domingo, 11 de octubre de 2015
POR EL NOMBRE DEL NOMBRE
Mis papás dijeron que me llamaría Alejandro Benito. Cuando tuve edad suficiente pensé: ¡Ah, qué bonito! (sólo para que rimara). Hace como cinco años, mi Paty (que ella se llama Elsa Patricia. ¡Ah, qué delicia!) platicó con una señora que recién había alquilado una casa cerca de la nuestra. Después de unos diez minutos de plática y cuando yo andaba moviendo el pie ya con cierta desesperación, salió un perrito del interior de la casa y asomó su cuerpo en el quicio de la puerta, mi Paty rápido le hizo cariñitos y la señora dijo que se llamaba Benito. ¡Ah!, mirá, dijo mi Paty, dirigiéndose a mí, se llama igual que vos. La señora se apenó. No encontré el motivo. Hay cientos de loros que se llaman Paco.
El otro día, por un error de dedo, el poeta Roberto López Moreno, Premio Chiapas, en lugar de escribir Alejandro, escribió Alñejandro y yo, de broma, le dije que tal vez lo había puesto en relación a añejo, puesto que, como soy de la cosecha del 57, ya soy un comiteco añejado. Y luego le conté que el poeta Joaquín Vázquez Aguilar, cada vez que me veía, en lugar de decirme Alejandro me decía Acercandro. Quincho era un hombre juguetón con la palabra y cuando jugaba en serio escribía poemas de altísimo vuelo. Roberto López Moreno es igual de juguetón. En una ocasión, hace muchos años, en un Encuentro de Escritores, que organizaba la UNACH, en un auditorio escolar, después de la participación programada de los escritores, el poeta López Moreno (quien había participado en otras mesas) se paró y comenzó a improvisar una serie de versos con una rima exacta. La audiencia quedó gratamente sorprendida. López Moreno sí las compone al vuelo.
El error de dedo no quedó ahí. El poeta (también enormísimo, igual que Quincho) siguió jugando y me regaló una palabra que es como una brasa que apuntala la decisión de mis papás. Te llamarás Ardejandro, dijo Roberto López Moreno, y entonces vi la flama y sentí su calor.
Todo lo que no es el nombre es un sobrenombre. En Comitán somos muy dados a ello. Mi Paty me nombra de varias formas. A veces me dice Molis (cuando está de buenas), Molcajete (cuando está más de buenas) y Molito (cuando está amorosa). El otro día, un amigo del trabajo se hamaqueó de la risa cuando oyó que mi Paty me decía Molcajete. Ya luego me contó la anécdota del compadre que a su esposa le decía molcajete porque él ahí metía su chile. ¡Dios mío! ¡Cosas veredes! ¡Cosas escuchares!
He impartido cátedra más de treinta años, en tal lapso, los alumnos me han puesto mil dos sobrenombres. Todos han sido pegados con chicle porque ninguno ha perdurado. Fue necesario entonces, dentro del juego, que yo me impusiera uno: Molcas, personaje literario que aparece en obras de Del Paso y de Aguilar Camín.
A mi Paty, de novios, le decía flaca; luego, ya casados le dije Patrulla. Una vez, mi Paty entregaría algo a una señora y yo le dije que al rato pasaría la Patrulla y le dejaría el paquete. La señora, entonces, muy inocente, preguntó: “¿La patrulla de la Cruz Roja o la de la Policía?”.
Hoy recuerdo con afecto al poeta Quincho que me nombraba Acercandro y luego me decía que fuéramos a tomar una cerveza; y saludo con cariño a Roberto López Moreno por nombrarme con palabra tan ardiente: Ardejandro. ¡Salud y larga vida!