domingo, 25 de octubre de 2015

DE LENGUA ME COMO UN PLATO




El dicho se aplica a los lenguaraces, a los que acostumbran hablar sin cumplir sus promesas. ¡De lengua me como un plato!
En la foto se aprecia un plato (pequeño, apenas más grande que una hostia, de esas que los sacerdotes acostumbran levantar con ambas manos al decir: “Este es el cuerpo de Cristo”) y un montón (casi un montoncito) de lenguas de chayote hervido. En algunas casas a la lengua del chayote le llaman corazón, pepita o semilla. A mí me gusta el término lengua, porque a los chayotes, -ah, qué verduras tan traviesas- les encanta sacar la lengua desde que están trepados en los tapescos. Uno pasa por debajo, alza la vista y encuentra a decenas de chayotes sacando la lengua. ¿Y por qué la gente muestra la lengua a otro? En señal de desprecio, burla o juego. Los niños muestran la lengua a la tía que es una caemal o al maestro que insiste en dejar más tarea de la recomendable. Cuentan que aún hay maestros que dejan planas con la oración: “No debo hablar con mis compañeros a la hora de clase”; cuentan que los maestros aún acostumbran enviar a la esquina al alumno atrasado. El acto de sacar la lengua es un acto reflejo. Las personas sacan la lengua cuando están agotados, por eso se dice que algunos corredores no profesionales llegan a la meta con la lengua de fuera. Cuando algún expedicionario se queda sin agua a mitad del desierto también saca la lengua.
El platito de esta foto es apenas un poco mayor al tamaño de la hostia que el sacerdote presenta en misa de doce, los domingos. Llama la atención que para tomar la hostia, los creyentes deben (es imposible hacerlo de otro modo) sacar la lengua para que el sacerdote la coloque y el fiel la degluta. Los creyentes no le sacan la lengua a Cristo, ¡no!, se la sacan al cura. ¿Por qué será? Tal vez por esto, algunos sacerdotes prefieren que quien comulga tome la hostia con sus manos y la introduzca él mismo en su boca.
A mi tía Eugenia le gusta llamar corazón a la lengua del chayote. Dice que está en el centro y que es lo que garantiza la continuidad de la vida. Aplica otro dicho mexicano, el de que “El pez por la boca muere”, que indica que hablar de más no es conveniente. Mi tía dice que, de joven, pensó en ser una monja de clausura, que son aquellas que hacen voto de silencio. Cuando la tía sugirió tal deseo, su papá usó de más la lengua. ¡Ah, le dijo hasta de que se iba a morir si insistía en tal despropósito! En cambio, la mamá aplicó lo que después la hija tendría como dogma, sólo dijo: “De lengua me como un plato” y dejó que Dios y el tiempo hicieran su labor. Cuando, dos meses después, mi tía Eugenia conoció a Ramón (ahora mi tío y padre de mis ocho primos), ella se olvidó de sus votos y habló hasta por los codos. Mi tía Eugenia jamás perdonó todos los exabruptos que su papá, como agua fría, le había soltado. Con ello, la mamá de tía Eugenia reafirmó que la lengua debía usarse con moderación.
Yo, igual que todo el mundo, de lengua me como un plato. Cuando mi mamá prepara chayotes hervidos para usarlos después en una receta de chayotes rellenos (que le quedan bien ricos), ella separa todas las lenguas del chayote y me las ofrece en ese platito especial. A estas lengüitas basta soltarles unas gotas de limón y un poco de polvojuan para que se conviertan en un manjar tan preciado como el palmito, en Brasil, o como el caviar, en Rusia.
Yo como lenguas. Mi tía Eugenia diría que me como los corazones. Pancho diría que me como las pepitas y sonreiría con doble intención.
Igual que la tía Eugenia procuro usar la lengua con moderación, porque sé bien que el pez por la boca muere, pero en mi pueblo es muy difícil quedar callado. Cuando vengo a ver ya estoy hablando de más.