domingo, 18 de octubre de 2015
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DE RECUERDO
¡Ay, mi perrita! Siempre tan linda. Hace cuatro días me recibió en la puerta de casa. A mi Paty le hace más bulla, a mí me ignora, pero de vez en vez mueve la cola y se para en sus patas traseras, hasta que yo le hago un cariño en su cabeza. Pero ayer, la Pigo hizo gracias de más. ¡Ah!, ya sabía que deseaba pedirme algo y después de dos o tres vueltas alrededor de mí pidió permiso. ¿Permiso? ¿Para qué? Para ir a la edición treinta y dos del Congreso Latinoamericano de Animales. Me quedé como si fuera yo un pájaro carpintero sin pico.
¿Congreso? Pero, ¡Dios mío!, si la Pigo nunca ha salido de casa. De vez en vez mi Paty la abraza y la lleva a dar una vuelta en el auto, pero como no está acostumbrada le resulta una aventura ingrata. Paty dice que le gustaría que nuestra perrita fuera como esas que sacan la cabeza por la ventanilla del auto y entrecierran los ojos cuando les da el viento en la trompa. ¡Ah!, el pelo de las orejas se vuelve como un oleaje de terciopelo. Pero ¡no!, la Pigo es igual que yo: es escasa. Siempre está en el interior y su mayor atrevimiento es salir a la cochera y ladrar, asomada por la hendija inferior de la puerta, cuando un par de perros pasa por la calle.
A mi Paty le comenté la petición de la Pigo y mi esposa, de inmediato se llevó las manos al rostro y dijo: “¡Ay, mi chiquita! Estará expuesta a mil peligros, pero si es lo que quiere no se lo podemos negar”. No podía creerlo, ¿así que mi Paty daba permiso de que la Pigo se expusiera a mil peligros? Como no podía creerlo, aventé el argumento de que si se extraviaba no sabría qué hacer y entonces (yo hice lo mismo que ella, me cubrí el rostro con las manos) dije, en tono dramático: “La Pigo no volverá a casa ¡jamás! Y este jamás lo dije como si yo fuese un actor de teatro inglés y, en tono Shakesperiano, dijera: “¡Ser o no ser!”. Mi Paty dijo que no fuera yo tan dramático, que todo estaba puesto en las manos de Dios y comenzó a hacerle la maleta a la Pigo que, daba vueltas y vueltas por el cuarto; como loca subía a la cama, bajaba, corría por el parqué, llegaba a la pared y, como si fuese competidor de natación en Juegos Olímpicos, apoyaba las manitas, se impulsaba y volvía a correr por el cuarto para subir de nuevo a la cama.
El viernes la despedimos. Yo me quedé apoyado en el marco de la puerta de calle, mientras ella tomaba su combi con rumbo al Congreso. “¡Ya, ya -dijo Paty- no te preocupés! El Congreso es acá en San Sebastián. Estará bien.” Paty se metió a poner ropa en la lavadora y yo me sentí un tonto, porque sentí una opresión en mi pecho, como si despidiera a una hija que partiera hacia Sudáfrica, para hacer labor de misionera en campos de refugiados.
Por la tarde del viernes, a mi Paty le pregunté si había noticias. Me dijo que sí, que todo estaba bien, que la Pigo ya estaba integrada al grupo y me mostró esta fotografía que nuestra perrita le había mandado por whatsapp. Pero, ella ¿en dónde está?, pregunté. Ya, ya, dijo Paty, no seás mudo, ella tomó la foto.
Ayer me mandó un mensaje, dice que está muy contenta, que ha hecho amistad con dos jirafas que le cuentan historias de África, dice que cuando regrese a casa me las contará.
Ahora tocan. Paty corre a la puerta, lleva el celular en la mano, pegado al oído. Mi Paty me grita: ¡Es ella!, dice que está en la puerta. ¡Corré, corré!, le digo a Paty. ¡Uf, nuestra pequeña regresa a casa! Ella que jamás había salido sola. Estuvo en un Congreso Internacional. ¡Pucha, qué atrevida!