a dos caminos, cuando menos: el de la izquierda o el de la derecha; el de arriba o el de abajo; el pavimentado o el lleno de tierra y polvo. De esta ligera vacilación (parece vacilada) depende el destino. Esto es lo que los entendidos llaman Libre Albedrío. La duda, entonces, no es un impedimento sino, al contrario, es el motor que nos empuja a la acción. Sólo quien duda -podría decir el experto- camina, tropieza y se levanta. Claro que esta última frase podría usarla cualquier inútil de esos que escriben libros de superación personal. Porque, a final de cuentas, los escritores de esta clase de libros, de pronto, se vieron en una disyuntiva: caminar por el camino escabroso de la literatura e intentar escribir obras maestras y vivir del aire, o caminar por el camino sin piedras de la escritura “light” y vivir como jeque árabe. Los Paulos Coelho del mundo decidieron bien, no se asfixian en los caminos tormentosos de los otros.
Toda duda genera una decisión (¡ah, qué jodido me estoy viendo! Parece que Molinari también tiene un Coelho escondido en el espíritu. Lástima que Molinari no recibe la paga que el brasileño y debe conformarse con aspirar a ser un García Márquez sin llegar a ser, cuando menos, un uñero de Paulo. ¡Qué destino tan pinchurriento!).
Y ahora, para continuar en la senda de la superación personal, puedo decir que quien no duda ¡no vive! Sólo una certeza existe en el mundo: la certeza de la duda. Dudamos, sin mucha conciencia, todo el día (la excepción es la etapa cuando dormimos). Dudamos porque a cada instante debemos decidir por algo. Cuando el despertador suena, mi clon duda entre levantarse o dormir cinco minutos más; duda entre levantarse con el pie izquierdo o con el pie derecho, porque recuerda que la tía Eusebia dijo que debía hacerlo con el derecho para que le fuera ídem en el día, pero el tío Eusebio dijo que eso era una estupidez, ya que él era zurdo.
La vida nos coloca frente a la duda a cada instante. El Universo es la certeza infinita, pero el ser humano (hormiguita, apenas guijarro) es la duda infinita. Basta ver cómo juegan con nosotros a la hora de votar por un candidato. No basta, como en sociedades avanzadas, decidir por uno o por otro. Acá, en este país lleno de dudas (y de deudas), debemos elegir entre cuatro o cinco opciones. No basta el verde, el colorado y el amarillo, ahora ya hay partidos políticos bicolores. Acá en Chiapas existe un híbrido que se llama POCH. ¡Dios mío! En Comitán usamos una onomatopeya simpática cuando alguien se cae, decimos: “hizo pongoch”. Siempre que leo algo acerca de ese famoso (famoso por inútil) Partido Orgullo por Chiapas pienso en la onomatopeya chiapaneca. ¿Quién -digo yo- tiene suficiente capacidad para elegir entre cinco caminos, todos pedregosos, todos llenos de baches? A veces, ¡qué pena!, por eso mucha gente prefiere mejor sentarse sin elegir un camino, sin recordar que, de todas maneras, nos llevarán al baile.
“Ante la elección ¡la duda!”, dice mi compadre Luis (y no es escritor de literatura “light”). La muchacha bonita siempre está instalada en la duda: “¿lo acepta como novio?”, “¿le da la tan anhelada prueba de amor, cuando ya la ha dado decenas de veces?”.
¿Voy a la escuela? ¿Cómo tacos en la calle? ¿Renuncio a este trabajo? ¿Me cambio de ciudad? ¿Subo a esta combi o espero la otra que, “espero”, esté más vacía? ¿Camino por esta calle que está en penumbra? ¿Pedimos otra botella de ron? ¿Cojo sin condón, porque la calentura ya me ganó? ¿Se lo digo a mi mamá? ¿Me afilio al POCH para que un día yo sea candidato a diputado local? ¿Me vuelvo Verde? ¡A cada instante la duda aparece! Aparece como nube en nuestro cielo y, a veces, llueve de más, llueve como si fuese una tromba en plena primavera. “Le dije que no saliera a carretera, llovía mucho”, dice la afligida madre cuando recibe la noticia de que el hijo está en el hospital. Todo es una duda. Nuestra vida comienza con una duda: “¿aborto o dejo que nazca?” y termina con otra: “¿le desconectan los aparatos que siguen dándole vida?”. Y aún va más allá: “entierro o incineración”. Ante la rotundez de la certeza del Universo, somos la excepción que confirma la regla: ¡somos la duda infinita!
Posdata: seguiré injertando brazos al árbol de las palabras. Lo seguiré haciendo porque este mundo necesita más ramas. Hay pájaros que no se conforman con beber agua de los charcos, ni se conforman con ver los cielos reflejados en lagos de quinta. Hay pájaros que necesitan respirar otros aires, que necesitan colgar sus sueños más allá de la cima, por donde juegan los unicornios, por donde las nubes tejen almohadas.
Me gusta jugar con las palabras. Vos lo sabés. Me gusta jugar con palabras que acá en Comitán son como colconabes. Hay palabras que nos son tan cercanas, pero que no están incluidas en los diccionarios. Por eso, pienso yo, es preciso que alguien las meta en el fogón de la imaginación y le dé vuelta como María le da vuelta a las tortillas en el comal. Es preciso que a la palabra le aparezca la pancita, la pancita que permite adobar el sueño de la tarde.