viernes, 27 de noviembre de 2015

VALORES ENTENDIDOS




Caminábamos por el barrio del Cerrito Nitre, cuando Mariana me llamó y dijo que leyera el mensaje. El mensaje estaba escrito en la pared de un lote baldío. Ella rio y dijo que, a partir de ese instante, no orinaría más, porque de lo contrario debía pagar la multa de dos mil pesos. Nos sentamos en un tronco y coincidimos que para completar el sentido de la oración le faltaba una palabra, porque escrito así como estaba parecía una prohibición general. ¿Nadie debía orinar? Pero, era un valor entendido. Quien escribió el letrero lo hizo pensando en que se entendía que, quien se orinara ahí, en ese espacio, se haría acreedor a una sanción.
Mariana se veía linda, la sombra de la fronda de un pino matizaba su rostro. Dijo que nunca le había gustado la siguiente frase: No tirar basura. En término estricto todo mundo debe tirar basura, no hacerlo significaría hacer acopio de basura. Dijimos que el pintor del letrero se refería, igual, a que nadie debía tirar basura en ese lugar, porque ahí no era un basurero. Algunos mensajes aclaran: Favor de no tirar la basura en este lugar.
Pero luego nos detuvimos en el dibujo que parecía la imagen de un chinchibul, pero el pintor escribió la palabra pato. Mariana se hizo para atrás, acomodó su cabello y dijo que a ella le gustaba ese tipo de juegos y recordó que uno de los cuadros que más aprecia es un cuadro de René Magritte, que muestra la imagen de una pipa y un mensaje al lado: “Esto no es una pipa”.
Mariana, ¿ya dije que se veía linda?, dijo que, a veces, se piensa cuadro de museo. Le fascina la idea de ser como la Gioconda y que cientos de personas, con la boca abierta, se paren frente a ella y la observen con emoción. Dijo que le gustaría ser un cuadro donde estuviese su retrato y tuviera el letrero: “Esta no es una muchacha” y, al estilo del pintor del chinchibul le agregara “Es la semilla de un pino”. ¿Por qué un pino?, le pregunté. Dijo que el pino es un árbol humilde, que (siguiendo el juego), Dios si fuese un pajarito elegiría un modesto pino para hacer su nido.
Estaba sentado al lado de Mariana, me paré y me senté en el piso, frente a ella. “Sos un pato”, le dije. Ella sonrió. Dijo que si fuese un animal le gustaría ser una luciérnaga. Me preguntó qué me gustaría ser: un tsizim, dije. “No, ya en serio”. Le dije que era en serio. Un tsizim, ¿por qué? Porque los tsizimes salen después de que llega la lluvia. Siempre es bueno renacer en el instante posterior a un suceso maravilloso de la naturaleza. “Qué raro”, dijo y recordó que me disgusta mojarme. Por eso, dije, el tsizim no vuela en medio de la lluvia, no hay una sola ave que se atreva a volar al través de una tormenta. Las alas son fantásticas, pero todo elemento fantástico tiene su kriptonita.
Mariana se paró, caminó de un lado para otro, en un terreno muy breve, digamos un metro hacia la izquierda y luego de regreso. Se paró frente a mí y dijo que cómo le hará el dueño del predio para detectar el momento preciso en que alguien orina en su terreno o tira basura, vio hacia uno y otro lado y, traviesa, puso un dedo en su barbilla, y dijo que le cumpliera un deseo. ¿Ya dije que la membrana de sol filtrada en la fronda la hacía verse linda? ¿Qué cosa?, casi grité, cuando ella dijo su deseo. ¿Orinar acá? ¡Cómo creés! “Sí, ahora nadie viene”. Le dije que no tenía ganas. “Por favor”, dijo ella. Caminé entonces por una brecha y me escondí detrás de un matorral y ¡oriné! Oí como ella reía en su lugar, cuando regresé hasta donde estaba, me tomó de la mano y dijo que corriéramos porque en su monedero no tenía más de veinte pesos. Cuando llegamos a la esquina, acezando, dijo que ¿cómo le hará el hombre que es atrapado y le exigen dos mil pesos de cuota y en su cartera no lleva más de veinte pesos?
“Caminemos como patos”, dijo ella y yo levanté los brazos y los moví como si fuese una luciérnaga, cada vez más intenso, cada vez más emocionado. Ella hizo lo mismo, dijo: “Estamos pintando un cuadro donde dos luciérnagas no son luciérnagas sino vacas que vuelan”, y movió sus brazos como si fuese un molino de viento, de esos que cuenta El Quijote había en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiso acordarse. Mariana tenía en sus ojos el reflejo del Mediterráneo.