sábado, 17 de octubre de 2015

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA QUÉ HACÍAMOS EL DÍA QUE ENTREGARON EL NOBEL DE LITERATURA




Querida Mariana: ¿en dónde estabas la mañana que apareció el humo blanco en El Vaticano y el mundo supo que Francisco Bergoglio sería el Papa?
El 7 de octubre de 1990 yo estaba en un salón de la preparatoria Mariano N. Ruiz. Me acerqué a la ventana, mientras mis alumnos redactaban un ensayo. Miré a Paco que caminaba por el patio y subía corriendo al salón donde yo estaba: “¡Le dieron el Nobel a Octavio Paz!”, me dijo. No recuerdo qué comenté, pero esa era buena noticia. Siempre es bueno que un paisano brille en el universo. Salí del salón, bajé, fui a mi oficina, saqué un libro de poemas de Paz, regresé al salón y escribí en el pizarrón verde, con un pedazo de gis, el poema “La rama”: “Canta en la punta del pino / un pájaro detenido, / trémulo, sobre su trino. / Se yergue, flecha, en la rama, / se desvanece entre alas / y en música se derrama. / El pájaro es una astilla / que canta y se quema viva / en una nota amarilla. / Alzo los ojos: no hay nada. / Silencio sobre la rama, / sobre la rama quebrada.”
Soy un snob, lo sabés. Siempre que inicia el mes de octubre espero con ansia dos sucesos: la noticia de la entrega del Nobel de Literatura y la noticia del cambio de horario (me disgusta el horario de verano). El año de 1990 está lejano. En este 2015 me entero de muchas cosas por el Facebook. Este 7 de octubre estaba en la Sala de Maestros, de la Universidad Mariano N. Ruiz, y leí en mi muro: “Lo que otros sólo intuían nosotros ya lo teníamos por cierto. Fue la bielorrusa”. Era un mensaje de Samuel Albores. Y es que, un día antes, en su librería, bromeé con él, le dije: “Si gana Svetlana Alexiévich, ¿encontraré libros de ella acá en Lalilu?”. El único libro de la Nobel de este año, que ha sido traducido al español es “Voces de Chernóbil” y sólo está disponible en e-book.
En reuniones siempre se juega el juego de “me lo dijo un pajarito”. En los últimos tiempos amigos han sido como emisarios de esa gran noticia, han sido un poco como tiucas o cenzontles. Lo mismo sucedió en 1996, cuando Wislawa Szymborska obtuvo el Nobel. Impartía una clase y una amiga llegó hasta la escuela, se paró en el patio y, con ambas manos, desplegó un papel que, en letra suficientemente grande, decía: “Ganó una poeta de Polonia. ¡Ganó la poesía!”, y es que nuestra apuesta era por un narrador o por un poeta. Yo había apostado por un narrador. Alguien había deslizado el nombre de Adolfo Bioy Casares. Ella había apostado por un poeta, ¡había ganado! Luego, mi amiga subió al salón y, por las tabletas de la ventana, me pasó copia de un poema de Wislawa que ya había bajado de Internet. Entonces, igual que cuando Paz ganó, copié el poema en el pizarrón, dije que era un poema de la escritora que había recibido el Nobel de Literatura y pregunté a mis alumnos qué les transmitía. Una alumna levantó la mano y dijo: “Me choca la poesía, pero este poema me dejó pensando”. En el pizarrón había escrito el poema que se llama “Las tres palabras más extrañas”: “Cuando pronuncio la palabra Futuro / la primera sílaba pertenece ya al pasado. / Cuando pronuncio la palabra Silencio, / lo destruyo. / Cuando pronuncio la palabra Nada, / creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.”.
No sé en qué momento comencé a interesarme por el Premio Nobel de Literatura. Ahora pienso que cuando enterraron a Rosario Castellanos, mis amigos y yo andábamos en la ciudad de México, estábamos allá para presentar examen de admisión en la Universidad. Pero, pasamos de noche. Tal vez esa tarde, como Sabines cuando murió su tía Chofi, nosotros fuimos al cine. Era una tarde lluviosa (así lo consigna la crónica del día 9 de agosto, día en que fue inhumada en la Rotonda de los ciudadanos ilustres). Por cierto que, en su monumento, la fecha de su nacimiento es incorrecta, en lugar de 1925 dice 1926. ¿Por qué nadie ha exigido una rectificación? En 1974 ya era un lector voraz. En “La proveedora cultural” compraba libros, iba al sitio de la casa y, debajo de un árbol de aguacate, acometía el acto más digno del mundo: ¡la lectura! ¡Ah!, qué bello instante el instante en que abría un libro nuevo y comenzaba a vivir otras historias, muy distantes de las que, por lo común, sucedían en Comitán. Historias llenas de vida, en donde aparecían tigres y leones, animales que, sólo de vez en vez, aparecían por el pueblo cuando llegaban los circos. Y estos tigres y leones circenses eran unos animales tristes, casi sin vida, encerrados (¡pobres!) en jaulas mínimas. Los tigres y leones de las novelas se encaramaban en árboles inmensos de la selva y eran amigos de un personaje maravilloso que también aparecía en el Cine Comitán: Tarzán, el rey de la selva. Hoy, querida Marianita, pocos hablan de Tarzán; hoy, los personajes son otros.
