lunes, 23 de noviembre de 2015

EL GATO QUE ERA PRIMO DE UN TACUATZ




¿Qué le vamos a hacer? El cine tiene más penetración que la literatura. Ahora, gracias a la película, El Principito ¡está de moda! Si bien es cierto que de este libro se han vendido más de cien millones de copias en todo el mundo, también es cierto que si no hubiese sido por la película mi sobrina Paulette no sabría de la existencia de ese niño proveniente de un asteroide. A Elena jamás se le ocurrió pensar que la historia que cuenta el libro podría interesarle a su hija de siete años de edad. La película es bella por dos conceptos: primero: la historia principal tiene adosada una historia que refuerza el mensaje de apego; y segundo: la historia de El Principito está realizada en un fantástico trabajo artesanal de ilustración.
Y digo que está de moda, porque el otro día que fui a su casa, Paulette se paró frente a mí y dijo: “Dibujame un cordero”. Ay, Dios mío, yo tenía en una mano la taza de té y en la otra una galleta de avena. Mi sobrina me había puesto la libreta y el plumón frente a mi cara. Elena dijo: “Niña, no estés molestando a tu tío”, pero ella insistió. ¿Qué hacer ante tal petición? ¿Caer en el lugar común y dibujar una caja con tres agujeros y decir que el cordero está adentro de la caja y que los agujeros le permiten respirar? Paulette tomó la taza con el plato y lo dejó en la mesa de servicio y me puso la libreta y el plumón en esa mano. “¡Apurate! -me dijo- Porque ya se hizo de noche y corre un viento frío y el corderito puede enfermarse”. Sí, pensé, dibujaré el lugar común. Me metí a la boca el trozo de galleta, coloqué la libreta sobre mis muslos y dibujé la famosa cajita, la cajita con agujeros más conocida del mundo. Le entregué el dibujo a Paulette y ella sonrió: “Sí, ahí adentro está mi cordero”. Vaya, pensé, no estuvo tan mal. “Ahora -dijo- dibujame a Jedys”, y me entregó la libreta de nuevo, jaló una silla y estuvo pendiente de lo que iba a realizar. Elena también se acercó, pareciendo olvidarse de su recomendación de que la niña no me molestara. “¿Un Jedy, de la Guerra de las Galaxias?”, pregunté y mientras hacía la pregunta trataba de recordar la imagen cinematográfica. “No, tontito, Jedys es un gato, un gato delincuente, ¿verdad, mamá?”. Y la mamá explicó que el abuelo Ernesto le había contado a Paulette la historia de Jedys, un gato que entraba a las casas y robaba las galletas de avena y luego, como si fuese Robin Hood o Chucho, El Roto, las repartía con todos los ratones del vecindario (¡Uf, pensé, qué historia! Un gato que se preocupa por ratones). ¿Y si hacía el mismo truco? Podía dibujar una caja más alta y decir que adentro estaba el gato y con esto quedaría resuelto mi problema, le pondría cinco agujeros. Antes de que pintara la primera raya, Paulette me dijo: “¡Ah, pero no vayás a pintar otra caja y decirme que adentro está Jedys!”. Uf, estaba en un predicamento. Entonces dibujé algo que no tenía mucha forma del animal que ella me estaba exigiendo, a medida que las líneas comenzaban a dar forma al dibujo, mi sobrina movía la cabeza de un lado a otro, en señal de desaprobación y de fastidio. Antes de entregarle el dibujo le dije que Jedys no sólo robaba galletas de avena. Entonces, ¡bendito Dios!, logré que pusiera una carita de intriga: “¿Qué más roba?”, preguntó. Yo dije: roba gallinas, porque Jedys es primo hermano de un tacuatz que vive por el barrio de Los Sabinos. Mi sobrina sonrió. Entonces, ya más seguro, dije que una noche, sin saberlo, Jedys entró al sitio de la casa de un búho, que era un brujo. A la hora que el gato robó una de las gallinas y salió huyendo, el búho hizo un conjuro y decretó que, en lugar de cola, el gato tendría plumas, y entonces le enseñé el dibujo. “Sí, mirá, mamá, Jedys tiene cola con plumas” y volvió a sonreír. Me dio un beso y dijo: “Si vos hubieras sido el piloto, seguro que le habrías dibujado un cordero más bonito a El Principito”.
Mi sobrina salió de la sala, volví a tomar la taza con el plato, pero Elena dijo que ya estaba frío, que calentaría otro poco y fue a la cocina. Yo estiré mis piernas y pregunté si ya le había comprado el libro a Paulette, Elena sacó la cabeza y dijo que no, que para qué, si ya había visto la película. ¿Qué le vamos a hacer? El cine tiene más penetración que la literatura.