lunes, 26 de octubre de 2015

SIN CLASIFICACIÓN




En la entrada de los templos había un letrero con la clasificación de las películas. Hablo de los años sesenta. Los papás comprobaban que las películas a exhibir en el Cine Comitán eran adecuadas para que sus hijos las vieran. Las películas debían tener clasificación A; es decir, para todo público. Las películas en clasificación B eran para ser vistas por jóvenes con criterio (que decir eso era un contrasentido porque la juventud se caracteriza precisamente por no tener criterios definidos). ¿Una película con clasificación C? ¡Por el amor de Dios, eso estaba reservado para adultos calenturientos!
Bueno, parece que la sociedad funciona a través de códigos clasificatorios. Cuando tenía trece años anduve tras una muchacha bonita, tal vez un año mayor que yo. Era bien linda, siempre usaba falditas a mitad del muslo y se hacía dos trenzas que le caían coquetas sobre sus pechos que ya presagiaban lo generosos que iban a ser tiempo después. Mi mamá me dijo que no era conveniente que yo anduviese tras ella, parece que la chica era clasificación C, ya tenía un buen kilometraje recorrido. ¡Dios mío!
Ramiro llegó una mañana de sábado, muy temprano, a casa, dijo que en el Cine Comitán exhibirían “Sangre enemiga”, con Meche Carreño. “Sale encueradita”, dijo Ramiro. ¡Ay, Señor!, sin duda estaba en clasificación C. Ni nos dejarían entrar al cine, ni mi papá me iba a dar permiso. No te preocupés, dijo Ramiro, sacó un papel de su bolsa y me lo mostró. Era una copia fidedigna del anuncio que el padre colocaba en la entrada, en lugar de “Sangre Enemiga”, decía “Sangre de Cristo”, y en lugar del nombre de Meche Carreño aparecía el nombre de Sara García, clasificación A. Y riendo como hiena inocente, dijo que Juan (su primo de veintitantos años) nos acompañaría, el compraría los boletos y él le daría un “camarón” al boletero para que se hiciera tacuatz. Mi papá fue a misa, comprobó que la clasificación de las películas era apta para que yo entrara y me dio los diez pesos que me daba de domingo. Ramiro había hecho la proeza, con cera cantul había pegado el papel encima del que había colocado el padre. De hecho, cuando entramos al cine, vi muchos niños que insistían en entrar al cine, aun cuando el boletero les explicaba que esa película era clasificación C y no A como ellos aseguraban.
Con las revistas fue la misma historia. En la Proveedora Cultural vendían revistas para niños y para adultos. Las revistas para adultos estaban colocadas en un estante superior, para que los niños no pudiéramos alcanzarlas. Pero el morbo siempre nos picaba y le dábamos dinero a Juan para que él comprara las revistas de adultos que luego leíamos, debajo de un árbol, en un terreno que tenía el papá de Ramiro, por donde ahora está la escuela ITAES. Para ese tiempo yo era ya un lector voraz y (¡qué pena!) la literatura también estaba sometida a ese catálogo segmentando de lecturas infantiles, juveniles y para adultos (incluso pornográficos). La historia fue la misma. Un día me topé con una edición de “Las mil y una noches”, sólo para adultos. ¿Cómo era posible? Mi papá dijo que era una lectura inconveniente, pero yo le encontré una gran conveniencia a las diez de la noche, ya en mi cama, con las sábanas como casa de campaña, alumbrada con una lámpara de mano.
Si debo hablar de clasificaciones, me gustaría decir que el mundo ideal sería un mundo sin clasificaciones, pero si el Sistema insiste en imponernos segmentos me gustaría vivir en un mundo A, un mundo en donde las guerras, el secuestro y las violaciones estuviesen ausentes; porque si de clasificación hablamos es más agresivo un noticiario televisivo plagado de violencia que una revista Playboy en donde aparecen las Meches Carreño de estos tiempos mostrando generosamente sus pechitos y sus otras cositas.
El cine mexicano de los años setenta nos regaló imágenes bellas de mujeres encueradas. En la pantalla disfrutamos a Meche Carreño y a la gran diosa Isela Vega. Ahora, los cinéfilos jóvenes de estos tiempos ven películas de huevos y películas violentas. A nosotros nos dijeron que el desnudo era algo C y lo aceptamos en medio de la multitud, pero en lo individual supimos que el cuerpo de una mujer no tiene clasificación, es uno de los más hermosos obsequios de Dios. Ya ahora sé que lo que debería estar clasificado con triple equis y que nadie debería ver es la miseria del mundo, la imagen donde un niño en los puros huesos se muere de desnutrición. Eso sí es muy poca madre y no el desnudo de una muchacha bonita.