viernes, 30 de octubre de 2015
DE SAPOS Y DE IMÁGENES CON NIEVE
Y un día de éstos se dará el Apagón Analógico. Pero este apagón no nos dejará en oscuras. Al contrario, dicen los expertos, la imagen y el sonido de la televisión mexicana serán de excelencia. ¿Y los contenidos, apá? ¡Ah -dijera Nana Goya-, eso ya es otra historia!
Por fortuna, ahora, gracias a los avances la brecha tecnológica ya no existe. Los comitecos podemos tener acceso a casi los mismos contenidos televisivos de que gozan los habitantes de la Ciudad de México; pero hubo un tiempo en que Comitán anduvo en el apagón televisivo; un poco como decir que acá no había llegado el Big Bang visual y auditivo.
La televisión llegó a la Ciudad de México en 1950. ¿A Comitán? Uf, veinte años después. Y si los que dicen que veinte años es nada ya quisiera verlos vivir sin televisión.
Quienes viajaban al Distrito Federal contaban las maravillas que existían en las casas. Trataban de hacer una comparación con los radios: “Hacé de cuenta la radiola pero con muñequitos que tienen vida”, decía la tía Eulogia.
Los comitecos, en los años sesenta, prendían veladoras para que San Caralampio hiciera el milagro que de que la televisión llegara al pueblo y, una tarde llena de luz, el santo más querido de esta ciudad ¡hizo el prodigio! Las mueblerías ofrecieron los primeros aparatos y la gente acaudalada los adquirió. Eran televisores en blanco y negro y las imágenes, decía todo mundo: “Se veían con nieve”. ¿Con nieve? Sí, por tanta interferencia las imágenes parecían paisajes nevados en forma permanente, porque caía una serie de burbujas que impedían ver las imágenes con claridad. Era tanta la emoción que los comitecos no advertimos esa proeza: ¡Tener nieve en un lugar donde lo más que conocíamos era el granizo! Pero, la emoción de la novedad pronto cesó y los telespectadores se enojaron porque no era posible ver imágenes claras. Pero eso no era lo peor. Lo peor fue que la televisión que llegó no era la estrictamente comercial (que era lo que los comitecos soñábamos). El canal que llegó era parte de un proyecto de la Secretaría de Gobernación llamado TCM (Televisión Cultural Mexicana). La programación era una mezcla de los programas culturales que emitían las televisoras. La tía Eulogia se quejó porque no tenía la posibilidad de ver las telenovelas del canal 2, ni “Los comerciales tan bonitíos donde niños güeritos toman coca cola”. Los anuncios de TCM era propaganda gubernamental, un poco al estilo de los gobiernos socialistas. Mi mamá menciona, ahora con risas, y en aquellos tiempos con enojo, la película de un sapo gigantesco que exhibían cada semana. Como no había mucho qué hacer en Comitán, en muchas casas prendían la televisión por las noches y los espectadores debían soportar la película del sapo. La emoción inicial se convirtió en una gran frustración. Algunos periodistas dijeron que más que un canal de televisión parecía un canal de desagüe y la tía Eulogia, en plan de broma, cuando andaba enojada decía que tenía cara de teceeme. Ya luego todo se volvió chacoteo: el alumno decía que, en la escuela, había sacado un teceeme, que significaba reprobado. Don Emilio, con gran pesar, una tarde se paró a mitad del grupo de jugadores de dominó y dijo: “¡Vivíamos mejor cuando vivíamos sin televisión!”, y todos los amigos aplaudieron con la misma emoción como si el tío, en 1945, hubiese anunciado el término de la guerra.
Los defensores del proyecto gubernamental decían que debíamos dar gracias a Dios por tener ya la televisión y, de igual manera, agradecer porque la programación no contenía la basura que hoy, gracias a la divinidad, tragamos todos los días. ¡Ah, cuánta razón tenían esos defensores del sentido común! Pero, a la mayoría le desagradaba esa muestra socialista, donde las decisiones corresponden al gobierno. ¿No era posible elegir qué ver? ¿No era posible que la tía pudiera elegir entre ver una telenovela rosa, cursi y babosa o ver la eterna película del sapo? ¿No era posible que cada uno pudiera elegir comer comida sana o comida chatarra? El pueblo comiteco, entonces, rechazó la actitud dictatorial y, como si fuese una comisión de maestros, salió a la calle a pedir que, por favor, los canales de Televisa llegaran a este pueblo. Se lo pidieron a San Caralampio con gran fervor. Y ya se sabe que este santo cumple todos los deseos de los comitecos. Y ahora, ya estamos a punto de entrar a una nueva etapa. Un día de estos ocurrirá el apagón analógico y el mundo será digital.