lunes, 19 de octubre de 2015

NIEBLA DE TODOS LOS AIRES




En el centro de Comitán es difícil que haya niebla. No obstante, a pocas cuadras de ahí, sí hay días en que amanece con neblina. El día que el maestro de Física, en secundaria, explicó el fenómeno de la niebla yo andaba haciendo dibujos en mi libreta, por esto ¡no sé cómo se produce tal fenómeno! En el barrio de Los Sabinos hay días que amanece nublado. La fotografía que acá se ve corresponde a una mañana en que la niebla me jugó una mala pasada (me ocurre a menudo), salí de casa con una chamarra ligera y al llegar a la Universidad me topé con un frío como de congelador de carnicería o de depósito de venta de cervezas. Quienes me conocen saben que soy lo que se dice un tipo friolento. Es difícil que yo ande sólo con camisa, por lo regular me pongo un suéter o una chamarra y cuando el común de los mortales necesita ponerse un suéter o chamarra porque el frío cala yo necesito un abrigo de esos que usan en Alaska. Una amiga de Tuxtla no podía creer cuando me vio en plena avenida central de aquella ciudad con un suéter. ¡Por el amor de Dios!, dijo, verte me provoca más calor. Le dije, en broma, que viera para otro lado, porque yo me sentía cómodo. ¿Por qué cuando en el centro de Comitán hay calorcito sabroso en Los Sabinos está la niebla que nos arropa como bufanda de hielo? Debe ser porque este barrio está en la parte baja de la ciudad, debe ser porque forma algo como un nido bien armado, tal vez la niebla ahí encuentra un acomodo sutil, algo como si fuese un regazo para solazarse antes de desaparecer. Porque la niebla tiene esa particularidad: desaparece ante nuestra vista. Yo siempre trato de estar pendiente del instante en que la niebla se desintegra, porque no es que viaje y se exilie, ¡no!, entiendo que la niebla se desintegra como si fuese una tela antigua que se deshace. De la niebla no queda algún rastro, sólo la constancia fotográfica o el dicho de alguien que la vio, un poco como si fuese un fantasma que, un instante después, ya no está. En realidad, la niebla siempre está relacionada con los paisajes fantasmales. Recuerdo las películas de vampiros en donde la bruma es necesaria para dar el entorno requerido; además, esa bruma es característica de países nórdicos donde, cuenta la leyenda, son los territorios naturales de los vampiros. De hecho, en nuestra tradición oral no existen leyendas de vampiros, a lo más que llegamos es a una o dos leyendas que dan cuenta de murciélagos, pero es obvio que existe una gran distancia entre un simple hematófago que se alimenta de vaquitas que de un ser de ultratumba que se regodea en prender sus colmillos en el cuello de una muchacha bonita que, por lo regular, el cine presenta con un pecho también muy apetecible, propio para vampirines que, en lugar de sangre, se engolosinan en beber lechita.
A veces, cuando salgo de casa en auto para dirigirme al trabajo veo a lo lejos, con rumbo a la Ciénega, un manto de nubes. Mi Paty señala y dice que eso es muy bello. Claro que es bello ver esa alfombra de nubes que cubre parte de las montañas, es como un mar. Pero a la idea de belleza siempre le agrego el hecho de que quienes caminan debajo de ese tapete blando deben estar sufriendo de frío. Paty dice que no, que los campesinos están acostumbrados y que ellos cada vez que meten la coa en la tierra entran en calor. Pero yo pienso siempre en que alguien debe ser como yo, digo, debe haber un tipo que sea cuidadito, que no camine descalzo y que se cubra con suéter por aquello de los ventarrones de más. Pero Paty insiste en que el único raro de la región soy yo, asegura que el noventa y nueve por ciento de la población mundial es normal y que, en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, todo mundo se abanica, busca la sombra, toma un raspado de nanche y viste en camisa o playera. ¿Alguien que use suéter en una temperatura de treinta y tantos grados? ¡Sólo vos!, dice. Y lo creo, porque al llegar a la universidad veo a Miguel en mangas de camisa, metido en medio de la niebla, gozándolo como si él fuese un fantasma o descendiente del Conde Drácula.
Nunca puse atención a la hora que el maestro de Física explicó el fenómeno de la niebla; ni puse atención a la hora que el maestro de Vampirología explicó cómo es que los vampiros logran succionar la sangre a través de sus colmillos.