viernes, 16 de mayo de 2014

UNA LÍNEA TENUE





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como árboles que crecen en el cemento y mujeres que son como grietas en banquetas.
La mujer grieta en la banqueta no conoce más que la suela del zapato. A veces sueña con alcanzar a ver el sombrero o el foco de la lámpara que está en la esquina.
Dicen que de niña soñó con ser viajera del mundo, que podía, en forma libre, acercarse a la mujer que ofrece arroz con leche y pan por las madrugadas.
Cuentan que, a veces, alcanza a ver cómo dos hombres bajan de un carro y cruzan la calle sin ver los balcones y el cielo.
Pobre su destino. Su grieta sólo se llena a veces con aguas negras o con basura o con lodo o con tierra. Sólo en ocasiones alcanza a lavar sus caminos con el agua de la lluvia.
Sólo alcanza a ver la miseria del mundo, los grafitis que aparecen en todas las paredes. Imagina cómo es el interior de las casas, imagina cómo es viajar en carro o en avión. No le es permitido soñar. ¿Para qué va a soñar si no puede descubrir el hilo de la posibilidad? Se siente prisionera, se siente atada por siempre a la calle.
A veces, le comienza a crecer una especie de musgo. ¡Es la vida que no se deja abolir! En ese instante ella siente como si alguien colocara una jarra de cerveza en la mesa. Pero la dicha es apenas una revista de sociales. El dueño de la casa donde está la mujer grieta en la banqueta manda a cortar el musgo y manda a rellenar la grieta con cemento. ¡El hombre no puede soportar que la vida crezca en medio del cemento! El cemento es el símbolo máximo del progreso. Los futurólogos establecen que un día todo estará encementado. Ese día el mundo estará complacido por lograr su objetivo de cancelar la vida y plantar una línea de luz falsa.
La mujer grieta en la banqueta imagina cómo es la habitación en donde la mujer de la esquina atiende a su cliente. Ella imagina el verde del semáforo, la luminiscencia de la ventana donde los pájaros llegan a mirar su reflejo.
La mujer grieta en la banqueta imagina el calor de la lámpara en una sala donde una muchacha bonita deja que el novio meta su mano adentro de la pantaleta. Ella no sabe de cortinajes dorados ni de jardines en mansiones, ni de albercas, ni, tampoco, de claveles creciendo a la vera de un sendero.
No tiene suéter para las noches de invierno, ni una gota de agua para preparar un vaso de taxcalate.
A veces juega a que es un caminito por donde las hormigas pueden llegar al arco iris; a veces juega a que es una línea que Dios pintó en el camino; juega a que es un cabello petrificado y que, en cualquier mañana, el aire le concederá la vida para que vuele como papalote.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como funda de almohada rota y mujeres que son como escalones de madera a punto de desplome.