domingo, 15 de noviembre de 2015

PREGUNTA Y MEDIA PARA ALEJANDRO HERNÁNDEZ




Estimado Alex, ¿qué es la asfixia? ¿Qué es esa sensación de falta de aire? ¿Sólo la padecen los papalotes a la hora que no encuentra asidero y se desgajan como frutas maduras y caen destripados al suelo?
¿Has sentido alguna vez esa sensación de que tu globo espiritual se apachurra por falta de aire? Porque, no sé si sea cierto, la tía Eduviges juraba que el alma se alimenta de aire. Ella decía que una vez, en la poza de Uninajab, se andaba ahogando y en la falta de aire sintió que se “le fue el alma”. ¿Por qué?, preguntaba la tía, de forma inocente, su alma estaba ¿abandonando su casa, que era su cuerpo? ¡Fácil!, porque le faltaba aire. Lo bueno, terminaba de contarme, es que tu tío, cuando vio que me faltaba el aire, tiró el vaso de cerveza que bebía y, con todo y ropa, se aventó para rescatarme. Ya miraba, cerca del fondo de la poza, la cara de mi mamacita y de mi papacito, difuntos ambos, cuando sentí la mano de mi Hermilo, ah, la mano que tantas veces me había acariciado mi cabello, ahora me pegaba un jalón así como si fuera yo una potranca desbocada, pero gracias a ese jalón es que todavía cuento el cuento. Me llevó a la orilla donde ya estaban amontonados todos los compadres. Mi compadre Melitón me agarró de un brazo y, entre los dos, me subieron a la orilla. ¡El alma se me estaba yendo, hijo! Por eso digo que el alma también, igual que el cuerpo, se alimenta de aire.
Alex, cuando me enviaste la foto sentí una sensación de falta de aire. ¡Dios mío, pensé! ¿Por qué ese árbol lo metieron al apando? ¿Qué falta cometió? Cualquiera pensaría que los constructores de este espacio fueron respetuosos con el árbol y, en lugar de talarlo, le hicieron como un corralito para que sobreviva. ¿De veras? ¿Hay que aplaudir lo que hicieron con este árbol? ¿Hay que colocarles una placa que inmortalice su acción por siempre? No sé, pero cuando vi las raíces de este árbol pensé en un absurdo, pensé que a este árbol le habían quitado la posibilidad de caminar, como si los constructores le hubiesen quitado los zapatos y lo dejaran descalzo o, peor, que le hubiesen cortado los pies. ¡Pobre árbol! Pobre, porque es como un niño que sólo puede asomarse por encima del techo y desde ahí ve la calle, desde ahí ve cómo los demás niños reciben el viento, el sol y la lluvia mientras brincan sobre los charcos. Este pobre niño está impedido a hacerlo, no puede caminar, está atrapado en esta celda, ahogado en cemento. Pero no lo talaron. ¡Ah!, qué agradecida está la humanidad con estos constructores conscientes.
Perdón, Alex, pero cuando vi la fotografía observé el tronco del primer plano y miré, de veras lo vi, un rostro, vi el par de ojos, la nariz y la boca y vi que la boca la tenía torcida, torcida de la misma forma en que mi sobrina Karina tuerce la boca cuando su mamá no le da permiso para ir a La Plaza. Y supe que ese rictus era eterno. ¿Cuál es el destino de este árbol enjaulado? ¡Es el mismo destino del canario que canta todas las mañanas encerrado en la jaula colgada de la pared pintada en color azul pálido! El destino de este árbol es el mismo destino del presidiario indígena que, por robar un par de gallinas, le impusieron una pena de diez años de cárcel.
¿Qué es la asfixia, Alex? ¿Qué es esa sensación en que abrimos la boca una y otra vez sin poder jalar el aire que insufle nuestro pulmón? ¿Qué siente el hombre que, sin una gota de agua en la cantimplora, a medio desierto, con un calor que hace hervir a las piedras, mira el horizonte y no encuentra signo de vida?