lunes, 16 de noviembre de 2015

MUJERES QUE SON LIBROS




No cualquiera lo advierte. Hay millones de hombres que sólo ven a una mujer cuando están cerca de una mujer. Pero hay hombres que cuando ven a una mujer advierten que en ella hay algo como una luz que transforma su ser. Jaime Sabines dijo en un poema: “Me tienes en tus manos y me lees lo mismo que un libro”; es decir, el poeta también sabe que hay mujeres que no sólo ven a un hombre cuando están cerca de uno. A veces hay hombres que son poetas, que es como decir que son árboles en medio del desierto, que son pájaros volando en el fondo del mar.
Hay mujeres que son como libros, ¡que son libros!; mujeres cuya piel tiene la vocación del colibrí. En el hombro derecho de esta muchacha bonita puede leerse una línea. No es un tatuaje lo que lleva, ¡no! Por favor, que nadie se confunda. Ella es una mujer libro y cuando, como sueño, está a punto de iniciar el vuelo, su piel transpira palabras y quienes están a su lado pueden leer líneas que son como versos, que forman poemas, que llueven libros, que forman alas para el vuelo.
Una película de Peter Greenaway (The pillow book) muestra cómo una mujer puede ser el soporte de la escritura. La piel de esa mujer es como un pergamino que recibe, generosa, la tinta china, como si el pincel fuese una flor que regara agua bendita.
¿Qué puede escribirse en la piel de una mujer? Ahí (esto lo saben los amantes expertos) puede escribirse todo lo visible en el Universo y aún lo invisible, lo que ya está dado y lo que está por brotar. En la piel de una mujer libro se puede, asimismo, leer todas las historias habidas y por haber. ¿Qué frase está escrita en el hombro de esta muchacha bonita? ¿Qué palabras están escondidas detrás de su cabello que cae como caen los pétalos a la hora de la lluvia?
En todo escrito hay un mensaje oculto, un mensaje que sólo puede descifrar el amante que tiene el don de traducir los mensajes escritos en braille.
Los hombres que son como videntes, los que poseen el prodigio de leer entre líneas, saben que la mujer puede ser un libro, un libro donde el tiempo escribe las palabras apenas pronunciadas en susurro. Cada vez que un amante experimentado siembra caricias en el campo de su amada, los árboles que crecen son palabras que vuelan como palomas. Infinita es la extensión de sembradíos, infinitas la siembra y la cosecha.
Si La Biblia es la palabra de Dios, ¿qué palabra es la que asoma en el libro de la mujer, la mujer de todos los tiempos, la que brotó, no de la costilla de Adán, sino que nació de la mano de Dios?
La línea que esta muchacha bonita lleva en el hombro, ya se dijo, no es un tatuaje. Si tuviese que decirse que una mano la escribió la mano fue el aire. A la hora que ella sale de casa y camina por las calles llenas de flores y de gente, el aire le cuenta historias y éstas quedan impregnadas en su piel, para siempre. Porque, se sabe, hay mujeres libros que son eternas, que sirven de inspiración para los otros.
Hay mujeres lagos, mujeres árboles, mujeres pájaros; hay mujeres nubes, mujeres abismos, mujeres estrellas; hay mujeres redes, mujeres piedras y mujeres libros. Todas son como hilos para bordar, pero las mujeres libros son las que contienen a todas las demás.