viernes, 9 de octubre de 2015

A QUE NO PUEDES COMER SÓLO UNA





La mamá tortuga ha dicho a su hija, esta mañana, que no salga de casa. Pero Ita, que así se llama la tortuga hija, es una niña muy traviesa. Bueno, con contarles que una mañana de abril desapareció y la encontraron hasta el día siguiente en la entrada del albañal. Cuando la mamá la reprendió, ella dijo que ahí estaba muy a gusto, que le encantaba sentir cómo, cuando corría el agua que soltaba Juana, la lavandera, la llevaba hasta la entrada del albañal, como si fuese una barca o una cáscara de nuez y el canal fuese un tobogán de esos que ponen en los centros de verano. Ita estaba sorprendida de cómo cada descarga de agua era la cantidad exacta para desplazarla justo a la entrada. Cuando la corriente se agotaba, la tortuguita caminaba de nuevo por el túnel hasta el centro del albañal y esperaba la nueva descarga. Claro, este trayecto lo realizaba en una hora treinta y dos minutos, así que sólo esperaba dos minutos más para que la nueva descarga se realizara. Ese día realizó cuatro viajes, de ida y de vuelta. De ida no tenía inconveniente porque lo realizaba en menos de diez segundos, ¡ah!, pero de regreso, ¡uf!, ya se dijo, se tardaba una hora con treinta y dos minutos (si algún lector lo desea puede hacer la sumatoria de acuerdo con la siguiente estadística: la tortuguita tarda un minuto con dos segundos desde el instante en que hace el arco y logra colocar la planta en el piso, en el piso húmedo). Fue tan intenso el juego que, a las seis de la tarde con treinta y dos minutos, Ita quedó a mitad del trayecto, agotada, profundamente dormida. Despertó hasta la mañana siguiente, a las siete con veintidós, hora en que Juana hizo la primera descarga. Danielito, que es el hijo de los dueños de la casa, fue quien halló a la tortuguita y la llevó hacia adentro.
Esta mañana, la mamá tortuga ha salido para ir por el mandado. Regresará hasta entrada la tarde. Ha cerrado con doble llave la puerta. Mamá tortuga toma su mini patineta, su morraleta y vuelve a recomendarle a su hija que no salga. Ita jura que no saldrá, que permanecerá leyendo en la sala, pero en cuanto la mamá sale, la tortuguita sube al pretil de la ventana y ve algo sorprendente. ¡No puede ser! El camión de Sabritas está en la tienda de la esquina. ¡Ah!, todo pueden ponerle enfrente y, mediante una intensa lucha interna, logra vencer la tentación, pero a Ita no pueden ponerla frente a una bolsa de papitas porque todas sus resistencias se hacen polvo. ¿Las tortugas acostumbran comer papitas? Bueno, parece que las tortugas comen de todo. En casa tenemos una tortuga, casi prima hermana de Ita, que come croquetas de gato, y otra, venida de quién sabe dónde, que come pedacitos de carne cruda de res (cada vez que mi Paty va al mercado y pide cien gramos de carne, el carnicero le dice que la tortuga morirá de un paro propiciado por la grasa acumulada en sus venas, pero la tortuga ya tiene treinta y dos años en casa y sigue tan campante).
“Papitas”, pensó Ita, se relamió la boca, movió la cola como si fuese un perrito, y se trepó en la catapulta de madera que Danielito usa en sus juegos de guerra. La tortuguita subió a la catapulta, la accionó con una pata y voló, voló a través de la ventana, por encima de la cuneta de la carretera y cayó justo a mitad de la carretera. ¡Ah!, se puso tan contenta, quiso brincar como sapo, pero no logró hacerlo. El brinco fue apenas como un upa. Vio al fondo y vio que ahí estaba el camión de las papitas. ¡Ah, qué alegría! Pero la emoción inicial se convirtió en desaliento cuando (quienes hicieron la sumatoria ya comprobaron la velocidad de sus patas) levantó una patita y, un minuto con dos segundos después, colocó su pata en el piso, y luego el mismo movimiento con la pata izquierda. ¡Dios mío, qué lejos estaba el tesoro! Oyó cómo el chofer cerraba la puerta del camión repartidor, prendía el motor y, ¡no, no, no!, venía en dirección a ella. ¡Oh!, se estaba acercando, qué bendición, pero ¡no, no, no!, estaba a mitad de la carretera, quedaría hecha polvo, como papa aplastada. Ni cómo sacar una banderita para decir: ¡acá estoy, no me aplasten! El camión pasó a su lado, el viento provocado por la velocidad movió tantito su coraza, fue como si estuviese expuesta a un ventarrón intenso. Pasó el camión repartidor, se perdió de vista y la tortuguita quedó ahí, a mitad de la carretera, expuesta a todos los peligros que se ve expuesta una criatura que está lejos de ambas orillas. ¿Cómo llegaría a una orilla si estaba justo a la mitad y ya se sabe cuál es la velocidad que alcanza? Tuvo ganas de llorar, tuvo ganas de gritar: ¡mamá!, pero su mamá estaba tan lejos. ¡Moriré!, pensó y metió su cabeza dentro de su coraza. Pensó que cuando la muerte llegara era preferible no verla. Rezó y encomendó su alma de tortuga a todos los dioses. ¡Ah!, pensó, qué joven moriré, ya no alcanzaré la edad de ciento veintidós años.
Pero, la naturaleza es pródiga, Danielito entró a su cuarto y vio que alguien había usado su catapulta, se asomó a la ventana y vio a Ita a mitad de la carretera. ¡Ah!, dijo el niño, qué tortuga tan traviesa. Así que salió de casa y fue a la carretera. Tomó a Ita de sus extremos, con los dedos abiertos como garfios y la regañó: Traviesa, un día te matarán. Y la regresó a casa.
Cuando la mamá tortuga volvió a casa con el mandado, estacionó su patineta a la entrada y entró corriendo (es un decir): ¡Ita, Ita, mira que te traje! ¡Una bolsa de papitas! No, mamita, no quiero comer, dijo Ita, estoy un poco mal de la pancita.