viernes, 20 de noviembre de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA CON EQUIS




Martha, cuando algo le resulta intrascendente, dice: “Es equis”. Los jóvenes usan la equis para resaltar lo trivial. En mis tiempos de universitario la equis era importante, en las ecuaciones matemáticas uno tenía que encontrar el valor de equis. ¿En qué momento la equis se volvió algo sin importancia?
En esta fotografía hay una equis, una equis pintada como al desgaire. Debe ser una equis que forma parte de algún signo más grande, pero en esta fotografía se quedó sola. No se trata, como en mis años de universitario, de una incógnita, ¡no! Ahora, en consonancia con los signos de los tiempos, esta equis es como las equis que menciona Martha: no tienen ningún valor, es casi como un cero a la izquierda.
En la parte baja de la fotografía hay una línea formada por una valla de hierba, como si tal valla sirviera para enmarcar lo que en la parte de arriba observamos: una pared que, en gran porcentaje, está ya sin el estuco y deja ver su interior hecho de adobe; asimismo, esta fotografía está coronada con un balcón mínimo. La baranda de madera está hecha con tal cuidado que parece un barandal de una casa de muñecas, en donde las muñecas no son simples plebeyas sino dignas representantes de la nobleza. Y es de una casa de muñecas porque a la hora de abrir los ventanales ¿qué mortal podría asomarse por ahí? Uno debe recordar que la vocación principal del balcón es la de permitir que los moradores de las residencias se pavoneen, como guajolotes, y salgan al exterior para ver qué sucede en la calle. Este balcón (si se tomase como tal) traiciona tal vocación y no es más que una burda imitación de un ventanuco, porque las ventanas sí tienen como tradición el simple entretenimiento de husmear. Quien mira a través de la ventana no tiene posibilidad de salir, simplemente abre el postigo y observa desde su privilegiado punto de vista. Este balcón no puede corresponder a una vocación real, pero sí puede pertenecer al mundo en el que las muñecas son la posibilidad del sueño y de la vida.
Acá, entonces, hay un juego en donde la x es el signo de la intrascendencia real, es un poco como si la mano anónima hubiese dicho que ese balcón es insignificante para la vida real, por esto, el muro ya también, como víbora, está mudando de piel. Esta pared, una pared equis, ha comenzado a dejar de ser parte de la realidad, para convertirse en elemento del sueño, por ello, el balcón toma la importancia de lo fantástico. Acá (es muy fácil imaginarlo), cuando la princesa escucha los sonidos del tambor y del pito y la cohetería que anuncian una entrada de velas y flores con rumbo al templo de la Virgen del Rosario, en Yalchivol, abre las puertas, se asoma, con su vestido azul y un ramo de rosas en las manos, y deja que quienes caminan en la calle, abajo, suban la mirada y se regodeen con la visión suprema de su belleza. Ella, ¡ah, qué dignidad!, camina de un lado a otro del balcón y deshoja pétalos que deja caer como si fuese confeti, como si ella fuese la diosa de la lluvia y bendijera a los caminantes que vienen de lejos y que, en un acto de lealtad, la ven, se quitan el sombrero y hacen una pequeña reverencia.
La caída del estuco no es casual, lo provocó el grafitero anónimo a la hora que marcó la equis. Ese simple trazo hizo que la pared se convirtiera en algo insignificante; es decir, que perdió el significado. Los historiadores cuentan que lo mismo sucedió con los complejos arqueológicos, un día el estuco de las pirámides comenzó a desintegrarse, quedó sólo la estructura de piedra y los árboles se abrazaron a esas construcciones y las comenzaron a asfixiar. Lo mismo está sucediendo acá, la valla de hierba ha comenzado a levantarse y abraza, poco a poco, a esa columna de adobe que, sin su vestimenta se irá consumiendo con las bofetadas del viento y de la lluvia.
Cuando Martha dice que fulano de tal es equis está señalando lo mismo, lo está enviando al vacío, ahí en donde la luz no tiene cabida, ahí en donde todas las cosas se consumen y quedan en los puros huesos.