La verdad es que no nos enteramos del fallecimiento de Rosario, la paisana. En 1974 (lo sé ahora) el Premio Nobel de Literatura fue compartido (desde entonces no ha vuelto a repetirse tal acto. Ahora lo entregan a una sola persona). El año de la muerte de Rosario, dos escritores suecos obtuvieron el máximo reconocimiento. ¿Por qué la Academia premió a dos escritores ese año? No lo sé y, la verdad, me viene sobrando. Lo único que advierto es que la Academia es Sueca y los premiados fueron paisanos. Si comparo (¡ah!, qué odiosa práctica) el poema de Paz que copié líneas arriba y un poema del poeta laureado en 1974, Harry Martinson, encuentro que es más alto el de nuestro paisano. A ver, paso copia de un poema breve de Martinson y ya vos dirás. El poema se llama “La despedida de los recuerdos”: “Cuando los recuerdos van a desvanecerse nos visitan con gran frecuencia / como si quisieran ser completamente consumidos. / Lo mejor es comerlos como el manjar favorito, / muy a menudo, hasta que uno ya se harta de ellos. / Así disminuye su valor / para el día en que sean presa del insolente olvido.”. Sí, claro, tiene algo, pero tal vez sea la traducción la que le hace tener como cierta piedrita, algo que no permite la fluidez completa que sí logra el de Octavio.
Y comparo porque no siempre la Academia ha premiado a las Voces Mayores. En 2014, el francés Patrick Modiano obtuvo el Nobel de Literatura y, la mera verdad, este escritor no tiene una obra de altos vuelos. Claro, mi niña, es mi apreciación como lector, cualquiera diría que es cuestión de gustos.
Se sabe que la entrega del Nobel tiene muchos intereses, desde los políticos hasta los económicos, por lo tanto, a veces, el arte queda relegado.
¿En dónde hallar la obra de la escritora laureada en este 2015? Los que saben dicen que sólo “Voces de Chernóbil” puede hallarse en español y es un libro escasísimo. Hay que esperar que las grandes editoriales publiquen los otros libros y las reediciones de Las voces. Ya imagino cómo, en este instante, cientos de traductores le dan duro a la conversión del ruso al español, porque millones de lectores estamos en espera de los libros de la Svetlana. Por fortuna, los periódicos han publicado un fragmento inicial del libro traducido; ahora puedo decir que es ¡un libro soberbio! Ahí está la esencia del ser humano, narrado a través de testimonios. Los críticos han ponderado el hecho de que la Academia haya premiado a una periodista. Su trabajo literario tiene como fundamento las voces de los otros. Los que saben llaman a esto Polifonía, como si se tratara de decir que es necesario la voz de muchos pájaros para escuchar la verdadera voz del bosque. Su obra es un bosque, un bosque donde la miseria es el nido. Leí, querida mía, las dieciocho páginas iniciales del libro “Voces de Chernóbil” y entendí por qué un lector dijo que no pudo dormir dos noches seguidas después de la lectura de ese libro.
Ya no recordaba la tragedia de Chernóbil ocurrida en 1986. No recuerdo en dónde estaba cuando el mundo se enteró de la explosión de esa central nuclear. Los países de la antigua Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas están muy lejos. Pero, el libro de Svetlana acerca a sus lectores a esos horrores. Las voces de hombres y mujeres que vivieron y viven esa tragedia, expuestos con el bordado mágico e impecable de la escritora, nos toca el espíritu. Y la buena literatura no es más que tocar el alma; tocarla a través del humor, de la inteligencia, de la violencia o de la mierda que envuelve al hombre y a la mujer de todos los tiempos. Svetlana es una gran escritora, es una periodista admirable.

Posdata: Soy un snob. En cuanto se da a conocer el nombre del ganador o ganadora del Nobel de Literatura trato de conseguir, de inmediato, uno de sus libros, para saber por dónde va la vaina de la excelsitud literaria. Este año celebro la designación. Svetlana es una Voz Mayor que nos estruja el alma y nos hace más conscientes de nuestra grandeza y de nuestra debilidad suprema.
Siempre que llega octubre espero dos actos: el Nobel de Literatura y el destronamiento del Horario de Verano. Ahora esperaré el Horario de Dios, que es el horario más bello del mundo.
Mariana mía, ¿qué hacías la mañana del día que pedí que tu lluvia bendijera mis parcelas?