miércoles, 4 de noviembre de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE HAY UN LLAMADOR




María debe tocar. Debe tocar porque la vocación de una puerta, además de abrirse y cerrarse, es recibir los toques. Si no fuera por el toque, los de casa, los de adentro, no sabrían que alguien desea algo. ¡Ah, qué bonita vocación de la puerta! Se asemeja a la campana. Cuando alguien de casa oye el toque, deja de hacer lo que hace, se limpia las manos con un trapo, camina por el patio (lleno de macetas con helechos) y pregunta: “¿Quién?”. Esta pregunta en apariencia sencilla reúne muchos misterios. Puede sintetizarse en dos caminos: es la vida o es la muerte. Porque en muchas ocasiones (las más, gracias a Dios) la vida es la que ronda la casa, pero, a veces (qué pena) es la muerte. Quien toca responde: “Soy yo”, y quien está adentro reconoce la voz, no hay necesidad de decir más. Quien toca dice: “Soy yo”, no tanto para que quien está adentro lo reconozca, sino para reconocerse ella misma. Decir soy yo, es como decir Sé quién soy.
María debe tocar. Debe tocar porque su mamá le dijo que fuera a casa de la tía Rosalinda y avisara que don Romualdo falleció en la madrugada. María no quisiera ser emisaria de esa noticia. Pero ya dijimos que, a veces, la muerte es quien toca.
María debe tocar, pero se resiste a hacerlo. Desde hace dos minutos, tal vez un poco más, está parada frente a la puerta, está como fuera de este mundo. Mira con atención la puerta. Porque (ya todo mundo la vio), esta puerta no es una puerta común. ¿Ya vieron cuántas hendiduras? ¿Ya vieron cuántas arrugas? Las puertas que hoy fabrican carecen de estos atributos. Esta es una puerta antigua, tiene chapetones fabricados por los herreros del rumbo de Las Siete Esquinas.
María está a punto de tocar el llamador para levantarlo y, con insistencia, tocar. Pero no lo hace, porque está sorprendida ante la belleza de la puerta. Sabe que si toca la mujer de adentro preguntará ¿quién?, y, después de un tiempo breve, abrirá la puerta. Ah, son tan bellas las puertas que están clausuradas, las que, por algún motivo, olvidaron su otra vocación, la de abrirse. Por lo regular, las puertas ancianas son las que olvidan abrirse; son las jóvenes las que, a toda hora, se abren y se cierran. Ah, cómo se parecen las puertas jóvenes a las muchachas bonitas de estos tiempos.
María debe tocar para avisar a la tía Rosalinda que don Romualdo murió esta madrugada, pero no toca, permanece con las manos adentro de las bolsas de su pantalón. Mira la belleza de la puerta, de esta puerta antigua. María se pregunta por qué la llave está prendida. ¿Acaso la dejaron para que ella le dé vuelta y abra? ¿Acaso quieren cambiarle de vocación, también, al llamador? Por lo regular, las llaves permanecían en un bolso y sólo se sacaban cuando las propietarias de la casa estaban frente a la puerta. ¿Por qué esta llave se quedó prendida para siempre?
María debe tocar porque debe cumplir el encargo de su mamá, pero parece que no está dispuesta a cumplir con la encomienda. Ya han pasado más de cuatro minutos y ella sigue allí, parada como estatua, sigue fascinada con la puerta. Sabe que quien fabricó esos rosetones los hizo para que ella los viera, para que los vieran todos los que pasan frente a la puerta.
Cuando la puerta se abre, la puerta pierde su principal vocación: la de impedir el paso. Porque si la vocación original fuera la de ceder el paso, las casas no tendrían puertas, bastaría con dejar un hueco para que la gente (y los animales) entraran y salieran con toda libertad. Pero esto no es así, ¡no! Las puertas tienen como vocación original la de impedir que alguien entre. Por esto, los de adentro preguntan: ¿Quién? Si el que toca es una persona no grata, la puerta sigue clausurada.
Por ello, María no toca, a pesar de que debe tocar. Sabe que está siendo respetuosa con la condición natural de esa puerta magnífica. Por ello, cuando la de adentro, la tía Rosalinda, pregunta: ¿Quién?, María responde: “Soy María. Dice mi mamá que te dijera que hoy en la mañana murió don Romualdo”. María cumple con el cometido y echa a correr. Ya cumplió con el encargo. Corre porque no quiere ver la puerta a la hora que se abra, para que la tía asome la cabeza y diga: “Pero, niña, ¿por qué no pasás? Eh, ¿por qué te vas? Ay, esta niña, se va a mojar bajo este tremendo aguacero”.