lunes, 12 de octubre de 2015

CARTA A MARIANA, DONDE SE HACE UNA PREGUNTA SIMPLE





Querida Mariana: el otro día, una amiga dijo que ella odiaba la clase de mecanografía. Otro amigo, de la misma generación, dijo que esa materia era ¡la onda!
Mi pregunta es: ¿cómo aprenden los jóvenes de hoy a escribir en un teclado? Quienes estudiamos en los años sesenta aprendimos mecanografía. Tres días a la semana debíamos llevar a la escuela una máquina mecánica con su estuche. La máquina no sólo servía para aprender mecanografía, también servía como pretexto para romper el hielo con alguna muchacha bonita. El pretenso se acercaba y, con su mejor sonrisa, preguntaba: “¿Te llevo la máquina?”. La mayoría de ellas aceptaba, de inmediato daban la máquina. Los muchachos del Colegio Mariano cargaban la máquina toda la subida de San Sebastián, al término de la subida, las muchachas daba las gracias y no volvían a ver a los sufridos cargadores.
Me sorprende ver cómo ustedes manejan los celulares. Envían los mensajes con gran habilidad. Pero, no sé cómo escriben en los teclados de las computadoras. Veo que en sus celulares emplean los dos pulgares. Pregunto: ¿Para escribir en un teclado emplean todos los dedos (como quienes aprendimos mecanografía) o sólo emplean los dos dedos índices? Julio Cortázar (enorme escritor que vos y yo adoramos) escribía en su máquina mecánica con dos deditos (perdón, esto de deditos es por el afecto que le tengo, en realidad eran dedazos ya que tenía unas manazas enormes).
No sé cuánto me puso el maestro Jorge de calificación en la materia de mecanografía, pero no importa. No importa, porque aprendí muy bien. Algunos jóvenes se sorprenden al ver la rapidez con la que escribo. Bueno, años y años dedicados al periodismo y a mi vocación de escritor de novelillas y de cuentos han hecho que tenga una gran habilidad con el teclado. Si debo transcribir un texto lo copio sin ver el teclado.
Aprendí tan bien que dos o tres años me atreví a dar la clase en secundaria. ¡Ah!, fueron los años más felices frente a grupo. Los muchachos entraban al salón y el jefe de grupo abría el estante especial donde guardaban las máquinas. Les indicaba cuál ejercicio del Método debían hacer y metían sus manos debajo del “babero” que les impedía ver las teclas. Así comenzaba el concierto, el sonido era como el de un metrónomo. ¿Qué hacer? ¡Nada! Desde mi escritorio, colocado en una tarima podía supervisar su labor, así que ese tiempo lo dedicaba a leer o a escribir. ¡Ah, qué años tan productivos! Espero que mis alumnos, igual que yo, hayan potenciado la capacidad de escribir y ahora sus dedos se deslicen con la misma facilidad con la que Rubinstein deslizaba sus dedos sobre el teclado del piano. Porque ahora, y desde hace varios años, procuro que al escribir suene como una sonata de Beethoven. El ritmo que imprimo a mis dedos tiene mucho que ver con el ritmo del texto que escribo. He escuchado el ritmo del teclado cuando escribo un texto que tiene algunos deslices simpáticos; es diferente a cuando el texto alude a algo más serio. Para escribir de algo violento se necesita el ritmo de una pavana; para escribir algo chusco bien puede deslizarse el ritmo de una tambora oaxaqueña acompañada con gotas de mezcal, como si fuese una calenda que destellas por las calles.
Cuando te veo escribir un mensaje escucho algo como un ritmo de rock, como si los Rolling Stones estuvieran encaramados en tus dedos pulgares. ¿Cómo escribís en un teclado de computadora? ¿Lo hacés igual que yo, con todos los dedos y sin ver el teclado?
El tío Romeo escribe en la computadora de igual manera que yo escribo en el teclado del celular. Cuando envío un mensaje escribo como si mis dedos fueran las patas de una gallina tullida. La mayoría de veces los mensajes se van con errores propiciados por el auto corrector. ¡Ah, qué pinche aplicación tan jodona! El otro día, en lugar de escribir corsé, el chunche corrigió y escribió corte; así, mi mensaje “Me gusta la mujer con corsé” se convirtió en “Me gusta la mujer con corte”.
Los tiempos en que fui maestro de mecanografía los recuerdo con afecto. Leí mucho, gran parte de la obra de Cortázar, el escritor que (vaya ironía) escribía con dos dedos, con dos dedotes de sus enormes manazas.